Firman este artículo: Clemente Bernad, Víctor Moreno, Carolina Martínez, Laura Pérez, Carlos Martínez, Jesús Arbizu, José Ramón Urtasun y Txema Aranaz Del Ateneo Basilio Lacort

En el título de un artículo publicado en este periódico el pasado 15 de abril, el arquitecto Alfonso Alzugaray, como secretario de la Junta Directiva del COAVN (Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro) formula la siguiente pregunta: “¿Víctor Eusa no merece una calle en Pamplona?”. La respuesta corta es obvia: no. Claro que no merece una calle en Pamplona /Iruñea, ni en ninguna otra parte. Los criminales no merecen calles, ni monumentos, ni homenajes ni reconocimientos en ningún sitio.

En su artículo, Alzugaray dice que protesta ante la retirada de Víctor Eusa del callejero de la capital navarra como arquitecto y como ciudadano, pero solo habla del valor del trabajo profesional de Eusa, de sus edificios, de su aportación a los espacios públicos, de urbanismo, de manzanas, de calles, de hormigón, de ladrillo rojo, de su diversidad estilística, etcétera. Porque si hablara verdaderamente como ciudadano en “momentos en los que reivindicamos la memoria” (sic), no tendría más remedio que hablar de los miles de crímenes de los que Víctor Eusa fue directamente responsable, desde que se desempeñó como chófer del general Mola en uno de los coches que su suegro –el empresario Carlos Eugui– facilitaba al general golpista para desplazarse de incógnito mientras preparaba el golpe de Estado, hasta formar parte como dirigente de la sanguinaria Junta Central Carlista de Guerra de Navarra (JCCGN).

La JCCGN no fue cualquier cosa. Los requetés golpistas no solo se concentraron en la plaza del Castillo el 19 de julio de 1936 para salir hacia Madrid con la voluntad de derrocar al Gobierno republicano, sino que cientos de ellos se quedaron en Navarra para desarrollar una intensísima labor de limpieza política, coordinada por la JCCGN desde su cuartel general en el colegio de Escolapios. La JCCGN gestionó denuncias y delaciones, emitió salvoconductos, planificó sacas de presos y se ocupó a través del sanguinario Tercio Móvil –su propia unidad ejecutora–, junto con la Falange, la Guardia Civil y los militares sublevados, del asesinato impune de más 3.500 civiles en un territorio en el que no existió ninguna guerra civil. Cientos de requetés carlistas hicieron su particular guerra civil llenando las cunetas de Navarra de gente cuyo único crimen fue no pensar como ellos. Y al frente de esos escuadrones de la muerte y como representante de la Merindad de Pamplona/Iruñea en la JCCGN estaba el arquitecto Víctor Eusa.

Hemos podido leer estos días en la prensa auténticos disparates, como las preguntas que se hace José María Aracama en su artículo “Víctor Eusa: arquitecto de Pamplona, víctima del populismo”, publicado en Diario de Navarra: “Se alega que Eusa participó en la Junta Central Carlista al inicio de la guerra civil. ¿Y qué? ¿Debe eso anular su obra, su legado y su aportación a Pamplona? ¿Debe ser retirado de la memoria urbana un arquitecto porque vivió su tiempo con las ideas de su época?”. Obviamente una persona cuyas manos están manchadas con la sangre de los más de 3.500 asesinados en Navarra no puede ver sus crímenes blanqueados por muchos edificios que haya proyectado. Y desde luego calificar su actividad criminal y golpista de “vivir su tiempo con las ideas de su época” es una auténtica humillación a las víctimas y un desprecio a los Derechos Humanos. Si aquí las cosas se hubieran resuelto igual que en la Alemania nazi, Víctor Eusa habría sido procesado en nuestro particular Nuremberg y habría sido con toda seguridad condenado y ahorcado como criminal de guerra. Si no ocurrió así fue solo porque ganó la guerra que él mismo provocó. Una victoria que por otra parte le hizo ser designado arquitecto municipal de la ciudad y desarrollar una labor profesional que de otra manera jamás habría llevado a cabo.

O como el exalcalde Enrique Maya, que escribe en otro artículo que “llegarán tiempos en los que a las personas se les valore por lo que son y no por lo que piensan. Será el momento de volver a poner un nombre de calle a don Víctor Eusa, arquitecto”, sin reparar en que efectivamente no se le valora por lo que pensaba –por aberrante que pudiera ser–, sino justamente por lo que fue: responsable directo de crímenes de lesa humanidad. Claro que en el caso de Enrique Maya habrá que tener en cuenta que está casado con una sobrina-nieta de Víctor Eusa y que tiene su residencia en el mismo inmueble en el que vivía y trabajaba el arquitecto golpista. Cosas de las estirpes de Navarra.

Y hablando de estirpes, otro tanto habría que decir de Alfonso Alzugaray, que es sobrino nieto de José Alzugaray, arquitecto que se ocupó durante un tiempo del proyecto del Monumento a los Caídos, junto con José Yárnoz y el propio Víctor Eusa. Por añadidura, ¿deberíamos pensar que ese dato, junto con el hecho de que el propio padre de Alfonso Alzugaray ejerciera como oficial del ejército golpista en labores de información y espionaje desde el Cuartel General de Franco en Burgos y que fuera condecorado por los gobiernos de la Italia fascista y de la Alemania nazi podría tener algo que ver en su defensa de alguien de la catadura de Víctor Eusa?

No, Víctor Eusa no merece una calle en Pamplona/Iruñea. Los criminales no merecen calles en ninguna ciudad, como tampoco las merecen los violadores, los maltratadores, los torturadores, los extorsionadores, los malhechores, los ladrones, ni nadie que haya causado un daño insoportable a sus conciudadanos. El COAVN –que tan poca sensibilidad demuestra hacia las víctimas de Víctor Eusa–, puede dedicarle el nombre de una de sus salas de reuniones, un premio de arquitectura joven, una medalla honorífica, su propia presidencia de honor, una pensión vitalicia a sus descendientes, una edición limitada de botellas de vino con su nombre, o incluso cambiar el propio nombre del COAVN a Colegio Oficial de Arquitectos Víctor Eusa, si lo desean. Pero no puede defender que el callejero de esta ciudad se mancille con su presencia.