Una profecía de la realidad política mundial actual
Entre dos ensayos importantes para Occidente, pero no solo para él, El fin de la historia, de Francis Fukuyama, y El choque de civilizaciones, de Samuel Huntington, solo transcurren cuatro años: el primer libro ve la luz en 1992 y el segundo, en 1996.
Fukuyama y Huntington son ambos estadounidenses, influyentes politólogos y brillantes ensayistas, ambos escuchados en los círculos de poder de Estados Unidos, quizá el primero más en el ámbito demócrata y el segundo más entre los republicanos. Pero son detalles.
Las dos visiones del mundo y del futuro chocan y, a pesar de las dudas de una parte de la izquierda, esta vez a nivel global, el libro que de alguna manera permanece y puede servir de lección es el de Huntington, pero con una reflexión final sorprendente que involucra precisamente a Occidente.
Pero ¿de qué hablan los dos libros? El de Fukuyama es una especie de triunfo del liberalismo occidental y de la sociedad de mercado. La historia termina, afirma Fukuyama, ya que el liberalismo en la política y en la economía se afirma como fuerza hegemónica y más útil para el crecimiento (económico y democrático) de la humanidad.
Hoy, treinta años después, no solo se cuestiona la fuerza motriz del mercado como generador automático de democracia, sino que incluso el concepto de democracia, además del de crecimiento, parece perder velocidad.
El segundo libro, el de Huntington sobre el choque de civilizaciones, parece profético: desde 1996, los desafíos entre sociedades consideradas arcaicas o, al menos, no libres y las occidentales consideradas democráticas y defensoras de los derechos civiles, humanos y de género han sido innumerables y, sorprendentemente (¿pero es realmente una sorpresa?), hoy son precisamente las sociedades no libres las que tienen el viento a favor o, al menos, las que reman en una dirección opuesta a la libertad/democracia defendida por las democracias occidentales.
Sin embargo, el dato realmente importante de la profecía de Samuel Huntington es otro: las mismas sociedades, en su mayoría occidentales o fuertemente vinculadas a los valores e intereses occidentales (Japón, por citar solo un ejemplo, forma parte de ellas), se han alejado o se están alejando (véase el ejemplo de la actual administración estadounidense) de un camino y de una influencia democrática y de valores democráticos en el mundo.
En definitiva, el choque de civilizaciones se ha agudizado mucho más allá de la antigua división entre sociedades arcaicas y modernas para adoptar, hoy en día, la forma de un choque entre valores y, sobre todo, intereses egoístas atribuidos a comunidades nacionales enteras por poderes cada vez más hegemónicos (tanto externos como internos) de países aún (¿pero por cuánto tiempo?) teóricamente democráticos y defensores de algunos pilares humanistas.
Una rápida mirada a los principales choques de civilizaciones nos devuelve al terreno de las graves crisis mundiales actuales, entre matanzas y retorcidas propagandísticas:
• La civilización despótica y reaccionaria de Putin y sus acólitos invade un país, pero hoy reivindica el papel de defensor de la paz.
• La nación democrática de Israel, vengándose de un grupo de terroristas dispuestos a todo y, sobre todo, a elevar hasta el extremo el nivel del enfrentamiento, masacra y elimina territorialmente a toda una población.
• Potencias hegemónicas tanto autocráticas como democráticas (China y EEUU) se benefician no solo de alianzas y aliados, sino también de territorios y puestos avanzados geopolíticos y económicos.
¿Las llamadas civilizaciones más avanzadas, según el diseño de Huntington, son cada vez más propensas a crear y aprovechar los enfrentamientos y las crisis?
¿O simplemente estamos retrocediendo a un mundo bien conocido en la historia de la humanidad, el de los cañones y las puntas de lanza, desde donde partían los planes de dominación y opresión?
El choque de civilizaciones o, más precisamente, entre potencias hegemónicas que cuentan con fuertes estructuras nacionales, ha eclipsado ya el gran esfuerzo realizado tras la Segunda Guerra Mundial en favor ¿de los derechos, las garantías y una paz justa?