Contaban los viejos nacionalistas de mi pueblo que hubo un párroco de San Martín de Unx, Juan Pedro Zarranz, que dudaba si era el abertzalismo lo que hacía buenas a las personas o todas las buenas personas eran abertzales. Yo siempre me lo tomé como una humorada de nuestro paisano, que llegó a obispo, pero con el tiempo le he dado muchas vueltas y cada vez tengo menos dudas. Esta tierra genera gente honrada, muy especialmente entre los que la aman y defienden como su patria.

Tal vez sea algo apegado a nuestra etnicidad, herencia de nuestra antigua sociedad comunal, igualitaria y colectivista, basada en el auzalan y en el valor de la palabra dada, pero lo cierto es que desde antiguo todos los viajeros destacan esa proverbial honradez de los vascos.

Arturo Campión, en El genio de Navarra, citaba un informe especial de la Exposición Universal de París de 1867, que afirmaba que “los delitos son muy raros en el país éuskaro… Los frutos pueden permanecer en los campos y los ganados pasar en estos la noche sin otra guarda que la del séptimo mandamiento de la ley de Dios”. El norteamericano Thieblin, que nos visitó en plena rebelión carlista, afirmó que pese a todo lo que se decía por Europa sobre la barbarie de los vascos, se podía pasear por todo el país vasconavarro sublevado, sin armas y con absoluta tranquilidad. En mayo de 1878, se destacaba al país como el de menor población penal de todo el Estado, sobre todo “allá donde más profundas raíces tiene la lengua bascongada que es la que habla la universalidad de sus hijos”, según se leía en la Revista Euskara. Uno de los últimos viajeros, el inglés Tschiffely, destaca en su libro que, durante los Sanfermines de 1951, “nadie ha sido objeto de robo por los honrados vascos, y hasta la cartera de un beodo o cualquier cosa de valor está perfectamente segura”.

Todas las estadísticas confirman que, incluso en períodos recientes de violencia política, los territorios abertzales seguían teniendo los índices más bajos de criminalidad, robos, agresiones sexistas y xenófobas… Consúltenlos: son datos oficiales.

Esa honradez atávica del país se reflejó, lógicamente, en su clase política, que los viajeros ponderan como de honrados administradores de lo público. No vendré yo aquí a darle brillo al PNV, pero sería de tontos no reconocer que en 40 años que lleva en el poder, su corrupción, que hayla, nada tiene que ver con la que nos rodea. Josu Jon Imaz salió por una puerta giratoria a Repsol y el mismo presidente de su partido, Xabier Arzalluz, lo señaló como “un mal ejemplo para la juventud vasca”. A lehendakaris como Garaikoetxea, Ibarretxe o Uxue Barcos nadie les acusó de llevarse un maí a la faltriquera, y no será por falta de ganas por parte del estado profundo, ese que tan bien representa la UCO de la Guardia Civil, el gran descubrimiento del PSOE en los años 80. Cría cuervos…

Y si de la derecha nacionalista pasamos a la izquierda abertzale, la honradez aumenta exponencialmente. Desde los tiempos de Herri Batasuna hasta la actualidad, no habrá habido en todo Europa un sector político más vigilado, controlado y fiscalizado. Y siendo hoy día el de más representación territorial, por el que han pasado miles de alcaldes, concejales y parlamentarios, no ha habido uno solo, uno solo reitero, al que le hayan podido acusar de robar, como dicen en Navarra, “ni una minza de cebolla”. Lo mismo podríamos decir de la mayoría sindical vasca.

Digámoslo claro: siempre son patriotas españoles los que roban a mansalva; lo llevan en su ADN político. PP, PSOE y UPN deberían estar en permanente cuarentena. Y a su historial nos remitimos. Las excepciones, siempre las hay, no salvaron Sodoma y Gomorra.

El caso del PSOE es antológico. Un partido socialista, generoso, entregado y masacrado, cambia de chaqueta de la noche a la mañana, deja de ser republicano, abandona la unidad vasconavarra, nos parte el país territorial y lingüísticamente, nos mete en la OTAN, institucionaliza la tortura y la guerra sucia… Perdida la ética originaria, lo de robar se convierte en pecado venial. Por eso se han pasado cuarenta años defendiendo a un rey ladrón, porque son como él. ¿Cuántos responsables del PSOE navarro han pasado a la historia como vulgares chorizos? ¿Ya nadie recuerda las cuentas en Suiza de los Malón, Otano o Urralburu? ¿Nadie recuerda las prebendas a UGT? ¿Qué diríamos si el secretario general de un sindicato abertzale se comprara un chalet en Gorraiz junto al mayor constructor de Navarra?

Echemos un vistazo, por ejemplo, a los listados de beneficiados de las dietas que desangraron la extinta Caja de Ahorros de Navarra. Es fácil resumirlos: españolistas todos, abertzales ninguno. Lo de Cerdán y Alzórriz parece ser un eslabón más. Y los que vendrán. La cuba del PSOE navarro no dará jamás buen vino mientras no recupere su madera de roble originaria.

María Chivite debería haber sabido todo esto antes de entrar en esa cofradía. No la conozco, pero creo que su disgusto y sus lágrimas son sinceras. Sí conozco a parte de su familia y sé que es de ley. Pero si en estos momentos admite un consejo, le sugiero que lea algunas biografías de los próceres de su partido, Constantino Salinas, Salvador Goñi, Juan Arrastia, Jesús Boneta o Julia Álvarez. Sepa lo que dijeron en el manifiesto del Frente Popular de 1936, sobre la relación entre unidad vasca y caciquismo foral. Recupere la senda perdida. Y si sigue en el Gobierno de Navarra, y yo eso espero, rodéese de abertzales. Verá cómo el obispo Zarranz tenía razón.