La salud mental está considerada un problema social. Afecta a personas de todas las edades, desde jóvenes a mayores. Entre los problemas asociados a la misma uno destaca sobre todos: la ansiedad. Antes de abordar el tema, una consideración: ¿en qué se diferencia del miedo?
Mientras que la ansiedad se considera una respuesta emocional anticipatoria ante una amenaza futura e incierta, el miedo es una respuesta emocional inmediata ante una amenaza presente y concreta. La primera se considera un problema, la segunda es adaptativa en tanto nos protege de peligros y amenazas. En tanto es adaptativa es evolutiva, lo cual implica que nos ha ayudado a llegar a ser lo que somos. Por cierto, como el miedo es una emoción muy integrada en nuestro interior, se usa muchas veces de forma sucia y espuria para obtener votos o lograr más ventas. El mundo es como es, no como debería ser, y por desgracia se lleva la ley del más fuerte y el “todo vale” para lograr objetivos concretos.
Los casos de ansiedad se han multiplicado durante los últimos años. Si preguntamos a los nacidos a mediados del siglo pasado seguramente comentarán que en su época no era un problema. Entonces, ¿cómo se ha generado?
La mayor parte de los investigadores cargan una gran responsabilidad en las redes sociales. Y los resultados son concluyentes: es cierto. Una investigación realizada a miles de personas nacidas a comienzos de siglo en Reino Unido demostraba, como resultado más sorprendente, que el 40% de las mujeres que usan las redes sociales más de cuatro horas al día tenían depresión. Claro que podemos valorar otras razones. La educación es más permisiva (sea en el ámbito escolar o el familiar) y se percibe que el esfuerzo ha perdido la importancia, cuando está demostrado que es la mejor manera de predecir el éxito académico. Por otro lado, algunos padres tienden a cubrir los errores de sus hijos al momento. Así no se aprende que, precisamente, estos errores tienen consecuencias y cuando llega el momento la preparación emocional no es la adecuada. Se comprenderá la idea con un ejemplo un poco extremo. Si hace 40 años alguien estaba de fiesta y se le escapaba el autobús de regreso a casa, como no tenía teléfono móvil, no podía llamar a nadie y se tenía que buscar la vida como fuese. Volver andando, esperar al siguiente autobús, hacer autostop; opciones había varias, aunque la mejor, por supuesto, era ir con tiempo a la parada. Antiguamente las notas de los colegios eran sobresalientes, notable, bien, aprobado, insuficiente y muy deficiente. Ahora no hay suspensos, como mucho un “necesita mejorar”. ¿El problema? La vida real no es así.
Con esta visión, las principales razones que causan ansiedad son dos: uso excesivo de pantallas y redes sociales, baja preparación educativa en términos emocionales para afrontar los reveses que aparecerán en la vida.
El ejemplo del autobús enseña la necesidad de prevenir. Es necesario limitar el tiempo en las pantallas (que nos hace creer, también, que los problemas se arreglan a golpe de clic o con la inteligencia artificial) y prepararse para lo que pueda venir aunque no sepamos lo que es. ¿Qué estrategias usar para ello?
Uno, trabajar y controlar los pensamientos. Es alucinante la gran cantidad de tiempo que usamos para cuidar el cuerpo y la ínfima cantidad de tiempo que se usa para cuidar la mente. ¿Cómo hacerlo? Aunque existen opciones como la meditación o el mindfulness, no está de más volver a la antigua técnica del lápiz y el papel. Apuntar las preocupaciones e ideas que nos vienen a la cabeza, pensando estrategias para afrontar los sucesos posibles. Como decía William Shakespeare, “estar preparado es todo”. Interesante: algunos terapeutas dicen que los medicamentos son una estafa y que generan adicciones. El remedio, obvio: ir a su consulta.
Dos, evitar las comparaciones estúpidas. La única comparación útil es la de una persona consigo misma durante un período de tiempo. Cuando vemos fotos en redes sociales o alguien nos cuenta lo “maravillosas” que han sido sus vacaciones corremos el riesgo de sobreestimar el disfrute de sus actividades y subestimar las nuestras.
Tres, diversidad de actividades, amistades y pensamientos. La vida trabajo-familia-cervezas-vacaciones queda, quizás, un poco limitada. Hace falta más.
Cuatro, consistencia entre lo que queremos hacer y lo que hacemos. En caso contrario tendremos problemas de disonancia cognitiva y nos sentiremos mal con nosotros mismos.
Cinco, saber decir no. Para hacerlo mejor, entrenar la asertividad.
Seis, trabajar la identidad individual independientemente de la validación social. Eso supone no dejarse llevar siempre por la marea para “quedar bien”. Sobreestimamos lo que piensan y se preocupan los demás respecto de lo que hacemos.
Siete, tener personas de confianza para poder hablar de lo que nos preocupa.
Ocho y definitivo, si cambias la forma en que miras las cosas, las cosas que miras cambian (Wayne Dyer).
Economía de la Conducta. UNED de Tudela