En arquitectura, las formas y las dimensiones no son un capricho estético. Determinan cómo vivimos, cómo nos sentimos y hasta cómo nos relacionamos con los demás. Los arquitectos técnicos –los aparejadores de toda la vida– tenemos un papel decisivo en este terreno: convertimos la teoría o las ideas, en espacios habitables, donde la belleza y la utilidad se dan la mano de igual a igual.
La llamada domobiótica, heredera de la bioconstrucción, nos recuerda que una vivienda sana, ecológica y sostenible no es una quimera, sino la consecuencia lógica de proyectar con inteligencia climática y sensibilidad humana. La orientación o la disposición geomagnética de un edificio no son simples datos curiosos: influyen en el descanso, en la temperatura de las estancias y en el consumo energético. Una ventana bien situada y de características adecuadas puede ser más interesante que un aire acondicionado.
Desde la Antigüedad, el ser humano ha buscado la armonía a través de las proporciones. Palladio, en el Renacimiento, defendía que la habitación más bella era aquella construida bajo la raíz cuadrada de dos. Esa proporción –aproximadamente 1,414– aplicada a la longitud y la anchura de una estancia, genera un equilibrio que el ojo humano percibe como natural. No es casualidad que muchas salas de estar o comedores históricos se ajusten a esa medida, donde nada parece sobrar ni faltar. El rectángulo pitagórico v2 se ha repetido durante siglos en plantas y alzados de edificios, convertido en un patrón discreto pero eficaz, que Le Corbusier o Wright incorporaron como prolongación lógica del cuadrado. Y aún más sugerente resulta el número áureo, 1,618, con el que se han levantado templos, palacios y teatros. Esta proporción conseguía emocionar a través de la armonía dimensional. Al entrar en una sala de ópera o en una nave catedralicia, esa geometría oculta provoca en el visitante una impresión de grandeza difícil de explicar solo con palabras.
La ergonomía es otro terreno donde la forma y las dimensiones se convierten en salud. Una silla mal diseñada puede acabar en lumbalgia, un puesto de trabajo mal resuelto en la temida lipoatrofia semicircular. Y la psicología del espacio nos recuerda que los extremos siempre pesan: un cuarto demasiado pequeño genera claustrofobia, mientras que un salón desproporcionadamente grande puede producir desasosiego. Incluso el exceso de objetos nos abruma, de ahí que tantas culturas recomienden vaciar y simplificar.
También el mercado inmobiliario sabe bien lo que vale la forma. Una ventana con vistas puede duplicar el precio de un piso. Pero si miramos la evolución reciente, descubrimos una paradoja: hemos pasado de viviendas de 90 o 100 metros cuadrados a pisos de 70, y a veces a micro apartamentos de apenas 25. Los techos también se han encogido: de los cuatro metros de los años treinta a los tres de los sesenta, hasta el mínimo legal de 2,5 que hoy se da por normal.
Por eso sostengo que el verdadero lujo del siglo XXI no está en el mármol ni en los muebles de diseño. El verdadero lujo es el espacio. Espacio para respirar, para guardar libros, para descansar, para crear, para estar a solas. Ahí debemos poner el acento los arquitectos técnicos: en devolver a la arquitectura su escala humana. Es decir, en poner el acento, sobre todo, en generar bienestar.
El autor es presidente del Colegio Oficial de Arquitectura Técnica de Navarra