Hace algunos meses se publicaba un informe del Banco Central Europeo en el que se destacaba que el buen desempeño de la economía española se debía, en buena parte, a la aportación de los trabajadores inmigrantes. Reforzaba así la opinión del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones del Gobierno español que ha subrayado la adecuada integración de los inmigrantes latinoamericanos como un factor clave en el buen desempeño macroeconómico de la economía.

Pero, a la vez, el citado informe del BCE advertía de la escasa aportación de la población ocupada autóctona por la mejora de su productividad, subrayando un mal endémico de la economía Estado. (Aunque el problema se da en menor medida en el caso del País Vasco, la productividad por persona ocupada no deja de ser, quizás, el indicador más importante a seguir de cara a evaluar el desempeño económico de las empresas vascas).

En ese contexto, aparece la utilización de la Inteligencia Artificial (en adelante la IA) como una de las fórmulas para dar un salto en la mejora de dicha variable. Fórmula que, por otro lado, parece ser una de las preocupaciones del nuevo papa León XIV que ha mostrado tradicionalmente también una gran sensibilidad por los derechos de los trabajadores.

La realidad es que en el pasado, según el repaso histórico que hace el conocido catedrático de Economía del MIT, Daron Acemoglu, en su libro Poder y progreso, las etapas en las que se han producido saltos espectaculares en la productividad merced a los descubrimientos científicos y técnicos han coincidido con condiciones de vida miserables para amplias capas de la población. (Por referirnos sólo a los países occidentales, la revolución industrial derivada de la máquina de vapor condujo a situaciones infrahumanas de los trabajadores necesarios para su aprovechamiento empresarial en las fábricas textiles inglesas y el descubrimiento de la desmotadora de algodón, que multiplicó por 20 la productividad por persona ocupada en dicha actividad) no trajo ninguna ventaja para los esclavos de los estados sudistas de USA).

Cabe pensar, por ello, que, ante una IA que probablemente va a transformar de forma profunda la manera en que trabajamos merced a su potencial para mejorar la eficiencia, reducir costes y aumentar la competitividad, nos preguntemos si su aplicación puede contribuir a fortalecer un modelo empresarial que pone a la persona en el centro o constituye más bien una amenaza para el proceso de humanización de la empresa y la economía que previsiblemente el nuevo Pontífice va a impulsar.

En ese sentido, si la IA se introduce sin una visión humanista, se corre el riesgo de deshumanizar el trabajo, sustituyendo el talento humano por procesos automatizados sin considerar el impacto en la realización personal y profesional de quienes conforman la empresa. Sin embargo, si se aplica con un enfoque ético e inclusivo, puede convertirse en una poderosa herramienta para potenciar dicho talento humano, liberando a las personas de tareas repetitivas y permitiéndoles enfocarse en actividades de mayor valor.

En cualquier caso, y para romper el círculo vicioso derivado de un progreso del que sólo se aprovecha una minoría y que exacerba las desigualdades incluso en los países desarrollados, es preciso replantearse también qué destino dar a la generación de riqueza derivada de la mejora de la productividad, por otra parte, imprescindible en unos momentos en los que las políticas trumpistas, sea cual sea su alcance definitivo, generarán un incremento de la intensidad competitiva en el mercado americano y, de rebote, en el resto del mundo, tal como ya se está percibiendo por algunas empresas vascas).

En línea con lo que esperamos del nuevo papa, nuestra propuesta iría en la línea de aprovechar dichas mejoras para reforzar algunos de los valores relacionados con una mayor humanización de la economía y de la sociedad vascas. En ese sentido, deberían contribuir a reforzar:

1.-La igual dignidad de toda persona humana, lo que implica luchar contra la explotación y la marginación.

2.-La preocupación por el bien común de forma que la economía y la política se orienten hacia el bienestar de la sociedad en su conjunto, no solo al beneficio de unos pocos.

3.-Una solidaridad basada en el reconocimiento de la interdependencia entre las personas y que implica una preocupación activa por los demás y se traduce en políticas que promuevan una redistribución más justa de los recursos.

4.-La subsidiariedad, de forma que las decisiones se tomen en el nivel más cercano posible a los individuos y las comunidades, respetando la autonomía y capacidad de acción local.

5.-La justicia social, con una especial atención a los más desfavorecidos, corrigiendo las desigualdades estructurales excesivas.

6.-La concepción del trabajo como un derecho y un deber, en la medida en que es fundamental para la realización de las personas y para la cohesión social, en un contexto de condiciones laborales dignas.

De esta forma buscamos que el concepto de “empresa humanista” que estamos promoviendo se enmarque en un entorno socioeconómico también más humano. Objetivos todos ellos totalmente alineados con el propósito de nuestra Fundación Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa de contribuir a impulsar el desarrollo humano de la sociedad vasca.

El autor es presidente de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa y socio colaborador de Laboral Kutxa