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Tribunas

Alguien debe tirar del gatillo

Alguien debe tirar del gatilloPexels

Aunque quizás el título pueda inducir a pensar que este texto va a tratar sobre el asesinato del ultrafascista Charlie Kirk, para nada es mi intención. Realmente la finalidad de este encabezamiento es llamar la atención para abordar otro tema, buscando escocer con mis palabras, mucho más importante y preocupante.

Comenzaré parafraseando al insigne escritor vasco Gabriel Celaya, con uno de sus emblemáticos poemas: “La educación es un arma cargada de futuro”. La cuestión es quién arma, qué munición se emplea, a quién la entregamos y cómo se va a utilizar. Demasiados, y delicados temas a abordar. Con el curso recién comenzado nos encontramos con recurrentes y nuevos retos a los que sería necesario poder dar la respuesta y solución adecuada por parte de la comunidad educativa; a la que, humildemente considero, pertenecemos tanto profesorado como alumnos (en todo tipo de modalidades y niveles), y madres/padres afectados.

Recurrentes y nuevos retos (cada uno de nosotros lo clasificará como fortalezas, oportunidades, debilidades o amenazas), tecnológicos, tales como la digitalización, la inteligencia artificial o los algoritmos; y sociales como la inclusión, sostenibilidad, equidad… Pero que, en resumidas cuentas, se trata de poder lograr el objetivo de dotar a todo el mundo de una educación de calidad, pública, gratuita y verdaderamente igualitaria y no elitista. Que no condene a los estudiantes a seguir manteniendo diferencias, con segregaciones encubiertas (políticas de admisión clasistas, necesidad de apoyo exterior…), abocando al fracaso a los desfavorecidos. Es imprescindible colocar a la Educación Pública en el lugar en que se merece, cuidarla y revalorizarla, reivindicar la cultura del esfuerzo y acabar con la podredumbre y la titulitis reinante.

Hay que ser radical (ir a la raíz) y cargar las armas educativas con recursos, conocimientos, valores, cultura, humanismo, pensamiento crítico y conciencia de clase. Seamos autocríticos y reconozcamos que tanto buenismo, educación emocional, resiliencia, empatía y otros adornos y trampas de la diversidad no son más que conceptos generalmente vacuos que se traducen en chiringuitos (“Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica”, Corintios 10:23), pero no fructifican los buenos propósitos que albergan sus contenidos.

Lamentablemente nos encontramos que, sin pretender ser pesimista ni demagogo, parte de los actuales receptores de las armas educativas serán en el futuro nuestros mediocres jefes y gobernantes, o potenciales influencers, tiktokers o youtubers que aspiran a veranear en algún resort de lujo de Gaza desde donde vomitar contenidos ultraliberales, xenófobos y misóginos.

Vivimos en la farsa de la meritocracia y del ascensor social saboteado por las clases privilegiadas, las que siempre han mandado y no están dispuestas a dejar de hacerlo, las que quieren blindar este sistema explotador capitalista, las que nos quieren hacer creer que cambian las cosas para que nada cambie. Es por ello que, como reflexión final, no puedo sino citar (gritar de rabia como tantas veces lo hemos podido hacer en sus conciertos) a uno de nuestros iconos musicales, de orígenes de barrio obrero: “Nunca tendrán las armas la razón, pero alguien debe tirar del gatillo”.

Porque son las armas educativas cargadas de razón, las que continua e ininterrumpidamente tenemos que estar disparando.