Estos días van llegando una tras otra tres efemérides, diferentes pero con significados profundos, todas ellas referentes a muertes. El 17 se cumplirán los 26 años de la de Enrique Urquijo, el 20 los 50 de Franco y el 21 los 25 de Ernest Lluch, aunque esta última se debe definir como un asesinato. De Enrique ya he hablado en otras reflexiones, el chico triste que nos dejó huérfanos demasiado pronto, por eso ahora toca recordar que el jueves 20 de hace 50 años Franco dejó de existir.
A menudo, echando un vistazo a los medios de comunicación diarios, se puede dudar de que efectivamente haya sido así. Uno tiene la extraña sensación de que nuevamente hay que situarse en primera línea de fuego, intentando frenar la posibilidad de que Franco y sus ideas sigan vivas, recordando aquella madrugada gris y tenebrosa.
Viene a mi memoria como si fuera hoy, la reunión con gente del PCE unas horas antes, la sombra de que una época más negra aún podría llegar como algunos preveían. Recuerdo también el recorrido en mi Seat 600 hasta mi lugar de trabajo, sin saber muy bien cómo saldría de allí.
No fuimos capaces de derrotarlo en las calles, en las fábricas y universidades, pero de allí salió una generación curtida que hoy aún sigue en las trincheras. Como en el libro de Ostrovski Así se forjó el acero.
Gentes antifascistas, inconformistas, librepensadoras, republicanas, ateas y un pelín utópicas, además de ingenuas, que en los tiempos actuales observamos con estupor cómo en algunos lugares vuelven a gobernar sus sucesores. Ese extraño conglomerado de derecha extrema más extrema derecha que suponen PP y VOX. Y lo más grave, que el 21% de nuestros jóvenes ahora le echan de menos.
Llega nuevamente la imagen de aquella madrugada negra, mi desayuno en silencio, apenas algún comentario sobre lo que podría pasar. En aquel tiempo militaba en el PCE, en la Universidad y en Artes Gráficas. Pensé en lo que había oído de la “noche de los cuchillos largos”, que la extrema derecha camparía a sus anchas este día, detenciones, quizás desapariciones, muertes…
No tenía miedo, pero fue un desayuno extraño, como de despedida. Luego, en el viaje hacia la zona de Atocha en aquel emblemático Seat 600 que tanta propaganda anti-franquista cobijó, pensé en prepararme por si me detenían; antes había limpiado mi casa.
Tenía ya un historial en la BPS y era candidato a resultar afectado por la represión, y un estremecimiento me recorrió el cuerpo.
Hoy miro por mi ventana y recuerdo ese momento; observo el panorama político y me vuelvo a estremecer. Por último, el miércoles 21 de hace 26 años asesinaron a un compañero de lucha por el diálogo y el entendimiento, como yo, constructor de puentes: Ernest Lluch. Al enterarme, sentí cómo me sacudían un directo al mentón que casi me tiró a la lona. Mantenía con él la misma línea de pensamiento respecto al conflicto vasco y a la actividad de ETA y fueron a por él, como antes a por otro amigo: Juan Mari Jáuregui, porque precisamente atacaban a los constructores de puentes, esos que ellos intentaban dinamitar con sus armas, con su violencia.
Recuerdo igualmente que al final de la manifestación que recorrió las calles de Barcelona como repulsa por su asesinato, la periodista Gemma Nierga, que fue la encargada de leer el manifiesto final, se saltó el guion pronunciando una frase que dejó seco, con cara de póker, al duro José María Aznar allí presente y por entonces presidente del Gobierno: “Estoy convencida de que Ernest, incluso con la persona que lo mató habría intentado dialogar; ustedes, políticos que pueden, dialoguen, por favor”.
Fue como un puñetazo que la sociedad civil, a través de Gemma, daba en la mesa de unos políticos enquistados en la confrontación y la guerra. Esa reflexión se pronunciaba después de un infame asesinato y en un momento muy duro de la banda terrorista ETA.
Ahora viene a mi memoria aquella famosa frase que quizás marcó el devenir de la solución de un conflicto que parecía eterno e irresoluble, observando que las tensiones actuales muestran los mismos síntomas.
Se refería Gemma a la necesidad de solucionarlo por la vía del diálogo y el entendimiento entre diferentes, incluso entre muy diferentes, y de alguna manera así se hizo, aunque fuera de manera minoritaria, paciente y discreta.
Hoy, 25 años después, aquella situación ha cambiado radicalmente, al menos aquí, aunque aún existan rescoldos sin apagar y gentes ancladas en el inmovilismo en un lado y otro de ese río hoy de aguas remansadas.
Me pregunto ahora, viendo esta otra dura confrontación, en este caso entre el gobierno y Puigdemont, si Gemma no debiera pronunciarla de nuevo en las calles de esa Barcelona convulsa, o directamente en cada sesión del Parlament, o en cada sede de los partidos de ámbito catalán y estatal.
Dialoguen, dialoguen entre las izquierdas, dialoguen entre los diferentes. Construyan puentes por los que comunicarse. Ernest Lluch, si aún viviera, seguro que lo estaría intentando. Aquí, en situaciones más extremas fuimos capaces de hacerlo. ¿Por qué allí no?
Efemérides, diversas, complejas, pero que merecen ser recordadas, porque el olvido es lo más terrible que nos puede ocurrir. Esta reflexión pretende impedir ese olvido. Veremos.
PD: Al finalizar esta reflexión, me llega la noticia de la marcha de Mazón. Que no se nos olvide nunca que desaparece el responsable pero quedan sus cómplices, Catalá, Mompó, Pérez Llorca y sobre todo, Feijóo y Abascal.
El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE
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