“Sin amigos no se puede vivir. Uno siempre tiene la avidez de tener mejores amigos y, si no los tiene, de encontrarlos. La amistad es una búsqueda perpetua”.

Jacobo Bergareche, escritor.

Hay amigos esporádicos, de esos con los que te ves de ciento a viento pero que se da una conexión instantánea; hay amigos circunstanciales, que coincides en el trabajo, en cursos, con los cuales consigues un buen trato; los hay permanentes, los de toda la vida, esos que te conocen tal cual eres sin tenerte que justificar; y los hay los que duran de verdad, los auténticos, aquellos en los que puedes confiar cualquier cosa, los que nunca te pedirán nada a cambio.

El antropólogo y psicólogo Robin Dunbar definió el número Dunbar en 150 personas con las cuales podemos tener relaciones estables y significativas, es decir, que los humanos no somos capaces de mantener grupos más grandes unidos y cohesionados. Esto nos lleva a pensar que a partir de esas 150, el resto como mucho son conocidas, pero no amigas.

Según Aristóteles hay tres tipos de amistad: amistad por utilidad, por placer y por virtud. Siguiendo esta lógica, hay amigos con los cuales haces cosas en común, jugar, bailar, andar, actividades que necesitas a los otros para llevarlas a cabo, pero que no las harías con cualquiera, las haces con personas que consideras amigas, aunque no coincidas en otras situaciones. Lo mismo pasa con las que te dan placer, esas amistades con las que te ríes, con las que debates, con las que te lo pasas bien. Y luego están las amistades que llamamos verdaderas, plenas, aquellas que te entienden sin demasiadas explicaciones. La mayoría de las veces son personas diferentes, pero es una maravilla cuando en una misma persona se dan los tres tipos de amistad. Suele pasar que, aunque tú busques el encuentro en cada una de las tres situaciones con la misma persona, no se dé, por el simple hecho de que la otra persona no te necesite en otros ámbitos y no abra un sitio para ti. Por eso, la amistad no se escoge, se busca, y si hay voluntad mutua, se encuentra. Y cuando se da el encuentro, es algo tan mágico que es una de las mayores felicidades.

Hoy en día se confunde o se funde en un mismo concepto amigo real y amigo virtual, los denominamos igual. En las redes sociales se habla de amigos, puedes tener cientos, miles de amigos virtuales que, en el fondo, a partir del 151 la mayoría de ellos ni siquiera son tan solo conocidos. Daniel Juarez, miembro del grupo de Facebook Byung Chul Han su pensamiento, dice: “Expuestos a raudales inacabables de información digital, la percepción se atiborra de imágenes y vídeos que desaparecen casi inmediatamente de la memoria. Así, esta va perdiendo su capacidad de narrar y de recordar”. Pero claro, la amistad, para que se dé, necesita compartir con la otra persona el afecto personal y esta se logra a base de hablar, contar y narrar lo que sentimos, lo que hacemos, lo que pensamos. Estar enganchados a las redes sociales, a los reels, esos vídeos cortísimos súper atractivos, nos roba el tiempo para poder vivir experiencias, pensar, meditar y saber contarlas. Y al tener dificultades para hacerlo, al quedarnos vacíos, en blanco, ante un amigo/a, optamos por el silencio, por lo que la incomodidad surge de inmediato. Lo fácil es achacar al otro, a la otra, que ha cambiado, que ya no nos cuenta nada, pero no somos conscientes de que nosotros tampoco contamos nada, ya que nada interesante y nuevo está pasando en nuestras vidas reales.

Estar enganchados a lo virtual nos puede llegar a aislar, pero ¿cuáles son los peligros de la amistad real? Según el actor Marcel Borrás, “El tiempo, el éxito y el ego son los grandes enemigos de la amistad”, a lo que añadiría, la mala, pobre o errónea comunicación.

En una entrevista en Ethic que Mariana Toro Nader les hace a los coautores del ensayo Amistad, el neurocientífico Mariano Sigman y el escritor Jacobo Bergareche aseguran que “el 99% de los amigos que pierdes es porque los has dejado de llamar”. Y esa dejadez suele venir provocada por distanciamientos físicos, traslados de lugar de vida, porque hemos cambiado nuestra manera de ser, nuestros intereses, o hemos encontrado otras nuevas amistades, o simple pereza. La dejadez mantenida en el tiempo nos lleva irremediablemente al olvido, a no echar de menos a la otra persona. Nos tenemos que llamar más.

Es curioso que el dolor y la tragedia unen. Tenemos un hondo sentimiento de solidaridad cuando algo malo le pasa al amigo, sin embargo, muchas veces, si el amigo triunfa, le va bien, suele provocar, en una parte, envidia que enturbia la relación, y en la parte exitosa un exceso de vanidad que le sube a un pedestal que impide también la relación. Hay que aprender a disfrutar del logro ajeno, y el que lo logra tiene que cultivar más la humildad.

El ego, el exceso de autoestima lleva en demasiadas ocasiones a la cabezonería, al no torcer el brazo, a no reconocer la valía del otro, a no tener en cuenta las propuestas de los demás, a empeñarse en hacer siempre lo que uno quiere y dice, sin filtros. El ego es caprichoso y tiende a la manipulación y al empobrecimiento del otro. No saber reconocer que nuestro ego puede estar dañando nuestras relaciones es condenarnos poco a poco al silencio de los demás, al distanciamiento y a la soledad.

Hay otro tipo de rupturas de la amistad relacionadas con la desacertada comunicación que suelen ser los malentendidos, los ocultamientos y la incapacidad de expresar lo que se siente, de dialogar, de debatir sin llegar al enfado. No se sabe manejar muchas veces el conflicto, no se sabe pararlo a tiempo y reconducirlo. Se está perdiendo el placer del debate, de profundizar en nuestras ideas, emociones, sentimientos y de aprender de lo que piensa el otro, sobre todo cuando te cuestiona tu propio pensamiento, te pone patas arriba tus creencias y te hace dudar. Del otro siempre podemos aprender si él se presta y nosotros nos abrimos.

Nos dice la filósofa Marina Garcés que “Cultivar la amistad es recibir, acoger. La capacidad de hospitalidad no pasa solo por ofrecer techo y mesa, sino el tiempo para compartir”. Y termino con las palabras del escritor Sergio del Molino “Para que los amigos de toda la vida sigan siéndolo en la senectud se requiere también esfuerzo. Alguien debe mantener viva la panda, actualizando los vínculos”.