Navarra celebra este 25 de noviembre treinta años de políticas públicas de igualdad con un consenso social e institucional que ha permitido crear uno de los sistemas de atención y protección más sólidos del país. En un contexto de intentos de involución y nuevas violencias silenciosas, la Comunidad Foral reafirma su compromiso: seguir avanzando, sin retrocesos, hacia una vida libre de violencia para todas las mujeres.
Treinta años después de la creación del primer organismo de igualdad en Navarra, esta comunidad vuelve a celebrar el 25 de noviembre recordando algo que la define: cuando se trata de defender los derechos humanos de las mujeres, Navarra avanza. Lo ha hecho durante tres décadas y lo sigue haciendo hoy, con un consenso que ha sobrevivido a cambios de gobierno, a transformaciones sociales profundas y a momentos políticos complejos. Es un compromiso social, una forma de entender la convivencia y una convicción democrática que nos ha permitido construir uno de los sistemas de atención y protección más sólidos del país.
Ese sistema –que incluye la Ley Foral 14/2015, los sucesivos planes de acción, la coordinación interinstitucional, los recursos especializados de atención o los protocolos locales de coordinación– no es fruto de la casualidad. Es el resultado de un trabajo sostenido basado en el rigor técnico, la evidencia y la voluntad política de situar las vidas de las mujeres en el centro. Sobre todo, se sustenta en un movimiento feminista y en una ciudadanía que rechaza con claridad la violencia y que exige políticas públicas a la altura de ese rechazo.
Este año, además, Navarra ha querido poner luz donde más sombras persisten: las violencias silenciosas. Aquellas que no dejan huella, que no aparecen en titulares y que, sin embargo, condicionan profundamente la vida de miles de mujeres. Violencias que se instalan en lo cotidiano –el control que se disfraza de cuidado, la violencia psicológica, la invasión de la intimidad, la violencia económica que limita elecciones vitales– y que permanecen invisibles precisamente porque durante demasiado tiempo hemos convivido con ellas. Al dedicarles la campaña institucional de este año, Navarra envía un mensaje inequívoco: también estas violencias son violencia; también requieren respuesta; también son incompatibles con una vida en libertad.
Mirar de frente estas realidades exige reconocer que nuestro modelo social arrastra inercias históricas que han sostenido desigualdades profundas entre mujeres y hombres. No se trata de cuestiones individuales, sino de asumir que hemos heredado una organización social que asignó a las mujeres más obligaciones, menos poder y menos autonomía. Si no transformamos esa base, las violencias seguirán reproduciéndose de forma silenciosa, incluso cuando hayamos mejorado los protocolos, los recursos y la respuesta institucional.
Esa raíz estructural se refleja de manera clara en una de las brechas más persistentes: la desigualdad en los cuidados. Navarra ha avanzado mucho, pero las tareas de cuidado –de menores, personas dependientes o mayores, de los entornos– siguen recayendo mayoritariamente sobre las mujeres. Esta desigualdad no es un asunto doméstico ni una elección privada: está profundamente vinculada al modelo económico, a la organización del tiempo y a la autonomía personal y profesional. Mientras el cuidado siga distribuyéndose de manera desigual, habrá mujeres con menos autonomía económica y personal, con menos oportunidades y con más vulnerabilidad frente a las distintas formas de violencia, especialmente las silenciosas. Por eso hablar de cuidados es hablar, también, de prevención de la violencia.
Este 25 de noviembre nos recuerda que necesitamos más valentía colectiva y más impulso feminista para afrontar estos retos. La violencia no surge de un vacío; nace de un modelo que, de no ser transformado en profundidad, seguirá reproduciendo desigualdades. La igualdad no es solo aprobar leyes o desplegar recursos –imprescindibles, sí–, sino revisar roles, expectativas, tiempos, oportunidades y estructuras que todavía asignan a las mujeres una posición desigual.
Aun así, Navarra tiene motivos para mirar al futuro con confianza. Contamos con una mayoría social crítica y madura, que rechaza tanto la banalización como el alarmismo, y que reconoce la igualdad como un compromiso irrenunciable. En un contexto donde algunos discursos intentan sembrar dudas, quebrar la confianza en el sistema o vincular violencia e inseguridad en las calles, nuestra comunidad ha demostrado que estos relatos no arraigan aquí. Navarra ha avanzado demasiado como para aceptar retrocesos que no representan a la ciudadanía.
Nada de lo logrado sería posible sin el movimiento feminista navarro, motor constante de análisis, denuncia y propuesta. Su capacidad de señalar lo invisible, de acompañar a las supervivientes y de impulsar transformaciones ha sido esencial durante estos treinta años, y lo seguirá siendo para avanzar hacia un futuro más justo y más libre.
Treinta años después, Navarra sigue eligiendo avanzar. Lo hace con serenidad, con responsabilidad y con una profunda confianza en sus capacidades colectivas para ampliar derechos, adaptar los recursos a nuevas realidades y construir una sociedad en la que ninguna violencia sea inevitable, ninguna víctima sea invisible y ningún retroceso sea aceptable. Porque cuando Navarra avanza, lo hace de forma firme hacia un horizonte libre de violencias contra las mujeres.
La autora es directora gerente del Instituto Navarro para la Igualdad / Nafarroako Berdintasunerako Institutua