Resulta inexplicable por lo menos para los ojos de los mortales. No se puede entender este cambio en el juego rojillo en tan solo siete días: pasar de la gloria al desastre sin intermedios ni pausas. Es más, cambiar tanto en solo 45 minutos, de un tiempo a otro ¿Por qué? ¿Por qué Osasuna es una ONG? Siempre resucitando a moribundos, ayudando a necesitados, a equipos en bancarrota… Incomprensible, injustificable, aunque el juego, que no el resultado, lo maquille con una buena reacción en la segunda mitad.
Ciertamente el partido arrancó con una intensidad muy fuerte, pero enseguida se pudo ver que era el Sevilla el que ponía la actitud, el carácter y la presión. Osasuna salió a ver qué pasaba, atontados, que era lo que había dicho Mendilibar esta semana que no quería de su equipo bajo ningún concepto fuera de casa. No le hicieron ni caso.
El Sevilla salió enchufado, se comió a Osasuna. Literal. Entró por bandas, sobre todo por la de Raitala, que volvió a ser un pasillo de lujo para Navas. Rakitic se hizo con el centro del campo y con la dirección del juego, poniendo el fútbol en el Sevilla. Osasuna ejerció de espectador, estuvo anulado, no encontró su sitio ni su función en el terreno de juego; en el plano ofensivo no propuso nada y mostró un juego demasiado rácano, sin dar tres pases seguidos.
Lo único positivo de toda esa primera parte para Osasuna fue que se retiró al descanso con una diferencia mínima, dejando el partido abierto.
Mendilibar aprovechó esa compasión del conjunto local para sacar a la artillería que le quedaba en el banquillo: Lamah e Ibrahima por Lekic y Lolo, reconociendo implícitamente que se había equivocado en su alineación inicial, ya que realmente el trivote Puñal-Nekounam-Lolo, que sorprendió a todos menos a él, no funcionó.
Osasuna ganó ofensivamente con la presencia de Ibra y Lamah, pero perdió en solidez en el centro del campo, que la intentó mitigar con trabajo, presión y la intensidad que le faltó en la primera mitad. Obligó al Sevilla a dar un paso hacia atrás, y el conjunto andaluz empezó a mostrar los motivos por los que está situado en posiciones mediocres en la tabla: irregularidad, intermitencia y desaparición de Reyes, su inefectivo contragolpe y su endeblez mental, su falta de frescura conforme van traspasando los minutos. Osasuna mereció el empate en esta segunda parte, pero Palop se lo impidió con dos paradones en ocasiones claras de un Lamah, que se entendió muy bien con Ibrahima y recuperó su mejor fútbol. Ello sin olvidar que el árbitro le birló un penalti clarísimo de Fazio en el minuto 73.
Y después de una segunda mitad en la que Osasuna mostró su mejor cara, su mejor juego, su superioridad, la pregunta vuelve a ser la misma: ¿por qué no jugó así en el primer tiempo? Ayer se vio que no vale con reaccionar. La mejor medicina es no regalar ningún minuto, y menos un tiempo completo, algo que ya ha ocurrido en demasiadas ocasiones este año. La lección aprendida ayer debe ser la última si se quiere aspirar a algo más que la permanencia.