HAY dos demarcaciones en un equipo expuestas a la lupa de la prensa y de la afición: el portero y el delantero centro. En otras posiciones, un futbolista puede pasar más desapercibido, confundido en el grupo según salga el partido, pero cuando eres el responsable de evitar los goles o de marcarlos no tienes derecho a la intimidad. Son papeles elegidos desde la infancia y que marcan la personalidad; dos puestos en los que la competencia es más alta que en ningún otro, y que, una vez hecha la elección, es difícil reconvertirse, imposible de hecho en el caso de los guardametas. La campaña de Osasuna está encumbrando a su portero (o al revés, según se mire), pero ha extendido la sombra de la sospecha sobre uno de los hombres más próximos al área: Nino. Cuando el menudo delantero firmó el pasado verano, quienes conocen su trayectoria sabían que su experiencia en Primera era cortita y que si tenía alguna acreditación como goleador en la máxima categoría la consiguió en un año y en los partidos del Tenerife como local. Y a los 31 años es difícil mudar, aunque todo cabe en el fútbol. A Nino, claro, se le exige como matador y los números le ponen en el centro del debate cada semana: solo tres goles en Liga, el último el 30 de octubre. Sin embargo, Nino es el tercer futbolista más utilizado por Mendilibar, después de Andrés Fernández y Puñal. El técnico le exige compromiso, presión a la salida del balón del rival, apoyo al medio campo y, si es necesario, lo acaba convirtiendo en carrilero zurdo cuando el partido va más avanzado y el oxígeno comienza a escasear en el equipo. Y responde. A Nino, como ocurrió poco antes con Aranda, hay que examinarlo también cuando no pisa el área, que en partidos como el del pasado sábado en Zaragoza fue lo que padeció casi toda la tarde. Si eso ya es complicado de valorar y más aún de aplaudir, cuando llegan las ocasiones, la oportunidad de decantar un partido, y la habilidad para rendir al portero no aparece, lo inmediato es señalar con el dedo y acusar. Sería injusto. Nino, como ayer Osasuna, topó con un Getafe que, sin agobios en la clasificación, vino a ganar y planteó un combate a campo abierto. Presionó mucho el equipo de Luis García, adelantó la defensa, sobre todo en la primera parte, y parecía que, ante ese despliegue, los rojillos querían poner en evidencia a su hombre más en punta enviándole balones por alto ante los que Cata Díaz y Alexis tiraban de músculo. Sin embargo, Nino terminó por ganar el terreno a los marcadores, sacándolos un poquito del área, buscando la acción sorpresa, combatiendo como el gladiador de la película que confiesa que tanto le impactó. Y ahí tuvo el partido Osasuna, en dos ocasiones del almeriense (y en una más de Raúl García casi al final), pero el gol no acudió a la cita. No fue por falta de codicia ni de combatividad. Tampoco en sus compañeros. Nino bien merece marcar ese gol que haga realidad su último sueño como profesional: jugar en Europa.
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