Hay algo épico, algo de otro tiempo en esa imagen postrera de Unai García, con galones de capitán, empujando el balón a puntapiés, avanzando campo adelante por el terreno embarrado tratando de superar la trinchera de adversarios que le salen al paso con piernas y brazos. Algo de otro fútbol. Quizás algo de lo que fue la esencia de otro equipo, de unos futbolistas que cuando no podían apelar a los recursos técnicos sacaban el genio y la casta, y si no daba para ganar -que muchas veces alcanzaba-, era un despliegue siempre digno de aplauso y reconocimiento. No parece el caso de este Osasuna. Ese recurso de echar adelante a un defensa central para buscar un gol redentor, un milagro de última hora, no encaja bien con el discurso teórico que hasta hace unos días venía sosteniendo el entrenador. La mala racha, la pérdida de cotización en la bolsa de la clasificación, ha provocado que Diego Martínez transmita la impresión de haber puesto en duda sus principios y sus procedimientos. Y mientras le acompañaron los resultados lo cierto es que le ha ido bien. Ahora le pueden las dudas y eso se plasma en el equipo y en el campo. El cambio en el minuto 34 de Clerc por Xisco es elocuente en el perfil de un entrenador que en algunos encuentros, en los de la racha buena, no ha llegado a agotar las tres sustituciones. El agua y el barro dejaron ayer en papel mojado su discurso metodológico. La tarde que había que aplicar la puntera, pelear cuerpo a cuerpo, disputar las segundas jugadas, meter más músculo que el rival, Osasuna no compareció. No lo hizo en toda la primera parte y se despabiló un poco en la segunda, pero en ese cuadrilátero el Oviedo era mejor y desde el principio tuvo las ideas más claras. Osasuna trató de improvisar, pero su estilo mecanizado (véase Coris) le pasó una vez más factura ante lo imprevisto. Y cuando buscó en su interior no encontró apenas rastro del estilo que le daba carácter en estos escenarios. Solo a Unai García.

Más presión.- Diego Martínez ya superó un primer contratiempo en un flojo e indeciso arranque de temporada. Luego logró armar un equipo y un sistema más eficaz que brillante. Ahora ha vuelto a la casilla de salida, aunque con más presión porque se abre una brecha inquietante con los primeros puestos. Sabe que tiene la obligación de subir porque ese es el único objetivo de la directiva. Y en invierno le van a reforzar la plantilla. Además tiene que abrir puertas de salida, retirar a algunos titulares y decidir sobre pesos pesados del vestuario. Significativo que ayer sacara a Tano antes que a Miguel Flaño. Los gemelos no juegan y acaban contrato el 30 de junio. Porque de la cantera, ni hablamos. Hacer debutar ayer en Segunda a Kike Barja en ese lodazal solo se puede calificar de ocurrencia.

Un grito de auxilio.- “Necesitamos ganar”, dijo el entrenador esta semana. Sonó a urgencia, a grito de auxilio. Un sofoco que viene también provocado por la altura de los objetivos. Por el sello de favorito. Por el cortoplacismo que supedita otros principios al premio inmediato en metálico y moneda de curso legal. Por eso, la imagen de Unai arrastrando el balón por el barro, lejos de sus dominios, con fuerza y coraje, demostró que afortunadamente aún queda algo del espíritu de Osasuna. Y eso siempre nos ha salvado. También a Diego Martínez si lo toma en cuenta.