OViedo - Osasuna perdió su tercer partido consecutivo y ya se ha metido en un bache. En un encuentro previsible, en el que el que marcara su oportunidad tenía todo el trabajo adelantado, los rojillos no fueron capaces de romper ese guión y sucumbieron ofreciendo una imagen muy discreta. Sin disparar entre los tres palos, intentando jugar en un escenario imposible, Osasuna cayó con la única muesca en la estadística ofensiva de su contrincante, que incluso se permitió el arriesgado lujo de fallar un penalti.

Osasuna continuó ayer pagando las consecuencias del partido aplazado ante el Nàstic, porque en una tesitura normal, sin un encuentro aplazado a sus espaldas, ni el árbitro hubiese forzado la máquina para la disputa del partido ni el conjunto rojillo hubiera consentido la disputa del semejante choque. Esto es lo que abundó, choques, encontronazos, patinaje en según qué zona. Un escenario imposible para el fútbol en el que Osasuna, que sabía que corría ese riesgo, el de perder con un fogonazo de su oponente, que luego se refugiaría en la complicidad del barro, tampoco se vio con capacidad para hacer nada más.

A los rojillos se les atraganta el calendario cuando llega la hora de hacer el primer balance del curso, ahora que se llega a la mitad del campeonato. Apartado de los primeros puestos de la clasificación, generando dudas en las últimas jornadas, sin mostrar la robustez que se le debe reclamar a un equipo hecho para el ascenso, a Diego Martínez y los suyos les toca ofrecer una primera lección de capacidad para la reacción. Para estar en la zona alta y ser uno de los grandes hace falta más que lo demostrado en estos últimos encuentros con pegada discutible, donde algo falla y no se encuentra. A este Osasuna científico y de laboratorio se le extraña un poco más de rasmia, la combustión innata que requiere este equipo.

Todo lo que le ocurrió a Osasuna en diez minutos definió lo que ofrecen los terrenos sometidos a una tromba de agua incesante. Primero fue un penalti, surgido de un derribo del portero con oleaje de por medio, después la acción del gol. Al Oviedo se le atragantó la tarde cuando falló el lanzamiento de la pena máxima, como también se le arregló el día con el tanto cinco minutos después, surgida de la habilidad inesperada para semejante césped en la que la sutileza venció al barro. A la defensa rojilla le pillaron en el centro y en el remate.

Y así, en el peor de los escenarios, con el campo para jugar sin remilgos, con un gol en contra muy pronto, a Osasuna le correspondió nadar contra corriente sin que lo consiguiera en todo el primer tiempo. Un Oviedo mejor, con más brío en las segundas jugadas, llevó el peso de la contienda hasta que los rojillos acertaron a jugar con menos contemplaciones y decidieron aplicarse a un fútbol más directo. No es que mejorara en exceso su puesta en escena, pero al menos había un modo con el que meterse en una pelea que exigía más determinación que finura. La inclusión de Xisco por Clerc, pasada la media hora de partido, también evidenciaba una cierta voluntad de cambiar el paso. Eso sí, los rojillos se marcharon a los vestuarios sin haber rematado entre los tres palos, con un acercamiento embarullado entre Clerc y Sebas Coris como única acción con cierto tono de peligro. Después no iban a redimirse de la falta de puntería.

Osasuna mejoró en la segunda parte. Subió muchos metros su presencia en el terreno de juego, se acercó a la portería rival y fruto de ello llegaron por fin algunas oportunidades, sin puerta de por medio, pero opciones. Primero un cabezazo de Unai, después un disparo de Lucas Torró que se fue a córner tras tocar en un defensa y un par de intentonas de Quique y Xisco, a los que les sobró un exceso de conducción sobre un terreno imposible para el raseo, fueron las credenciales de un Osasuna volcado.

Como suele mandar en estos casos, a Kike Barja, el chaval del Promesas, le llegó la oportunidad del debut en Segunda en un escenario exigente para sus condiciones de futbolista para el desborde y en un momento difícil para los suyos, por debajo en el marcador. Con ánimo más decidido, con más presencia cerca de la portería rival, a Osasuna le faltaba acertar con la chispa, darle un empujón más al partido, ver de una vez cómo paraba el portero local. A los rojillos les está faltando dar el último empellón y frente al Oviedo no fue excepción. Con Unai actuando de delantero en un ejercicio de brega intachable, también en el ataque tras haberlo hecho bien en la retaguardia, con Tano reapareciendo en la defensa tras diez meses de su terrorífica lesión frente al Real Madrid, intentado pero sin hacerlo ni verlo claro. Así se quedó Osasuna, queriendo algo, pero sin salir de su charco.