ha pasado el osasunismo en unos años de aquella máxima de Martín que recomendaba “no pensar”, luego al análisis introspectivo de Diego Martínez, para vivir ahora en un estado contagioso de autoconfianza que va del campo a la grada y de la hinchada a los futbolistas. Aquí hay materia para un estudio psicológico. Me refiero a esa extendida sensación de que cuando juega Osasuna (y sobre todo en su estadio) las cosas van a ir bien; de que si el rival marca primero, nosotros remontamos; de que si nuestro delantero goleador no tiene su día, aparecerán otros de segunda línea para rematar; de que si no juega el lateral que no se pierde un partido, ponemos a un centrocampista y lo arreglamos; de que si el contrincante es un equipo cuajado y valiente que acaba atacando con cuatro delanteros, seguro que no marca porque nuestro repliegue y hasta nuestra suerte hace de dique de contención. Vamos, que el osasunismo tiene la autoestima por las nubes, está feliz con el comportamiento de su equipo y sabe que en El Sadar la diversión está garantizada aunque, como ayer, la dosis de angustia amenazaba a los corazones más delicados. Sin tener más aspiración que puntuar en el próximo partido, Arrasate y sus muchachos van construyendo un sueño; difundiendo la idea de que todo es posible porque detrás hay esfuerzo compartido y aportando dosis de fantasía que levantan a la gente de sus asientos para celebrar un pase con el pecho, una triangulación en un palmo de terreno, un contragolpe en dos pases, la salida limpia de un balón desde la defensa? Este Osasuna que cumple con la exigencia básica de pelea y más pelea, resulta que juega bien al fútbol, que parte de la premisa de construir, de tratar bien la pelota, porque tiene futbolistas para hacerlo. ¿Nos llevará todo esto a un exceso de confianza? No creo.

Veamos el caso de Fran Mérida. Con el Cádiz dominante, pierde la pelota que da origen al 0-1. Lejos de venirse abajo, de llenarse la cabeza de dudas y el currículum de tarjetas amarillas, el tipo reclama la propiedad del balón, lo roba en las disputas y pone a su gente a jugar. ¡Aquí mando yo! Con ser relevante todo lo que hace Mérida, el mejor ejemplo de ese querer y poder fue ayer Íñigo Pérez. Que juegue de lateral izquierdo, que resuelva el compromiso con solvencia, no solo habla de la confianza del futbolista, también de la del entrenador, capaz de hacer una apuesta con un alto grado de riesgo presentándolo como algo natural porque es zurdo y una vez jugó en esa demarcación en el Athletic? Con esas dos premisas está el fútbol lleno de gente que ha fracasado.

Pero para entender a este Osasuna hay que observar y analizar a Roberto Torres. No hay mejor definición de la confianza en uno mismo que la tarde en la que salía del vestuario clamando que merecía más minutos. Tres meses después suma seis goles y tres pases de gol; ya no se lamenta cuando el entrenador le coloca en banda porque lejos de un juego encorsetado, encuentra libertad para crear y llegar a posiciones de remate. Si Torres está bien, el equipo juega mejor y la afición está entregada. Y hay 35 puntos en la cuenta y por primera vez Osasuna ocupa asiento en el vagón de play off ¿No es para estar eufóricos? Llámenlo simplemente confianza.