eguro que los clubes de fútbol tienen mucho que agradecer a Javier Tebas quien, pese a las primeras reticencias, ha conseguido sacar adelante este final de la Liga a toda prisa y fuera de fechas. No eran pocas las dudas que suscitaba la decisión: el impacto de jugar a puerta cerrada, la posibilidad de contagios entre jugadores, el riesgo para el físico de los futbolistas por volver a jugar en el corto espacio de 72 horas… Pero el superejecutivo del fútbol respondió al alto salario que le pagan para que sus jefes (aunque a veces parecen su subordinados) cobren los derechos de televisión y eviten la ruina de ver sus elevados presupuestos descompensados. El objetivo era salvar el negocio pero también hay que reconocer que tras el largo confinamiento el fútbol ha traído mucho entretenimiento después de encadenar días trágicos. En ese plan de Tebas para el retorno, con medidas de control y de seguridad extremas, la programación de partidos, el día y la hora, era una piedra angular. Llegó a decir el rector de LaLiga que para establecer los horarios habían realizado estudios comparativos de las temperaturas registradas otros años en las mismas fechas y que los partidos en el Norte darían inicio más temprano que en el Sur. Pues bien, Osasuna comenzó jugando a las diez de la noche en San Sebastián y ayer lo hizo a las ocho y media en Sevilla a 30 grados cuando arrancó el juego (el partido estaba señalado en principio a las siete y media). Creo que el dato es suficientemente significativo para declarar non grato a Tebas o a su hombre del tiempo si los dos no son la misma persona…

Porque tendremos que aceptar -por encontrar una explicación al chasco de ayer- que fue el calor lo que provocó esa inesperada bajada de tensión de un Osasuna que venía encadenando buenas actuaciones y mejores resultados. No sé, habrá que atribuir el desaguisado a la pereza que provoca la temperatura, a que los chicos no pudieron dormir la siesta o a que fueron víctimas de una insolación mañanera porque a la hora de comienzo del partido la sombra abarcaba ya todo el rectángulo de juego. Es cierto que las imágenes de televisión capturaban en los planos cortos rostros enrojecidos, como si hubieran estado puestos a cocer; que cualquier pausa tras una falta que requería atención de las asistencias era aprovechada para correr a por una botella con líquido; que la pausa de hidratación era como esas fiestas del agua; y que, para remate, el árbitro aplicó una propina de 4 minutos y otra de 6 cuando ya no quedaban ni fuerzas ni intención de maquillar el resultado, al menos por parte de Osasuna.

Pero como Tebas tampoco tiene la culpa de todo lo que ocurre en el terreno de juego, ni el calor es un elemento extraño a cualquier práctica deportiva, por esta vez habrá que reprochar a los rojillos ese comportamiento pasivo, la desorientación general, la ausencia de tensión y de ganas que -entendiendo la fatiga que arrastran y la buena aplicación durante todo el año- son siempre exigibles en un cuadro profesional con una enorme masa social detrás a la que no le agrada ver perder así a su equipo, encajando goles absurdos en los primeros y últimos minutos del partido. Y, ojo, porque el próximo partido comienza a las cinco de la tarde y a cielo raso.