aya por delante que soy de los que piensa que, más tarde o más temprano, los clubs pondrán en marcha un formato de liga a escala europea. Los graves errores cometidos en la exposición del reciente proyecto han tumbado de manera estrepitosa los planes que llegaban avalados por doce clubs de gran entidad y tanto poderío económico como ruina reciente, según expresó Florentino Pérez. Luego la mayoría de los promotores han acabado renegando del propósito inicial, pero eso ya tiene que ver con el hecho de haber dejado fuera de las previsiones a los aficionados y a los gobiernos, que también juegan un papel importante en las consultas previas, como ha quedado demostrado. Pero no tengo duda de que llegará un formato que supere a las ligas nacionales, como en su día la puesta en marcha del Campeonato en España (1929) concitó las críticas de clubes como Osasuna que prefería el torneo Mancomunado que, por cercanía y rivalidad de los contendientes, reunía más atractivo y aportaba mejores recaudaciones de taquilla por el desplazamiento numeroso de los hinchas. De hecho, Osasuna renunció el curso siguiente a participar en la recién nacida Tercera División (con el apoyo de la prensa y de los aficionados) porque la competición le resultaba más gravosa que atractiva. Quiero decir con esto que todos los pasos adelante en el entramado del fútbol han concitado un rechazo inicial pero ha habido que adaptarse al ritmo de los tiempos.

A mí me gustaba el fútbol primero que conocí: un grupo de Primera División, otro de Segunda y cuatro de Tercera. Y luego la regional, con duelos cargados de rivalidad y pasión a veces desbordada entre los vecinos de un pueblo y otro. Y la Copa de Europa y la Recopa por eliminatorias. Miren ahora los lunes las clasificaciones de fútbol en las páginas de deportes: un galimatías indescifrable. ¿Quién sube, quién baja? ¿Dónde juega este equipo la próxima temporada? Porque ahora vienen la Primera y Segunda RFEF a multiplicar la Segunda B. Salvando las distancias, a la Federación le mueven los mismos intereses que a los promotores de la Superliga: el dinero. Y esa nueva categoría semiprofesional va a acabar metiendo en líos económicos a más de un club. Al tiempo.

Osasuna debe extraer lecciones de todo este proceso al que ha asistido como espectador durante tres días con la lógica preocupación por una posible merma del 50% en los ingresos, según los cálculos que manejaban en los despachos de El Sadar. La primera lección es estar preparados para cuando la industria del fútbol cambie (el fútbol, digan lo que digan, nunca ha estado en peligro, otra cosa es el negocio que algunos tienen montado), y para ello hay que establecer bases sólidas, ajustar los presupuestos a la realidad del club y no dejarse cegar por planes inabarcables. Y, sobre todo, contar con la afición, no tratar a los fieles seguidores como consumidores sino como parte fundamental del entramado; y ese es un valor consustancial a Osasuna como club deportivo diferenciado del resto. Por eso sigue siendo obligado revisar actuaciones como la elección de compromisarios. Quizá nunca juguemos una superliga pero podremos presumir de ser un superclub.