Una aparición fulgurante de Aimar Oroz, surgiendo en medio de un partido que se había vuelto muy gris, le dio los tres puntos a Osasuna. No fue solo lo decisivo del gol, sino que con la diana del centrocampista navarro el encuentro cambió, viró hacia el lado de Osasuna que vivió una recta final del choque llevando el mando y haciendo suficientes ocasiones como para lograr una renta mayor y más cómoda. Indudablemente, el equipo de Vicente Moreno le ha pillado el truco a las comparecencias en El Sadar porque las cuentas así lo certifican. Los diez puntos de los doce posibles en los cuatro compromisos en casa solo pueden entenderse si se hacen muchas cosas bien.
Habrá que definir hasta dónde hay solidez –hubo mucha capacidad de sufrimiento–, fortuna –siempre necesaria–, determinación –en el minuto 90 hubo dos ocasiones de gol de Osasuna con un puñado de rojillos en el área rival–, excelente tono físico –los hombres de Vicente Moreno anduvieron más firmes conforme los minutos se ponían en cuesta– o, en tardes como frente a Las Palmas, si la genialidad de un futbolista con clase y capacidad para el desequilibrio es lo único fundamental, aunque Aimar hizo mucho más. En el reparto de estos factores y algunos otros reside el paso firme que Osasuna ha iniciado en El Sadar.
El oportunismo de Aimar Oroz al conducir a gol el primer chispazo de los rojillos en el segundo tiempo –hasta entonces se había sufrido un irritante dominio de los canarios– fue el impacto inicial que creó el tsunami que azota al equipo. El canterano, que completó una actuación de altísimo nivel –le buscaron con un juego intenso excesivo para pararle– no solo dio los tres puntos y consagró la estadística del equipo en su domiclio, sino que alivia los efectos de los encuentros fuera de casa –solo dos, pero con un carro de goles en contra– e inyecta dosis de confianza en un grupo necesitado de ella para despejar algunas dudas.
El encuentro ante Las Palmas fue un camino de espinas en el desarrollo y una ruta entre flores por la conclusión. Entendido como finalización los muchos minutos de control y de ocasiones desaprovechadas que jalonaron los veinte minutos finales.
Osasuna hizo una mala primera parte. Fue mala porque el ímpetu de su salida le duró menos de quince minutos, en cuanto Las Palmas se hizo con el balón, porque Sergio Herrera evitó dos goles en los momentos más brillantes de los canarios, porque el primer remate a puerta de Osasuna fue de un defensa rival –a los 32 minutos– y porque tras marcar de penalti gracias a Budimir –a quien habían cometido la falta en el área–, los rojillos no fueron capaces de sostener la renta más que dos minutos. El colofón de un discreto primer tiempo fue precisamente esa acción, un córner con tres jugadores de Las Palmas desatendidos, en especial el rematador final, Moleiro, que se coló en el área pequeña por la puerta de atrás, nadie le vio, y marcó de cabeza sin oposición. El colmo. Otro puñetazo en lo emocional.
La segunda parte fue también un torbellino de sensaciones por el desarrollo absolutamente contradictorio del partido. Las Palmas entró al césped con las ideas más claras y mucho más decidido y estuvo a punto de tumbar a Osasuna. Se le anuló un gol por fuera de juego –a Osasuna se le había anulado otro por mano de Boyomo en la primera parte–, Fabio Silva rozó un poste en un disparo cruzado y McBurnie hizo perfectos los prolegómenos del desmarque para equivocarse en el remate en otra oportunidad. La tormenta comenzaba a crecer.
La calidad se impuso en el segundo gol de Osasuna. Fue la primera jugada de los rojillos en la reanudación, pero un pase profundo de Rubén García desde el costado derecho fue un dardo envenenado en el tuétano para una defensa descolocada. Aimar Oroz pisó el terreno donde no tiemblan los buenos y marcó. Aunque quedaba media hora por delante, Osasuna dio carpetazo al encuentro entonces, porque Las Palmas fue disminuyendo en sus fuerzas y no basta solo con el entusiasmo cuando el motor no funciona.
Osasuna se mantuvo en el partido con otros protagonistas. Raúl García, relevo de Budimir en los veinte minutos finales, le dio un gran impulso a Osasuna porque mantuvo voracidad y presencia en la punta. El ariete no solo estuvo a punto de marcar en una jugada a la carrera, sino que le dio un regalo a Pablo Ibáñez que solo ante el meta rival remató sobre su cuerpo.
Tiene que ver con hacer las cosas mejor que sus rivales, pero mientras pueda, Osasuna debe seguir subido a esta ola que se ha fabricado en casa, porque es muy difícil ganar.