Rouzaut debía de tener un buen ojo. Primero con sus pacientes, dada su profesión de óptico un apellido de oftalmólogos que hoy todavía sigue vinculado a la calle Chapitela, y después con la fotografía. Cuando sacaba tiempo, Rouzaut, miraba a la ciudad, a sus personajes, a las manolas que salían de la plaza de toros en aquellos Sanfermines de los años 20 que conoció Hemingway, a los niños que se sentaban en los fosos de la muralla... y hoy las imágenes que captó con su cámara, una Ica Polyscop, hacen volver el recuerdo hacia la feliz Pamplona que fue. El libro, bajo el título Luis Rouzaut. Óptico de profesión... y cronista de la vida navarra a principios del siglo XX, acaba de salir a la venta en todas las librerías y recopila 242 instantáneas en blanco y negro, la mayoría de las cuales nunca ha visto la luz. Un placer para nostálgicos y para amantes de la ciudad, que ayer los autores, y miembros de las actuales generaciones de Rouzaut, presentaron en el Hotel La Perla. Luis Rouzaut nació en la casa familiar de la calle Chapitela, allá por 1886, en el seno de una familia francesa que emigró a Pamplona en el siglo XIX, y fue por el interés de su tío Odon Rouzaut, otro comerciante de la misma calle, que tuvo desde pequeño la nacionalidad española y la francesa. Como recuerda el historiador Juan José Martinena, autor de los textos del libro, de ahí le pudo venir su pasión de viajero incansable, de esta casualidad y de que su padre le mandara estudiar la carrera de óptico nada menos que a Estados Unidos, después de pasar por los Escolapios y por la Escuela de Artes y Oficios de Florencio Ansoleaga. Regresó de formarse y en 1913 heredó la Casa del Óptico que su padre había fundado en 1864, y que hoy sigue activa, primero a través de sus hijos y ahora de sus nietos. Porque Luis Rouzaut se casó con una pamplonesa, Jacinta Garbayo, y tuvieron cuatro hijos: María Luisa, Esteban, Javier y Miguel, lo que determinó que se quedara definitivamente. Uno de los menores, Javier Rouzaut, es otro personaje popular de la ciudad, además de por su profesión de óptico, porque fue concejal de Pamplona y alcalde en 1972. el libro Un retrato de los años 20 El libro se estructura en tres grandes capítulos: Pamplona, Sanfermines y Navarra. De la ciudad de los felices años 20 (a la que dedica el 70% del libro) se pueden ver curiosas estampas de los primeros edificios del Ensanche, la zona del Fortín de San Bartolomé cuando no existía el parque de la Media Luna, el viejo puente de la Magdalena con barandilla de metal, la casa del arbitrio en el portal de Francia, donde se cobraba por los artículos que entraban a la ciudad, la parada del Irati, las partidas de bochas en la popular Casa Cholo, en la Vuelta de Arantzadi, y la vieja plaza de toros, ubicada donde hoy está el Gayarre, y que pereció en un incendio (algunos dicen que intencionado) el 21 de agosto de 1921. La parte dedicada a las fiestas de Pamplona también recupera para el espectador del siglo XXI imágenes hoy desconocidas de los Sanfermines de hace 90 años. Corredores vestidos de traje delante de los astados; el pasacalles de la legendaria peña La Cometa; las barracas en la calle Padre Moret, hoy al lado del Baluarte, y la imagen de los churreros con la muralla de la Ciudadela al fondo; y hasta el desencajonamiento de colosales astados de imponente arboladura junto a la ya desaparecida Fábrica del Gas. No faltan tampoco imágenes de las corridas de toros y de faenas magistrales de los diestros en la arena del viejo coso. El capítulo dedicado a Navarra incluye instantáneas de varias localidades, el Castillo de Javier, el desaparecido balneario de Tiermas, y bellísimos retratos de escenas de caza, de bailes de pueblo algo menos agarrados, y de los primeros vehículos. el óptico fotógrafo La imagen, como instrumento de documentación histórica Hoy, décadas después, este legado sale a la luz gracias a su nieto político Pachi Gurrea, el principal impulsor de este libro junto a Joaquín Ahechu, y autor de la selección de las fotografías de entre un fondo de cientos de ellas, la mayoría en placas de cristal. Pachi afirma que "la maleta de Luis Rouzaut con estas imágenes estuvo sin abrir 50 años", un material "valiosísimo" que ve la luz "por primera vez". Por su parte, el director editorial, Juan Pedro Bator, opina que Rouzaut, que falleció en 1964, "es un personaje fascinante", y a pesar de que la fotografía no era su profesión sino una afición en la que mucho tuvieron que ver sus dotes de óptico y su manejo de las lentes, fue "un gran retratista" de la sociedad pamplonesa de la época, que utilizó bien el blanco y negro. Martinena recuerda además cómo otro ilustre de la fotografía, Carlos Cánovas, en sus Apuntes para una historia de la fotografía en Navarra, ya afirmaba que Rouzaut, con Altadill, Ayala e Istúriz, "pusieron de manifiesto una preocupación por la fotografía en tanto que instrumento de documentación, cuyo registro notarial habría de servir para la memoria colectiva".