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Zahariche, secreto de una familia de leyenda

Lugares como la finca de Zahariche, el territorio de los legendarios Miura, ilusionan la mente y colman el ardor guerrero para pelear sin descanso por la afición que nos embarga.

Zahariche, secreto de una familia de leyenda

Sábado, día 29 de enero. Los penitentes abandonamos Dehesa de Frías camino de Lora del Río. Atravesamos la localidad, y pasando el puente sobre el Guadalquivir, observamos de nuevo la barrabasada de las pasadas inundaciones. Tomamos camino por la vieja carretera que lleva hasta La Campana y de ahí a la autovía que desde Carmona... la vieja diligencia iba caminito de Sevilla con siete mulas castañas.

A la puerta de un restaurante en las cercanías de Lora nos esperaba hacia las dos de la tarde Antonio Miura Martínez, propietario junto a su hermano Eduardo de la mítica ganadería Miura, santo y seña de los Sanfermines. Después de almorzar, como catalogan allá en el sur a la comida del mediodía, ligeritos y sin café, nos pusimos en movimiento y en unos minutos accedimos a las puertas de Zahariche y su espectacular maderamen escoltado por dos enormes calaveras encornadas, que me siguen impresionando desde mi primera visita en 1980. Los recuerdos se atropellaron en mi mente y durante unos segundos previos al acceso al patio de la casa solariega, rememoré la fortuna de mis charlas con el difunto Don Eduardo, quien desde finales de 1940 hasta 1996 regentó la ganadería heredada de sus ancestros.

Si algo molestaba en grado sumo al patriarca era que una persona a la que acababa de conocer -léase, un advenedizo como yo-, le atacara de entrada el tema de sus toros y las historietas que abonaban el devenir de la vacada. Así que, avisado por Eduardo y Antonio, me cuidé como de mearme en la cama de atizarle con el tema. Le cité a Fernando Villalón y todo fue sobre ruedas. El ganadero loco y poeta fue íntimo de su abuelo Don Eduardo, el de las patillas, y el mito ganadero desgranó, mientras se tomaba una copita de rosado de nuestra tierra, que por cierto le encantaba, anécdotas maravillosas de aquella relación. Me lo pasé de coña.

Con el tiempo, el criador ya me comentó características de sus bureles, algún cruce parcial, sobre todo con un semental del Conde de la Corte. Me hizo hincapié en la tardanza del remate de las culatas y morrillos, sobre todo en lo más cabrera. Yo era un hombre muy feliz.

Cuando accedimos a la vivienda de Antonio, nos esperaba su esposa Cristina, un cielo de mujer. Estaba ya preparado el café y una buena dosis de pacharán y pastas para favorecer el proceso digestivo. Por cierto, aprovechamos para darle al fumeque, lejos de toda mirada inquisitoria como en los locales públicos.

las reses

Hermosura y altanería

Antonio ya nos había avisado de la imposibilidad de acceder a los cercados, debido al pésimo estado del terreno, a consecuencia de las lluvias torrenciales que habían atormentado todo el entorno. Como única posibilidad, los vaqueros acercaron hasta el cercado junto al cortijo, un lote de bóvidos encornados que pudimos observar desde la distancia. Vigilamos lo variado de sus capas y cornucopias. Lástima que lo fotografiado no pueda mostrar la hermosura y altanería de los bureles, pero es sabido que la casa ganadera no enlota hasta pocos días del embarque y compromiso. Las bajas desbaratan en muchas ocasiones la intención de los ganaderos. Es la única ganadería del planeta de los toros que se puede permitir el lujo de reunir la corrida sin tenerla reseñada hasta el último momento.

A continuación, nos reunimos todos alrededor de una mesa donde saboreamos una magnífica tertulia. Antonio nos invitó luego a visitar el museo histórico de la familia ganadera, que lo atesora desde la fundación por el sombrero oriundo de Urdax, Juan Miura, allá por el año 1842.

Para algún miembro de la expedición era la primera visita al museo y quedaron boquiabiertos ante semejante culto a la etnografía. El Patxi y el Polite, conocedores de los cubículos de la casa ganadera, deambulamos charlando con Antonio y renovamos los votos de amistad, de amor incuestionable al toro de lidia y soñando con un futuro esperanzador para la fiesta.

Lugares como Zahariche te iluminan la mente y colman hasta el hartazgo el ardor guerrero para pelear sin descanso por la afición que nos embarga.

Hacia las ocho de la tarde-noche, y porque éste que suscribe se puso pelma, la comitiva puso rumbo a Jerez de la Frontera donde los viajeros disfrutarían de parada, fonda y la hospitalidad de Pepe Agarrado y su Sra. Clara Montaño, insignes boticarios en la calle de La Merced jerezana, pero esto será otra historia, que diría Kipling.