Mª Ángeles Del Pozo estrenó el portal número 11 de la calle Teobaldos en 1930. Hace más de 50 años que ya no vive allí. En esa vivienda pasó 31 años de su vida con su familia. No se alejó demasiado. Cuando se casó, se trasladó a la calle Doctor Huarte y más adelante, a la avenida Carlos III. Todo era distinto. Desde las comodidades domésticas hasta la convivencia vecinal.
Ahora, su portal, así como los portales 3 y 5 de la calle Leyre, 7 de Amaya y el 7 y el 9 de Teobaldos, están declarados en ruina y a la espera de ser derruidos esta primavera. El bloque del portal tenía cuatro plantas con cinco viviendas en cada una. "No había nada más en los alrededores, más que la fábrica de zapatos López y una harinera", recuerda Del Pozo. "El portal 11 era inmenso, subías las escaleras y a la derecha había dos casas, enormes y a mano izquierda, otras tres", describe Paki Olivares, que vivió toda su infancia en aquella manzana, desde su nacimiento en 1948, cuando su bloque estaba en vísperas de cumplir dos décadas. Dejó la vivienda familiar a los 25 años, para irse a vivir con su marido a Orvina, donde reside desde entonces. Administrativa de empresa hasta su prejubilación, es madre de dos chicas, de 36 y 31 años.
"En mi portal había 20 familias. Nosotros vivíamos en el primer piso, interior derecha. Las casas eran de renta barata, pero se fueron incrementando, en cada reforma, para las que además tenías que pedir permiso, hubo un aumento de renta", explica Olivares. En cambio, Del Pozo agrega que "en su casa no se pudo hacer un baño, no nos dejó la dueña, por estar en un tercer piso y los travesaños eran de madera, tenían miedo de que se inundasen los pisos".
En cuanto a la convivencia en el bloque, Olivares reconoce que añoraba la relación que mantenía con sus vecinos. "Era como un pueblo, había una convivencia estupenda, todo el mundo sabía si había alguien enfermo y se le visitaba. Mis hermanas y yo éramos las niñas de casi todos los vecinos, si mi madre tenía que salir, nuestra vecina Felisa siempre se quedaba con nosotras", comenta Olivares, recordando las "partidas de cartas en los rellanos" o las celebraciones en las que participaban los residente. "Cuando se casaban las vecinas, los padres exponían la dote en casa, invitaban a todos y se ofrecía un aperitivo", añade Olivares. Incluso recuerdan la estancia de algunos familiares del Cardenal Gomá en el primer piso.
Sin embargo, con el tiempo, "algunos se fueron a una casa mejor, otros se fueron haciendo mayores, se fue perdiendo ese trato tan personal", lamenta Olivares.
Recuerdos tan identificables para algunos, resultan difíciles de recrear para quienes no lo vivieron. La modernización doméstica que ahora se considera básica, como un cuarto de baño y una cocina bien equipados, fue en su momento una de las mejoras mejor acogidas. "Fue una gozada cuando pusieron el baño, porque antes era un incordio", afirma Olivares, quien recordó cómo, de pequeñas, se lavaban en una pila y los fines de semana iban a la casa de baños, "había bañeras enormes y calefacción", para poder "bañarse como Dios manda". Sin embargo, el electrodoméstico más valorado, sin duda, fue la lavadora. "En esa casa vivíamos mis padres, mis abuelos, mis dos hermanas y una persona que trabajaba fija en la tienda de mis abuelos. Mi madre siempre decía que lo mejor había sido la llegada de la lavadora".
El espacio central de la vivienda era la cocina. A falta de frigorífico, todas las cocinas de las casas tenían una ventana que daba hacia los patios interiores, las zonas más sombrías del edificio, donde colocaban la despensa. "Eran cajas de madera, la puerta estaba hecha de rejillas tupidas, para que no entrasen moscas, y oreadas, donde guardábamos todo", explica Olivares. "Un vecino del segundo piso nos llevaba los veranos a los campos de los alrededores a coger cebada, tostarla en casa y hacer café", cuenta Del Pozo.
Los potajes en invierno y las ensaladas en verano eran la base de sus menús. "La leche se repartía en un carro que salía desde las casas que había cerca del Club Natación", apunta Del Pozo. Sin embargo, no olvida la dureza de la época: "Pasábamos hambre, nos racionaban hasta la tela para los vestidos". Para las ocasiones especiales, el pollo asado se consideraba un festín y los domingos, siempre arroz con pollo. "Como mis abuelos eran alicantinos, comíamos mucha comida de esa zona. Ellos vinieron a Pamplona cuando mi madre tenía diez años", explica Olivares.
los negocios
La heladería del barrio
La familia puso una heladería (también confitería) en el portal 1 de la calle Leyre y durante un tiempo, también una tienda de ultramarinos. "Eran muy conocidos en el barrio incluso los curas del colegio Los Escolapios le pidieron a mi abuelo que fuese con su carrito de chucherías a la hora del recreo para evitar "una salida masiva de alumnos". Los domingos, antes de la sesión de cine que se ofrecía en Escolapios, la tienda rebosaba de clientes y Olivares y sus hermanas echaban una mano en ella. "Esa heladería llevará 33 años cerrada. Al lado se instaló la Pescadería Arrain, que estuvo hasta que se empezó a desalojar. En la calle Leyre ha habido una fabrica de caramelos (Los Navarricos), una tienda de electricidad, la peluquería de caballeros Ibáñez, que vivían al lado y luego el bar Larumbe y en la esquina el bar Leyre", recuerda Olivares. También la calle Amaya tuvo una considerable actividad económica esos años, "hubo una alpargatería, un par de mercerías, la tienda de ultramarinos de la Marichu, una tienda de electricidad, la panadería Mina, la tienda de cochecitos Pérez, y en la esquina, la carnicería de Jesús", enumera Olivares.
En la calle Teobaldos, ambas recuerdan que había un estanco, un bar, una tienda de electricidad, un tostador de café y un garaje. En la esquina de Teobaldos con Olite, había otra de electricidad, otro negocio de calzado, una carbonería con un burro y un carro para distribuir el carbón, los garajes de la Roncalesa y los talleres Martínez. Algunos negocios sustituidos por locales conocidos: "Donde está la Carbonera, había un almacén de ferretería, y el bar Guru abarcó lo que en su momento fue un taller de lampistería, una librería y la heladería", compararon. Tras volver al presente, al mirar hacia el bloque, Olivares no pudo evitar manifestar: "Yo no paso por aquí sin mirar mi casa, me da mucha pena que la tiren, tengo mucha querencia de esta calle".