En 1894, toda la orilla del Arga mantenía aún la actividad económica que había albergado desde la Edad Media, con molinos harineros, curtidores lavando sus pieles, lavanderas, una tejería y alguna otra fábrica emplazada hacia el lado de la Rotxapea.

El molino de Caparroso existía ya para el siglo XI, momento en el que recibía el nombre de molino de San Miguel, por pertenecer al burgo homónimo. En 1498 fue comprado por un rico mercader pamplonés, Pedro de Caparroso, cuyo nombre conservaría ya para siempre. Por este tiempo, el edificio fue totalmente reconstruido. Durante la ocupación napoleónica, los guerrilleros de Espoz y Mina se deslizaban hasta aquí por las noches, para intercambiar información con los pamploneses resistentes, motivo por el cual los sitiadores evitaron destruir el molino. En 1848 fue adquirido por Salvador Pinaqui, industrial de Baiona asentado en Pamplona, que instaló aquí una fundición. En ella, confeccionando aperos de labranza, trabajó el tenor Julián Gayarre hasta su marcha a Madrid en 1865. A fines del XIX, la compañía Electra de Aoiz adquirió el viejo molino, transformándolo en central eléctrica. Para ello levantaron la alta chimenea de ladrillo, que evacuaba los humos producidos por la turbina.

HOY EN DÍA es posible aún ver la casi milenaria silueta del molino reflejada en las aguas del río Arga, aunque el peaje que ha tenido que pagar ha sido ciertamente caro. Tras un periodo de abandono, en el que el viejo edificio terminó por arruinarse, el Ayuntamiento impulsó en 1999 un proyecto para su rehabilitación y transformación en establecimiento hostelero. Vecinos e iniciativas populares denunciaron entonces la agresiva intervención realizada, el desmantelamiento de estructuras originales y los añadidos extemporáneos con que fue "adornado". Aunque debemos conceder que con el molino se ha recuperado un espacio público que humaniza y revitaliza la orilla del Arga, convertida en zona de paseo.

Vemos, a la izquierda, la fachada que las instalaciones del Club Natación muestran hacia el río. Sigue el molino, con su torre medieval y su alta chimenea, así como el voladizo de madera y hormigón añadido en la rehabilitación. La presa, que veíamos ya en la foto de 1894, sigue siendo un polo de atracción para los deportistas acuáticos, mientras que al fondo se ven las nuevas pasarelas que cruzan el río, todo ello coronado por la silueta inconfundible del monte Ezkaba-San Cristóbal.