Pamplona - Con 25 años, Arcadio Ibáñez San Juan abrió en el grupo Rinaldi de Iturrama su pequeña tienda de barrio, Comestibles Ibáñez, una de las primeras que vio la luz cuando la zona aún estaba por terminarse de construir. De la decena que acabó dando vida a la calle, la suya es la única que hoy sigue en pie, después de casi 52 años. Un rincón lleno de frutas y verduras navarras que sobrevive al paso del tiempo, a la crisis y a la amenaza de las grandes superficies, que ofrecen un precio más bajo. El porqué de su permanencia no es otro que “ofrecer cercanía, calidad y el sabor de siempre”, según su mujer, Conchi Salinas, la otra cara visible de este pequeño comercio. Hoy, ambos tienen 77 años y, aunque desde hace una década dejaron su negocio en manos de su hijo pequeño y la mujer de éste, Eliane, este matrimonio sigue dejándose ver por el número 24 del entonces corazón de Iturrama que les dio todo.
Ibáñez y Salinas son defensores a ultranza de lo natural y así lo demuestran al utilizar el mismo método de cultivo que ya existía cuando ellos empezaron. “Ahora le ponen la etiqueta de ecológico a la fruta y verdura que sigue la técnica de cultivo de toda la vida”, aportando solo “las sustancias naturales de la tierra”, apunta él. Y es que para obtener un buen producto “de calidad y con buen sabor”, Arcadio señala que el secreto, “sabido por todos pero que hoy no lo sigue casi nadie”, es “repartir los metros cuadrados en la menos cantidad posible de verduras y frutas para que se lleve los necesarios”. “¿Nunca te ha pasado que has cogido una mandarina que no sabía a nada? Pues eso”, matiza. Conchi lo ratifica: “Les importa más el dinero que la calidad; no miran a las personas”.
Pero lo peor de todo, dice este matrimonio, no es ese detalle, ni que la mayoría de las empresas utilicen fertilizantes y fungicidas en los cultivos, sino que “muchos productos tóxicos que están prohibidos en la Unión Europea, no lo están en Marruecos, donde los usan. Y esa fruta, esa verdura, después llega aquí, se consume”, denuncia.
Salinas reconoce que son más que conscientes de que, al evitar productos químicos, la fruta sale “más fea, se vende menos; así que esa nos la quedamos nosotros. Total, ¡sabe igual de bien!”. Además, esa mercancía despreciada por unos es muy requerida por otros, razón por la que “ayudamos al comedor París 365, ¡y cómo la aprovechan!”, exclama Arcadio.
Supervivencia Desde detrás de su escaparate, Conchi y Arcadio han visto cómo la decena de comercios vecinos y amigos han ido bajando, poco a poco, sus persianas para no volver a abrirlas. “Esos momentos son muy desagradables, sobre todo porque sabes que no han trabajado menos que tú”, lamenta Ibáñez. Conchi recuerda cómo a lo largo de 52 años han pasado “de todo. Pero el peor momento fue cuando empezaron a llegar los supermercados”. Su permanencia la explican, por un lado, por ser Grupo Rinaldi, un barrio dentro de un barrio; por otro, el trabajo duro: “Muchas horas de trabajo, mucho sacrificio”, matiza Salinas. Un sacrificio patente, por ejemplo, nada más entrar en la tienda, que mantiene la apariencia con la que empezó. Hace frío, mucho; no tienen calefacción: “¿Por qué te crees que nos conservamos tan bien?”, pregunta Conchi entre risas. Después, su marido explica la causa: “El calor no es bueno para el producto, aguanta menos”.
Durante muchos años, la fruta y verdura que ofrecía este matrimonio era de su propia cosecha, con plantaciones de Miranda de Arga, pueblo de origen de Ibáñez San Juan. “Pero llegaron los supermercados con un género que llegaba de otro sitio más barato”, relata Salinas, así que empezaron a comprar a terceros, con la única condición de que estos ofrecieran un producto natural y de Navarra, la mayoría del pueblo natal de Arcadio. Además, este hombre sigue trabajando en una huerta que, junto a un hijo, tiene en la Magdalena (Pamplona).
En este medio siglo de trabajo han pasado cientos de caras por delante de sus ojos. Una clientela que se ha mantenido en gran medida, pero otros son rostros nuevos. Todos comparten el mismo perfil, asegura Conchi: “Buscan calidad y cercanía. Aunque parece que se va perdiendo, vienen muchos jóvenes que buscan los sabores de los que les hablan sus padres; también mucha gente que no es del barrio”.
En la tienda, no existe ni un solo espacio vacío; todo está lleno de cajas y cestas de todo tipo de frutas y verduras de todos los colores, además de algunas conservas y setas. El gentío es constante, síntoma de que su resistencia a los supermercados va para largo. Una de las nueras de Arcadio y Conchi, Eliane, es la que ahora está al frente de este negocio familiar. “No podía haber persona más válida, estamos muy orgullosos”, subraya Salinas con una gran sonrisa.