Madrid - Hacía ya cinco años que no salían de Navarra y ya había ganas de conocer algo más de mundo. Los viajes no son lo suyo, pero una ocasión como esta lo merecía y, si hacía falta, dejaban a un lado las jotas para arrancarse con un chotis. Joshemiguelerico, Joshepamunda, Sidi abd El Mohame, Esther Arata, Selim-pia Elcalzao, Larancha-la, Toko-toko y Braulia hicieron las maletas y, ni cortos ni perezosos, se montaron el miércoles en un camión para dirigirse a Madrid. Eran los invitados de honor al inicio de fiestas de la capital de Estado y no dudaron en lavar y planchar sus mejores galas, unas prendas que llevaban guardadas meses desde su último desfile en Pamplona.

Tras pasar la noche en un cómodo almacén de autobuses, ayer por la tarde se dirigieron temerosos hacia la plaza de Isabel II, la trasera de la Ópera y a escasos metros del palacio real. Edificios altos, majestuosos y llenos de historia les daban la bienvenida. La ciudad ya estaba engalanada para dar comienzo a las fiestas en honor a su patrón, San Isidro, y sólo faltaban los invitados de honor: la Comparsa de Gigantes de Pamplona.

Entre nervios, empezaron a sonar las primeras notas de txistus, gaitas y tambores, mientras cientos de madrileños y turistas alzaban la vista sorprendidos ante una estampa nada habitual. No había ni rastro del blanco y rojo al que están acostumbrados y, en su lugar, coloridos vestidos de lunares y claveles se entremezclaban con chalecos grises. Nada más asomarse a la calle Arenal, al fondo, se alzaba firme uno de los iconos de la capital para recibirles con los brazos abiertos: el reloj de la plaza del Sol que, puntual, marca el comienzo de cada año.

Entre carreras y esquivando a la multitud, varios grupos de niños vestidos de chulapos de los pies a la cabeza desafiaban a Caravinagre y Coletas. No les conocían, pero no dudaron en plantarles cara y tentarles hasta esconderse tras las faldas de sus madres, que les protegían entre risas. No tardaron en aprenderse sus nombres para poder gritarles mientras se escabullían entre las piernas de los emocionados kilikis y, sin saberlo, les hacían la burla y replicaban el cartel anunciador de las próximas fiestas de San Fermín.

EN EL KILÓMETRO CERO Bajo un sol de justicia que recordaba a los Sanfermines más calurosos, la Comparsa se adentró poco a poco en el kilómetro cero, donde les esperaba su homóloga madrileña para rendirles honores mientras abría un pasillo para que las figuras pamplonesas alcanzaran el centro de la plaza y deleitaran a todos con uno de sus bailes. La emoción iba en aumento y decenas de pamploneses de nacimiento pero madrileños de adopción, que no quisieron perderse un acontecimiento como éste, explicaban orgullosos a sus amigos el origen y significado de las figuras.

Entre aplausos y vítores comenzaron a oírse de nuevo los sones de los txistus que marcaron, para sorpresa de los navarros allí presentes, los compases del popular baile Zazpi Jauzi. Mientras las campanadas del reloj más famoso marcaban las siete de la tarde, miembros de la Comparsa de Pamplona y los cabezudos de Madrid, que habían ensayado a conciencia, no dudaron en hacer honores a uno de los bailes populares más conocidos de Navarra hasta dar los siete saltos de rigor, tras los cuales reanudaron su recorrido camino a la plaza de la Villa. Allí, en la antigua sede del Ayuntamiento de Madrid, donde minutos más tarde el violinista Ara Malikian -galardonado con el premio Pablo Sarasate en 1995- leyó el pregón que dio comienzo a las fiestas más castizas de la capital, y las verbenas, el chotis y las porras dejaron espacio a uno de los emblemas de Pamplona que asombró a cientos de ojos. Un recuerdo que quedó inmortalizado en la memoria de todos los presentes y en los cientos de teléfonos móviles que hicieron de fiel escribano de uno de los excepcionales viajes que la Comparsa de Gigantes, Kilikis y Cabezudos de Pamplona ha realizado en sus ya 155 años de historia.