Episodios municipales
aquel año, creo que 1979, fui de San Fermín a San Fermín el 7 de julio, de Lesaka donde había cubierto el ritual del Zubigaineko a 37º a Pamplona, que también achicharraba, a escribir la crónica. Le entregué el carrete a Jorge Nagore, bajé a tomar algo fresco a la cafetería Belagua (donde nos trataban como dios), y al volver ya tenía Jorge las fotos. Una, no sé si se acordará, que nos llamó la atención. En la imagen tomada a la autoritas lesakarra ante Eskol Txiki, en el positivo salía (en negativo) una niña con vestido de primera comunión y en el negativo salía en positivo, aunque era inidentificable. Recuerdo que me preguntó si al tomar la foto había alguna niña así vestida, lo que negué y rechacé de plano, más con el calorazo que hacía. El caso es que nos quedamos moscas los dos y lo dejamos correr, aunque a los días pregunté a varios corporativos de Lesaka y todos negaron la posibilidad de la figura infantil, lo que hasta hoy no he conseguido aclarar.
Al atardecer había quedado con Patxi Olabe, actual embajador de Baztan en Nueva York, hicimos lo que se acostumbra en Sanfermines y a la noche acudimos al Anaitasuna donde actuaba la Orquesta Mondragón que nos gustó la mar, y luego de barracas jalando grasa a punta’pala. De amanecida, vuelta a nuestra casa de la Estafeta a ver el encierro, con Valentín Arteta, la torada pasa, la calle medio se vacía y en eso el jesuita sale pitando y le vemos con unos mozopeñas y una charanga bailando y saltando tan a gusto. Y es que Valentín era algo muy particular, hasta que un accidente canalla en el alto de Loiti nos lo robó en Navidad de 1995 para siempre jamás.
Otra “sonada” la compartí con Carmelo Calvo, asiduo de la casa y a la sazón corresponsal de El País. El día de la liberación del industrial Saturnino Orbegozo, 29 de diciembre de 1983, fuimos los primeros en llegar a la borda Otabro de Donamaría, donde ETA le había tenido 45 días secuestrado. Las radios ya repetían hasta el hartazgo que lo liberó un tal sargento Guerrero, que, jugándose la vida, había entrado por el tejado. Nosotros inspeccionamos la cubierta y allí no faltaban más que un par de tejas por las que se podía ver el interior, pero ni de coña podía caber una persona y aún menos el tal Guerrero que era como un Obélix pero en Guardia Civil.
Volvimos a la redacción, escribimos lo visto con nuestros propios acais (ojos) y lo pasamos a nuestros respectivos. Ni dos minutos y que empiezan a llegarnos telefonazos con que lo nuestro ni se aproximaba a la “versión oficial”, que a ver si le habíamos dado al jarro o qué. Dijimos que “o qué”, nos explicamos al detalle y ratificamos lo visto punto por punto, pero tanto a Carmelo como a mí nos “arreglaron” la crónica adjuntando las notas del Ministerio del Interior que, por descontado, no coincidían ni de coña con lo nuestro.
Carmelo y los dos regresamos al día siguiente a desfacer el entuerto, le esperé en Doneztebe donde estaban dos números con un cabreo que no se tenían, hasta el punto de que (“¡pero nosotros no hemos dicho nada, eh!”) ni sargento Guerrero ni leches en vinagre. Y que lo que había era que allí estaban ellos, 12 horas de servicio y sin que les dieran un bocata que llevarse a los dientes. Subimos a Otabro y allí no quedaba nadie, excepto... ¡un boquete en el tejado de metro cuadrado! (abierto a posteriori) por el que, ahora sí, cabían el Guerrero y un cuartelillo entero. Hacían falta héroes, y al Guerrero le condecoraron con la medalla al no se qué, y así quedó la cosa.
De quienes por allí pasamos me sale una fauna de lo más elegante, los citados en el primer episodio de esta batallita y otros que se me quedaron en el tarro como Maite Sánchez Intxausti, la eficacia personificada que era Maialen Urrizburu siempre bien recibida (en especial cuando venía y nos entregaba el cheque mensual), Vicky Alfonso, Javier Saldise, Migeltxo Donazar y Mikel Muez que iban siempre “hechos un pincel”, más el primero que el segundo que a veces venía de camisa arremangada, el bonachón Bingen Amadoz (creo que algún rato se me mosqueaba porque yo le hacía el timbre: ¡Bin gen!, Asun Ozkoidi, Julián Pernaut que sabía de fútbol más que nadie hasta que apareció Félix Monreal y todo eso.
Una tropa que hemos sobrevivido a la tecnología, desde las crónicas telefónicas, que decía yo Zugarramurdi y tenía que deletrear media docena de veces, y de pronto aquello fue decayendo y cada mochuelo se buscó su olivo; y eso, que podíamos (propongo) juntarnos un siglo de estos. No quiero, porque no puedo, olvidar a Gonzalo Sánchez, casado a Estella que un mal día se nos quedó en el camino y nos dejó helados. Compartimos alma, corazón y vida, sueños, trabajo, cachondeo y amistad que pienso que perduran, igual que un sentimiento que entiendo que nos era común: humanidad.