ola personas, ¿qué tal aguantamos estos fríos veraniegos que nos proporciona nuestra querida Pamplona?, según he leído, por ahí abajo pueden llegar a los 42 grados y más. En serio.

Bueno, nosotros a lo nuestro. Miércoles 14 de julio. Me levanto a buena hora para llegar puntual a todo, me enfundo mi conjunto blanco inmaculado y lo toco con sus toques coloraos: faja y pañuelo, anudo bien las zapatillas y listo para ser uno más entre los miles de pamplonicas (aquí en San Fermín todos lo somos) que se han dado cita en el centro para empezar a despedir las fiestas del 21.

Bajo por Bergamín y llego a la Avda. de San Ignacio dejando a mi derecha el jardín de la Diputación cuyas fuentes hacen con el agua música de fiesta. Entro en lo viejo por Comedias, el gentío alegre, festivo, lo invade todo, los bares dentro y fuera son hervidero de gente, el Noé, la Comedia, el Patio, el Burgalés, el Roch, no se libra ni uno. Una txaranga hace mover los pies a quienes, caña en mano, hacen corro para contarse y hacer balance de cómo han sido sus sanfermines. El termómetro nos regala una mañana a capricho, Lorenzo presente pero sin picante, las cañas, los vinos y marianicos entran solos. Pronto encuentro amigos con los que tomar unos hidratantes que me metan en función. Al rato tomo entre el Dom Lluis y el Tinglao para salir a la Plaza que bulle de sol y de luz, de calor y color, de música y vida. En pie aun el escenario del que esta noche saldrán los últimos do-rre-mis en la última verbena. Por la esquina del Txoko salgo a esos 30 metros tan castas que forman la calle Espoz y Mina, en el Monas vuelvo a encontrar amigos que me obligan a una nueva hidratación y la cosa ya se empieza a ver más animada. Me vienen a la memoria los históricos pinchos de este histórico bistró: el bacalao con tomate y los chipis en su tinta, algunos nos habrán servido Vicente y Floren, aquella pareja de camareros tan entrañable.

Abandono la zona para tomar Estafeta y bajo por ella sin hacer caso a tentaciones y reclamos que me llegan desde el Fitero, la Granja, Chez Evaristo, Casa Flores, Juanito, Casa Sixto, la Estafeta... Claudico en el Sarría donde entro para tomar un Escombro que me dé base a futuras cañas. Acabado el trámite sigo por la internacionalmente famosa calle en sentido contrario al encierro para salir a Mercaderes y de ahí llegar a la Plaza del Ayuntamiento donde no cabe un alma, niños y niñas, acompañados de padres, madres y silletas son los protagonistas del acto y a él acuden en masa. El acto, nuevo en el programa de unos pocos años a esta parte, ha cuajado con fuerza. Un kiliki, el Barbas, es el miembro portavoz que desde un balcón de casa Seminario va interactuando con los niños para que vayan apareciendo los protagonistas, llaman y aparecen en los balcones kilikis y cabezudos: Caravinagre en un balcón de Casa Udobro, los japoneses han fichado por la inmobiliaria Elizari, encima de Gutiérrez, en el viejo estudio de Foto Calleja, está la Abuela, y los demás por ahí repartidos, todos ellos lanzan caramelos a quienes durante siete días han sido blanco de sus bergas, objetivo de sus carreras; llaman y salen del zaguán municipal la Pamplonesa, gaiteros y tamborileros, ya solo faltan los queridos gigantes a los que llaman y entran desde Zapatería con una cerrada ovación. Una vez puestos en formación la Pamplonesa ataca el Vals de Astrain, nuestro querido Riau Riau, y la comparsa baila que da gusto verlos, con compás, con cadencia y ritmo, a los sones de los maestros y el coro de los presentes: Riau-riau. Los bailes se siguen unos a otros, Joshemiguelerico y Josepamunda, Sidi abd el Mojamé y Ester Arata, Toco-toco y Braulia, Selimpia-el-calzao y Larantxa-la se mecen, van y vienen, se cruzan y giran y giran convirtiéndose en peonzas de tela y fiesta. Son generosos y bailan y bailan. Cuando acaban forman respetuosos para que entre ellos aparezcan Verrugas, Napoleón, Coletas y el resto de los del tricornio que emparejados con guapas señoritas del grupo de dantzaris del ayuntamiento bailan un vals con gran maña. Acabada la parte musical llega la afectiva, los gigantes se inclinan hasta la horizontalidad y los niños cariñosos los besan y despiden hasta el año que viene, muchos cuelgan de la espada del Rey europeo su chupete en señal de crecimiento, los zaldikos, que son pegones por naturaleza, aun sueltan algún bergazo y provocan alguna carrera que la chiquillería agradece.

Doy por acabada la despedida y por San Saturnino llego a Jarauta, en la puerta de Napardi cuatro naparditarras echan un flajo mientras se atempera el aceite de las cocochas y toma la temperatura ideal para que se ligue un buen pil-pil. Jarauta adelante se ve copada de mozopeñas, que entre tristeza y resignación ven pasar los últimos momentos de sus queridas fiestas. Hago izquierda y entro en Campana donde encuentro a los de la Cofradía de San Saturnino que en la puerta de su sede templan guitarras, bandurrias, voces y cuerpos para no fallar en el pobre de mí del Guti que un año más celebrarán en la plaza del Consejo. Entre cañas y canciones echo un ratito con ellos y me despido para dirigirme a la zona de la Merced donde tengo una cita para comer en el Txoko Pelotazale. Para llegar allí tomo Mercaderes, subo Curia y doblo por Compañía. A la altura de la antigua iglesia de Jesús y María, hoy albergue de peregrinos, escucho un bip-bip, bip-bip, bip-bip...¿Qué es esto?, me pregunto al abrir los ojos e incorporarme en la cama para apagar el despertador, mierda, todo era un sueño, nada ha sido cierto, lo fue y lo será, pero hoy solo lo ha sido en mis ganas de que lo fuese.

La fecha, miércoles 14 de julio, sí coincidía con la realidad, así que me puse en marcha y repetí el camino que en sueños había realizado. Qué diferente era todo, Lorenzo brillaba, pero por su ausencia, la cazadora era necesaria ante los apenas 15 grados del termómetro, la calle Comedias estaba casi vacía, en la plaza del Castillo solo sonaba la música que dejaba escapar un joven músico callejero que con una guitarra rosa daba un poco de vida a la mañana. No fui al Monas, ¿para qué?, salí a Estafeta y vi que estaba llena de reyes, reinas y zaldikos, pero éstos poco bailaban presos como estaban en los 64 escaques de los tableros de ajedrez, ¡vaya marcha con el ajedrez!, la antítesis del espíritu sanferminero, solo faltaba amenizarlo con un réquiem en do mayor para txunda y txaranga. Pero no, de repente apareció en escena un tío con un acordeón y tres amigos que animaban el cotarro, al verlos me eché la cámara a la cara para llevarme la escena conmigo, cosa que a uno de ellos no le pareció bien y en un arrebato de famoso que no se deja fotografiar me levantó ostensiblemente el dedo corazón regalándome una plástica imagen. Al ver que yo seguía dándole al gatillo se acordó de mi santa madre atribuyéndole el ejercicio de un oficio que ella nunca ejerció y me dio un par de ideas de por dónde me podía meter la cámara. Lo dicho: que diferente fue la realidad al sueño.

Al Txoko Pelotazale ya no fui. ¿Pa qué?

Hasta la semana que viene.

Besos pa tos.

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