ola personas, ¿qué tal va todo?, ¿bien?, me alegro. Esta semana parece ser que las aguas han vuelto a su cauce y la primavera es primavera y Pamplona pide chaqueta al atardecer y manta fina para dormir. Ese es nuestro hábitat, nuestro ecosistema y lo demás pa otros.

Yo el miércoles a la noche no me pude resistir y me di un paseo con los grados justos y un poco de viento fresco soplándome las orejas, ¡qué gozada! De noche, como en los viejos tiempos. Salí a eso de las 22,45 y me encaminé por la avenida del Unificador hasta la calle de las Cortes de Navarra para bajar por la cuesta de la Txan y llegar al río. Qué rico me sabe pasear de noche junto al río. Bajé por la cuesta que lleva al molino de Caparroso, dejando a mi derecha el pobre chalet del Irati que de mano en mano va y ninguno se lo queda, como la falsa moneda de la copla. Llegué al viejo molino del que no queda sino la chimenea y alguna ventana con su parteluz y un paño de pared con su arco ojival, pero, oye, algo es algo, y seguí mi paseo por la acera que comienza en ese oficioso consulado alemán que tenemos por ahí abajo, el refugio compostelano de Paderborn. Continué, agradeciendo la brisa que me refrescaba, hasta el gran puente de la Magdalena, lo pasé en un sentido y en otro, es decir lo anduve y lo desanduve, solo por el placer de hacerlo y de asomarme un rato al negro lecho del Arga. Acabado el trámite puentesino seguí con mi paseo por la calle del Vergel a la vera de esas cuatro edificaciones, viejas viviendas unas, dotacionales otras, que ahí se encuentran solas y acompañadas. Dejé a mi derecha la entrada de Aranzadi, que si bien me tentó para que entrase en su negrura, esta vez me mantuve firme y seguí por terrenos menos inhóspitos. Salvé el río por el moderno puente, que al ser construido dio un respiro a las viejas piedras del de San Pedro, por el que no hace tanto pasábamos con coches, motos y lo que hiciese falta, siendo tal su estrechez que un semáforo regulaba el paso, y una vez al otro lado cruce la calzada para tomar el camino que va entre el rumoroso Arga y la campa que en breve tendrá sabor a pollo asado, salchichas y churros y en su suelo se anclarán aparatos del demonio capaces de proporcionar por el mismo precio miedo, risa y griterío. Las músicas pegadizas y las letanías y muletillas de reclamo entonadas por los barraqueros inundarán el ambiente durante la primera quincena de julio. Acabada la campa de las barracas llegué a los corrales del gas donde los bureles pasarán sus últimos días. ¿Qué tal en Pamplona? -les podían preguntar- chico, no vi nada, no pude salir del hotel y cuando salí todo fue correr y correr. Los vallados para cerrar los primeros metros del encierrillo estaban allí, extendidos y ordenados en el suelo, ya dispuestos para que en nada los pongan en pie. No son estos vallados cuales quiera, estos llevan un montón de hierros, bisagras y cerrojos con los que cumplir su misión. Dejando atrás los corrales y teniendo delante el puente de la Rochapea, con los pelos como escarpias por volver a ver cercanas nuestras añoradas fiestas, me dispuse a hacer el recorrido completo que hacen los astados: encierrillo y encierro. El recorrido del primero ya tiene sus vallas puestas cerrando la entrada del molino viejo y protegiendo el murete que da al río, las habían puesto el día anterior y no pude resistirme a ir a verlas, mi padre hubiese hecho lo mismo. Los postes que sustentan las defensas empiezan en el 72 y acaban en el 10, es decir 62 son los tramos que impiden cualquier fuga de los pobres sentenciados. Llegué arriba y vi que el baluarte de Parma sigue con sus obras de amejoramiento, imagino que están en su tramo final ya que el 6 del 7 han de estar listas para recibir a tan peculiares huéspedes. Seguí Santo Domingo arriba y me llamó la atención la estrechez que tiene el recorrido entre la tapia de la calle que sube al museo y la pared del antiguo hospital militar, en ese tramo toros y corredores se emparejan sin querer. Llegué a la plaza Consistorial y me chocó lo vacía que estaba, yo creo que volveremos a ser los mismos que antes de marzo del 2020, pero aún estamos en una dinámica post pandémica que nos retira un poco de las calles, ¿no os habéis fijado que las noches de entre semana están casi vacías?, todo volverá. Seguí mi encierro particular y tomé Mercaderes, y tomé la universalmente famosa curva y encaré Estafeta que vista vacía desde su comienzo es larga como día sin pan, en día de torada esta largura no se ve, pero cada metro que llevas atrás 6 máquinas de matar tiene que saber a cientos.

Llegué al final y crucé al callejón, bajé hasta el rojo portón que guarda la plaza y le di dos palmadas para felicitarla por sus 100 años. Sobre mí un divertido dibujo de Oroz con todos los protagonistas de la fiesta viendo la entrada de la vertiginosa carrera tras la balaustrada de la plaza. Volví sobre mis pasos y tomé el paseo de D. Ernesto el americano para rodear la monumental. Al comienzo hay una construcción cilíndrica que corresponde a un ascensor, creo, y que han decorado en su parte exterior con un enorme dibujo de Lizaur vestido de Supermán el día que dio su famosa vuelta al ruedo volando de mano en mano, imagen que el tiempo ha convertido en icónica. Pocas gestas de poco más de 5 minutos habrán tenido tanto aguante y vigencia en el tiempo. Seguí mi recorrido, pasé por la puerta del patio de caballos, punto de reunión de tanto y tanto taurino, puerta de entrada al selecto apartado en donde cualquiera que quiera ver y ser visto ha de estar. La blanca pared de la calle Aralar me acompañó por ese tramo que cuando tiene vida al otro lado de la tapia huele a establo y llegué a donde la plaza se enfrenta a los escolapios para hacer a mi derecha y rodeándola llegar a su puerta principal coronada por su escudo repúblicano. Antes pasé por las taquillas ante las cuales en unos días se formarán grandes colas para retirar los abonos que año tras año cada propietario, cada familia, retira con celo. Los abonos de la plaza forman parte del patrimonio familiar y se heredan como se heredan las joyas de la abuela.

Con el espíritu lleno de lo que está por llegar en nada, pisando terrenos que serán conquistados por los reventas, tengo sombra, a su precio, oye, ¿busca algo?, tomé la avenida de Roncesvalles por el tramo que servirá pacharanes y gintonics previos a las corridas y volví a salir a Carlos III para recogerme en mis aposentos con menos frío que cuando había salido.

Ya falta menos.

Besos pa tos. l

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com