ola personas, ¿qué tal va la vida?, pues hala, a perseverar que somos gente valiente. Esta semana me he dado un paseo mixto. Una primera parte nos llevará a un evento cultural y a continuación daremos un paseo por el recuerdo gastronómico. Vamos a verlo.

El jueves a media mañana me eché a la calle para dirigir mis pasos a la Ciudadela, para ello crucé la Plaza de la Cruz, a la que ya han empezado a hacerle heridas para ver que tiene en las tripas y mirar la manera de acometer un parquin subterráneo que albergará a "nosecuantos" coches y que, sin duda, cambiará la fisonomía de ese cuarto de estar del ensanche que, desde su construcción, allá por los años 40, se ha mantenido intacta. Siempre que la atravieso se me agolpan los recuerdos en la chola, desde niño la he disfrutado, diferentes épocas de mi vida han tenido diferentes formas de vivirla, pero siempre agradables. Espero que no se la carguen demasiado. Continué por la calle Sangüesa y por Conde Oliveto me planté en la avenida del Ejercito. Antes de alcanzar la larga muralla de la Ciudadela dejé a mi izquierda las verdes praderas de los glacis que tenían la hierba recién cortada y, por acción de estos calores, agostada, lo cual hacía que de ella emanase un olor a heno, a paca de hierba seca, que me confundía: no sabía si estaba en el centro de Pamplona o en Larrainzar en el sabayao de Casa Ciganda. Llegué al portal de mi destino y entré por el umbrío túnel que da acceso a la maravillosa ciudadela que El Fratín nos dejó para los restos. Una vez dentro fui derecho al pabellón de mixtos, donde Iosu Rada tiene instalada una interesantísima exposición. Diseñador de todo, nos muestra lo que ha sido prácticamente su vida, porque me consta que Iosu es diseñador profesional y vital. En este tipo de muestras es curioso descubrir como los elementos cotidianos que vemos, utilizamos y disfrutamos en la vida llevan detrás un proceso de creación, arduo, meritorio y laborioso. En la expo de Rada podemos ver desde cómo fue parida una conocidísima máquina expendedora de tabaco, hasta como se diseña una caja expositora para latas de foie-gras, desde el nacimiento de un conocido modelo de silla hasta un avanzado diseño de una tradicional kutxa. Entre todo me llamó la atención el pequeño homenaje que, con tres fotos y unas rosas, ya marchitas, rinde al gran fotógrafo, recientemente fallecido, Enrique Pimoulier.

Está hasta el día 26, yo que vosotros no me la perdería.

Cumplido el trámite cultural de la mañana, salí del recinto amurallado para dirigirme al vecino barrio de San Juan y hacer una ruta por los restaurantes que tantas y tantas veces nos mataron el hambre allá por los años 80. Entré por la avenida de Bayona, esa gran avenida que, no hace tanto, era un caminillo flanqueado de fábricas, almacenes y casitas bajas, terrenos de aventuras y descubrimientos, tomé su primera bocacalle a la derecha, la calle del Monasterio de Cilveti, la calle del Conocerte es amarte Baby, pero no llegué hasta allí, un poco antes de llegar a esa zona tomé a mi izquierda por Monasterio de la Oliva, en esa acera estaba uno de los buenos. Allá por el final de la década del 70 abrió un asador llamado Or konpon en el que se comía bien pero que duró poco, su decoración era un auténtico alarde de madera, columnas y vigas de viejo roble daban un agradable sabor al entorno. Le sustituyó un italiano llamado La Mamma que daba una comida más que aceptable, yo lo frecuenté mucho. Muy cerca en Monasterio de Urdax un clásico del barrio, homónimo del monasterio, instalado allí desde los tiempos en que el nuevo San Juan nacía, tiempos en que las aceras y la urbanización brillaban por su ausencia, sus pescados y mariscos eran dignos de aplauso. Un poco más adelante en Monasterio de la Oliva, estaba y está el paraíso del bocata, el Bávaros, donde un frankfurt y una caña te dejaban como nuevo. Seguí mi paseo cruzando la plaza del Monasterio de Azuelo para tomar Monasterio de Velate y llegar a la esquina de ésta con Martín Azpilcueta donde se encontraba La Oca, un local que tenía un riquísimo y casero menú a un precio muy asequible y que muchos días de diario nos quitó la gusa. Entrando en la calle del sabio de Barasoain encontrábamos el mítico Etxeve que también se encargó de matarnos el gusanillo muchos sábados a la noche. Entrando por la calle que nace más o menos enfrente, la de San Alberto el Magno, salí a la calle de la Virgen de Ujué donde se encuentra el Mosquito, la primera marisquería que se abrió en Pamplona y que durante años fue sinónimo de lujo y poderío, una cena en el Mosquito era, para casi todo el mundo, algo muy excepcional. Ahora hacen unos arroces de ovación y vuelta al ruedo. No me pude resistir y entré para hacerme con un folleto en el que ver su oferta y su teléfono y ya he encargado uno con bogavante y algún otro bichejo que he de ir a recoger hoy a las 14,15, solo de pensarlo la boca se me hace agua. Volví a salir a Martín de Azpilcueta y retomé la de Bayona por la que llegué a su famosa travesía donde tantas horas pasamos en nuestros años mozos. Letyana, Locos, Papillón, Octanos, Glorys, Brujas y otros nos daban de beber pero al fondo había uno chiquitín que nos dio las primeras pizzas que por aquí se vieron, era la Bocatta y muchas, muchas noches se encargó de reforzarnos con una comida italiana que, sin duda, era tuerto en país de ciegos, pero a la que sacábamos chispas. Rematé mi entrada en la "Trave" mirando los locales con nostalgia, aquellos que nos acogieron tantas y tantas noches hoy tienen letreros de se alquila o se vende y donde el Papillón fue lugar de copas, ligues y bailes hoy ha decaído pasando a ser un despacho de abogados. Salí de nuevo a la Avenida y llegué a la altura de la Fonda, me acuerdo como si fuese hoy del día de su inauguración, allí había un cortador de jamón que no paraba de darle al cuchillo, ponía jamones de 6 kilos en la jamonera y los convertía en hueso en un santiamén, y un venenciador de jerez que no paró de levantar el brazo para formar pequeñas cascadas de oro líquido. Fue otro mítico en una Pamplona que solo conocía el jamón ibérico de oídas. Seguí mi andada y en nada salí del barrio que dejé lleno de vida, de gente que iba y venía, de terrazas vivas que se iban llenando ya con la cercana hora del aperitivo. Crucé Antoniutti, llegué a la Vuelta del Castillo y me adentré en su verdor para volver a mis terrenos con el corazón alegre por los recuerdos revividos.

Y.F.M. Besos pa tos. l