Fue un soplo de aire fresco en aquella Pamplona gris de la transición. Trajo el color, los inciensos, las sedas de la India, la plata, las piedras semipreciosas, el cuero, la lana virgen... Pero también el patchuli, aquel aroma que, si te atrevías a probarlo, te atrapaba para siempre, y en el sentido más rotundo de la palabra.

En aquellos años 80, Jitu tenía mucho de zoco árabe, de espacio de las mil y una noches, de bazar maravilloso donde una podía encontrarse de todo. Tanto que, casi sin proponérselo, se convirtió en el ropero de buena parte de las generaciones de los 80 y los 90, en los años en que Pamplona era un mosaico de tribus urbanas. A la tribu de los hippies les vestía Jitu, principalmente, y también otros comercios como Monimbó, Ébano o Karmele. 

Han pasado 40 años de aquello. Desde que en 1983 Belén Ordóñez, una pamplonesa del Ensanche, abrió Jitu en una bajera de 60 m2 de Mercaderes, más con la ilusión de diseñar en la trastienda sus pendientes que de montar un negocio al uso.

“Yo era muy hippie, una feliciana”, dice. La pequeña de todos los hermanos, y la única chica: “De ahí viene, precisamente, el nombre de Jitu. Me llamaban majica, majitu, y luego fue cambiando la palabra... hasta jitu”. Aún recuerda quién diseñó el cartel, con esas letras con cierto aire hindú: “Se las inventó mi hermano José Luis, que dibujaba muy bien”. Cuarenta años después siguen intactas, en la fachada y en el imaginario pamplonés.

Ella era la creativa, y su pareja de entonces, la parte más calculadora de la empresa. Pero el éxito fue tal que Jitu acabó por convertirse en un referente de la moda alternativa del Casco Viejo, y, de hecho, si no fuera por la jubilación de Belén (tiene 68 años), Jitu habría podido continuar, porque clientela sigue teniendo. 

El boom de lo hippie

“En los 80, era la época de las comunas hippies. Y por aquí estaban la de Lizaso, la de Lakabe..., que confeccionaban prendas de algodón y jerséis de lana virgen. Y, luego, yo tenía en la cabeza una tienda de Baiona que se llamaba La cueva de Aladdin, y quería algo así para Pamplona”. Su marido siguió con su trabajo, y Belén, hasta entonces profesora de francés, se convirtió en comerciante del Casco Viejo. “Al principio, casi todo lo traía de París (las piezas de latón, de bronce...) y de Londres”, pero luego fue sumando diseños de artesanos de Barcelona, de Asturias, traía lana de Astorga... enumera Ordóñez. El comercio fue cogiendo forma y, sobre todo, fama. 

Belén Ordóñez, propietaria de Jitu, e Irene San Gregorio, trabajadora, en la tienda. Iban Aguinaga

Belén opina que regentar un establecimiento es un trabajo muy sacrificado, porque “allá donde vayas, aunque estés de vacaciones, te llevas la tienda encima”. Ella siempre ha cerrado en San Fermín, por eso, a pesar de estar en medio del encierro, nunca ha aprovechado el tirón y no es una tienda sanferminera como las de la mayoría del recorrido. “Aquí hemos pasado muy buenos momentos, pero también años muy duros, con la droga. Los yonkis se te sentaban en la puerta o se te metían en la tienda...”. El devenir comercial, con la llegada de las franquicias tipo Zara a Pamplona, fue también demoledor para tiendas tan especiales como Jitu. Y eso que ha logrado mantenerse.

Esta semana ha puesto todo el género a liquidación, con descuentos del 30% al 50%. En el almacén seguro que quedarán muchas de las prendas que hicieron famosa a Jitu: sus camisas de cuello mao (o de tirilla), sus faldas arrugadas que se guardaban con un nudo, sus bolsos bordados con cristalitos. Con Jitu llegaron las riñoneras y las faltriqueras, los incensarios, las lámparas de sal, los cuencos tibetanos, las telas con mandalas... Y fueron de los primeros que trajeron la henna (los polvos vegetales para teñir el pelo) o el khol de la India para pintar los ojos: “Todavía los seguimos teniendo”, señala Ordóñez. Jitu llegó, incluso, a hacer famoso su calzado de cuero, que solo ella comercializaba: “Se les conocía como botas Jitu”, explica. Imposible no acordarse, la que suscribe las llevó en su juventud.

Artículos a la venta en Jitu. Iban Aguinaga

Las botas ya son historia, como lo será Jitu a partir de abril. “No he encontrado relevo, me hubiera encantado vender el local y el negocio”, dice Belén. No ha podido ser. La bajera se ha vendido “en una semana”, la ubicación es privilegiada. Será ocupada por un negocio chino. Como tantos. 

A Belén se le viene por delante una jubilación activa. Volverá a la artesanía y al dibujo. Y a viajar. “¿Qué queda de aquella hippie de los 26 años? Nada o mucho, según se mire. Queda mi espíritu de libertad, de aceptación, de disfrutar de la vida e intentar vivir el momento”. Ahora tendrá muchos más.