El homenaje que Pamplona hace ahora a Mari Ganuza Senosiáin, poniendo su nombre a un parque de la ciudad, ha sido recibido con mucha emoción por su familia. Arantxa Bacaicoa solo puede dar las gracias: ”No puedo estar más emocionada”, ha dicho a este periódico. Arantxa, que compartió con Mari 33 años de vida, ha tenido tantas muestras de cariño estos días que se siente muy reconfortada. Es como si la ciudad “devolviera a Mari el amor que Mari tenía a Pamplona”.
Ganuza era un incombustible y solo hacía falta que le llamaran para un encargo, para volcarse hasta el final. “Le ponía el corazón a todo lo que hacía”. No le importaba echar horas y horas, aunque tuviera que ir hasta Valencia para comprar las telas adamascadas de los trajes de tal o cual gigante, o, como en 1995, volar hasta Argentina para llevar una réplica de los gigantes europeos, que él mismo fabricó para el Centro Navarro de Buenos Aires. Amaba la ciudad, amaba sus tradiciones e hizo lo imposible para que las nuevas generaciones las conocieran también.
La que suscribe recuerda cómo también en 1995 en un reportaje presanferminero a la comparsa de Pamplona, donde se iba a dar detalle de cada uno de los gigantes (sus medidas, portadores históricos, características...), pregunté por si tenían nombre, y allí, de la mano de Mari y Viguiristi, rebuscaron en las notas de Baleztena. Hace 30 años de aquello, cuando comenzaron a popularizarse nombres como Josephamunda, Josemiguelerico... y el resto de la tropa gigante.
La comparsa, Olentzero, la Cabalgata, la rondalla, las peñas y su presencia como portador de la Dolorosa y el Cristo Alzado... A cualquier persona le harían faltan mil vidas para hacer todo lo que Ganuza hizo solo en una. Porque fue el hombre de las mil caras festivas. Y, precisamente de la fiesta de Pamplona, de los Sanfermines, uno de sus consejos siempre fue: “No perdamos la esencia de la fiesta en la calle”. Para tomar nota.