“Esta es mi manera de devolver un poco de todo lo que he recibido en el Camino. Quiero mostrar la cantidad de aprecio que me han dado”. Lo primero que hace un peregrino cuando llega al albergue Casa Paderborn, a orillas del Arga junto a las pasarelas del Club Natación, es beber un vaso de limonada fría y comer unas galletas. Elke Reineke y Hilde Laumann son las encargadas de servírselas. Hicieron por primera vez el Camino de Santiago en 2009. Han repetido tantas veces que ni las recuerdan. En algunas ocasiones, han andado desde su Alemania natal. Hace unos años creyeron que era el momento de vivirlo de una manera diferente y especial.

Forman parte de la asociación Freundeskreis der Jakobuspilger. O lo que es lo mismo, un grupo de amigos de Paderborn aficionados a esta peregrinación. A día de hoy cuentan con más de 100 miembros. Por su hermanamiento con la ciudad de Pamplona, el Ayuntamiento les concedió el edificio ubicado a escasos metros del Puente de la Magdalena para hacer un albergue. Fue fundado en 2006 y este año cumple su vigésima temporada.

Su relación con el albergue no empezó desde tan pronto. Estuvieron hospedadas en él en 2015. El lugar les encantó: “Todos los hospitalarios quieren venir aquí. Es como estar en casa”. El enclave verde junto al río, que no es tan habitual en España, les hace recordar al resto de Europa. Repitieron paso por la casa en sus peregrinaciones de 2017 y 2018.

“Esta es mi manera de devolver un poco de todo lo que he recibido en el Camino. Quiero mostrar la cantidad de aprecio que me han dado”

Entonces no sabían que se convertiría en algo tan importante para ellas. En 2021 se enteraron por la web de la asociación de que la casa había sufrido graves daños por la inundación del río Arga. Pidieron voluntarios para ayudar y no lo dudaron. Reineke se enamoró en esa ocasión de otra parte del terreno: “Me encantaba trabajar en el jardín y plantar flores”. Volvieron a Alemania, pero su vida había quedado vinculada a ese pequeño lugar en un rincón de la capital navarra.

Tan solo un año después se ofrecieron como hospitalarias, las voluntarias a cargo de un albergue. Empezaron de este modo a formar parte de un programa de turnos. El albergue, que abre de marzo a octubre, está bajo el mando de dos personas que rotan cada tres semanas. Para ellas, son como unas vacaciones en su “segunda casa”. Aunque son diferentes, trabajan por un objetivo claro: “Queremos que los peregrinos empiecen el día con ganas y motivación”. Con su servicio, pretenden despedirles en unas condiciones mucho mejores que con las que les recibieron la tarde de antes. Además de eso, admiten que se divierten. “Lo pasamos bien. Cada persona es una historia y ningún día es como el anterior. Algunas están agobiadas y necesitan consejo. Otras solo quieren hablar y hablar”, reconoce Laumann.

No ganan dinero por ello, pero reciben algo de los caminantes que, para ellas, es más importante: “Cuando escriben en el libro de peregrinos te das cuenta de porqué estás haciendo esto . Son muy agradecidos”. Reineke también se emociona cuando trata de describir lo que siente cuando les ve despedirse con lágrimas en los ojos.

“En el Camino, todo lo que necesito lo tengo en mi mochila. Y eso que es pequeña. Te hace darte cuenta de todo lo que nos sobra”.

Son anécdotas recurrentes del Camino. Ellas, después de tantos años, etapas y kilómetros lo saben de primera mano. Laumann tiene clara la razón por la que sucede: “Es algo especial porque vas solo. Aunque vayas en grupo estás contigo mismo. Encuentras lo que hay dentro de ti”. Defiende que el silencio que vives, es imposible de encontrar en el día a día.

Para Reineke, esta peregrinación también sirve para darse cuenta de la cantidad de cosas que tenemos y no valoramos: “En el Camino, todo lo que necesito lo tengo en mi mochila. Y eso que es pequeña. Te hace darte cuenta de todo lo que nos sobra”.

San Fermín 

Su estancia este año se ha visto marcada por las fiestas de la ciudad. Llegaron el 1 de julio, en plenos preparativos para los días más importantes del año en Pamplona.

Fue el único albergue público que abrió esos días. “Tuvimos las 26 camas al completo todos los días. Hasta ofrecimos el suelo para dormir”, recuerdan.

A tan solo una pequeña cuesta de la Plaza de Toros, los peregrinos aprovecharon la ocasión y sacaron fuerzas para hacer turismo: “Llegaban a casa y lo único que querían era volver al centro de nuevo”.

Con intención de repetir el verano que viene, el 27 de julio finalizarán sus tres semanas de hospitalarias. Regresarán a Alemania a descansar. Eso sí, antes tienen otro plan pensado. Hacer un par de etapas del Camino de Santiago.