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Milade

Milade

Milade es una mujer menuda nacida hace mas de siete décadas en una pequeña localidad de Palestina. Su nombre en árabe, Natividad o Nacimiento expresa claramente una cercanía que no se puede, ni se debe ignorar. Su casa natal dista escasos kilómetros del lugar donde según la Biblia y la tradición nació Jesucristo. Betlehem queda en la altura y los pueblos de Beit Sahour y Beit Jala se extienden por las laderas que un día albergaron los campos de los pastores. Dice el Nuevo Testamento que ellos fueron los primeros en recibir el aviso del nacimiento del Mesías y que acudieron raudos y veloces con sus ofrendas. Fueron los primeros seguidores de la nueva religión. Por eso no es de extrañar que en las colinas que rodean a la llamada ciudad de David proliferen los cristianos desde aquellos primeros tiempos de la nueva era. Desde hace siglos conviven con los musulmanes que abrazaron la doctrina de Mahoma más tarde. Todos son palestinos y entre ellos no se aprecian problemas de convivencia. Hay armonía y ayuda mutua. Lo confirma Milade, cristiana ortodoxa. Sus vecinos musulmanes le echan una mano siempre que lo necesita.

Milade es una trabajadora incansable. Duerme poco y sonríe mucho. Acude solícita a cualquier lugar donde se siente útil y necesaria. Su posada está abierta al mundo. Ella nunca hubiera dejado sin atención a una madre en apuros de parto. A nadie deja indiferente su desvelo por las gentes. Corretea, trota, casi vuela para atender a todos. Elabora con sus ágiles manos platos variados, sabrosos. Humus, ensaladas, arroces, carnes y frutas con el sabor de la tierra y el esmero de quién se sabe cumplidora fiel de los conocimientos adquiridos. No descuida la puntualidad, la urgencia de los hambrientos ni tampoco la sed que atenaza los mediodías de los visitantes. Va repartiendo cada mañana el agua fresca embotellada que almacena de víspera antes de retirarse a descansar. Regala cariños y cuidados propios de una madre que ella seguramente nunca fué.

¿De dónde sacará Milade tanta humildad? Cuando le digo: "¡¡Pero que buena persona eres!!", ella responde sin pausa: "¡¡Tú eres mejor!!".

Ella escucha paciente y habla un inglés pausado, inteligible, ordenado, en el tono afable y delicado de los palestinos de a pie. A hurtadillas, sin que apenas se note, acomoda a los huéspedes solitarios entre los grupos humanos mas compactos para que no les falte compañía ni conversación. Se interesa por los temas que suscitan acuerdos o controversias y participa sin rubor alguno en dialécticas grupales, cuando alguien solicita la opinión directa de Palestina. Milade nos cuenta en petit comité las andanzas de una vida azarosa, la suya propia, a la que añade los recuerdos que le transmitió su padre, fallecido hace no demasiado tiempo con casi cien años. No puede ocultar la admiración que siente por su progenitor, sacerdote ortodoxo que trasladó a toda su familia desde la comarca de Betlehem hasta Gaza, obedeciendo la orden del Patriarca de Jerusalén. Ocupaciones, guerras, conflictos y miserias se desbordan abundantes en la narración de Milade. Es la historia torturada de Palestina. También recuerda algunos períodos de bonanza y tranquilidad. En medio de su relato suena como una ensoñación irrepetible: "Gaza fué un paraiso entre 1956 y 1967". Todo acabó tras la Guerra de los Seis Días. Su padre, entre grandes penalidades, consiguió sobrevivir bajo la ocupación otomana. El hambre y el coléra diezmaron la población de la época. Bajo el mando posterior en manos de los británicos, se consiguió un cierto alivio hasta el 48, fecha fatídica.

Milade tiene un deseo que supera a cualquier otro por urgente que sea. "Yo quiero que haya paz" señala con convicción. La abrumamos con abrazos largos, sinceros, cuando la despedimos con el corazón encogido. Ella, con expresión bondadosa, añade a nuestra mochila el mensaje esperanzado: "¡¡Ojalá que haya paz!!" Inshallah...Inshallah...Inshallah.