pamplona. La actividad terrorista de ETA y del resto de organizaciones armadas que se han movido en su órbita (el denominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco o MLNV) ha provocado a lo largo de su historia años de acción-reacción, de atentados y bombas, de suicidios y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad que han dejado un reguero de muertos. Una lista de fallecidos en la que también hay que incluir a los activistas que murieron como consecuencia de la manipulación de sus propios artefactos. Una cifra de muertos que superan el centenar de personas y que el entorno abertzale se ha encargado de homenajear en cada ocasión como reivindicación de sus ideas políticas y de la figura de sus víctimas.

La denominada guerra sucia auspiciada desde los aparatos del Estado en forma de atentados contra dirigentes y miembros de la banda tuvo dos épocas. La más prematura y organizada a salto de mata se registró en el tardofranquismo, cuando grupos compuestos por mercenarios y miembros de distintos cuerpos de la policía española camparon a sus anchas por todo Euskalherria, a uno y otro lado de la muga.

Surgió el Batallón Vasco Español, también conocido como Alianza Apostólica Anticomunista (AAA), Antiterrorismo ETA (ATE) o Acción Nacional Española (ANE), varios nombres para una organización parapolicial y terrorista que inició sus operaciones en junio de 1975, después del asesinato de Luis Carrero Blanco a manos de ETA.

Durante los seis años que mantuvo su actividad protagonizó decenas de atentados reivindicando hasta 24 asesinatos, la mayoría de personas relacionadas con la izquierda abertzale, aunque también fueron asesinados militantes de extrema izquierda sin relación con el independentismo. Las tres organizaciones tuvieron en común haber sido financiadas con fondos reservados y haber estado controladas por los aparatos del Estado.

Con la llegada de Felipe González al poder en 1982, el primer gobierno socialista de la democracia se enfrentó a ETA a la cara y por la espalda.

Cuatro años de muerte En octubre de 1983, los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) llevan a cabo su primera acción. Fue el secuestro primero, y posterior muerte de un disparo en la cabeza, de José Antonio Lasa Arostegi y Joxe Ignacio Zabala, dos refugiados vascos de los que no se supo nada hasta que poco después, el GAL reivindicó su secuestro a través de una emisora de radio en Alicante. Los restos de ambos fueron encontrados en esta provincia en 1995 enterrados y envueltos en cal viva. A partir de aquí, al menos medio centenar de acciones que incluyeron desde secuestros, ametrallamientos de bares, disparos en la cabeza y motos bomba hasta llegar a un intento de atropello.

El secuestro de Segundo Marey, en 1984, fue otro de los casos más sonados, ya que la víctima no tenía nada que ver con ETA ni su entorno. Uno de los asesinatos de referencia para los GAL, aunque no fuera un activista de ETA, fue el del médico pediatra miembro de la mesa nacional de HB, Santiago Brouard, en su consulta bilbaína. Otra acción destacada fue el asesinato a tiros de Xabier Galdeano, corresponsal del periódico Egin en Donibane Lohizune o el ametrallamiento de cuatro militantes de ETA en un bar de Baiona. La última supuesta acción de los GAL fue el atentando contra los diputados de HB en el Congreso el 20 de noviembre de 1989, en el que falleció Josu Muguruza.

La lista de fallecidos miembros de ETA o de cualquiera de las organizaciones que se movían en su entorno no acaba con la guerra sucia. La propia impericia de los activistas ha supuesto que el mayor número de víctimas mortales de la banda armada la haya provocado la manipulación de artefactos explosivos. En total, desde 1969 hasta 2002 murieron por esta causa un total de 36 miembros de ETA y otros siete integrantes de las organizaciones Iraultza, Iparretarrak y los Comando Autónomos Anticapitalistas.

La muerte de cuatro miembros de un comando de ETA en el barrio bilbaíno de Bolueta cuando circulaban de noche en un coche cargado de explosivos fue el hecho más destacable de este listado de fallecimientos sin sentido. Finalmente, hay que reseñar los activistas que decidieron acabar con su vida de forma voluntaria. Porque también han existido militantes de ETA que, una vez en prisión, no han podido resistir el encierro o han muerto en circunstancias cuanto menos extrañas. Es más, en varios de los 22 casos que desde los diferentes Gobiernos de Madrid se han registrado como suicidios, los familiares han cuestionado con fuerza esa versión.