nunca una simple declaración de principios, una propuesta teórica, nada más que un amago, había provocado una sacudida política en el Partido Socialista Obrero Español como la supuesta intención autodeterminista de Podemos. El lobo feroz del referéndum -se supone que en Cataluña-, un mecanismo absolutamente propio de la democracia, ha amedrentado de manera alborotada a un partido que paradójicamente lleva 136 años alardeando de su condición de demócrata. Una consulta pactada como la que, sin mayores detalles, propone Podemos para certificar el carácter plurinacional del Estado, ha removido los cimientos de un PSOE en caída libre.
Lo cierto es que esa declaración de principios ante la que debe sentarse Pedro Sánchez para negociar su supervivencia ha soliviantado a lo más casposo del patrioterismo del viejo partido, aunque a esa procesión de los Bono, Chaves y Rodríguez Ibarra han tomado el relevo nuevos barones rampantes como Emiliano García-Page, Susana Díaz y Guillermo Fernández-Vara. Otra vez Castilla La Mancha, Andalucía y Extremadura como crisoles de la España eterna a ritmo de Manolo el del Bombo.
Pero, para qué nos vamos a engañar. Ahora, como antes, como siempre, en el fondo de esa pose para la galería, de esa supuesta lealtad a la Constitución y a la España indivisa, lo que bulle es el más pedestre cainismo que parece innato en el partido que fundó otro Pablo Iglesias, que ya es casualidad la coincidencia. Tras el brindis para la galería que proclama la ultradefensa de la unidad de España, está el ajuste de cuentas de los que no pretenden otra cosa que acabar con la época de Pedro Sánchez al frente del partido.
Ya no importa si vaya o no a gobernar de nuevo Rajoy, ni se apuesta por el liderazgo de un Gobierno alternativo de la izquierda, ni si el marrón resultante del 20-D desemboca en nuevas elecciones. Cualquier interpretación que se pretenda hacer de estas elecciones pasa por reconocer el batacazo de Pedro Sánchez, y el desafío perverso de Podemos ha encendido la mecha. Es lamentable comprobar qué poco duran en el PSOE las componendas, las intrigas palaciegas que campean por Ferraz cada vez que un líder se pega el tropezón.
Estremece confirmar que un partido con historia, un partido que ha sido clave en el tránsito a la democracia, sea a estas alturas una jaula de grillos o, peor, un nido de víboras en el que la matriarca que todo lo mangoneó para poner al frente a Pedro Sánchez acaudille ahora su descabezamiento. Perdida la complicidad, es decir, que sea Sánchez quien dé la cara mientras ella mueve los peones, ha llegado la hora de cortarle las alas, no vaya a creérselo demasiado. Para ello, hay que quitarle de la cabeza eso de que podría ser presidente del Gobierno, hasta ahí podíamos llegar, conspiran los barones mientras miden el tamaño de la herida que quedaría cuando cesasen al pobre secretario general que no se ha enterado de que no es él quien manda.
Los que quieren quitarse de encima al maniquí conspìran a toda prisa, no vayan a complicarse los plazos y se echen encima elecciones anticipadas repitiendo candidato. Hay que convocar cuanto antes ese congreso que dilucide el liderazgo real del PSOE, o al menos un liderazgo domesticable. Lo curioso es que ya existe este liderazgo indiscutible, Susana Diaz, pero desde su feudo de Andalucía no le da la gana de compartir con el resto de las federaciones socialistas los quebraderos de cabeza del poder. Le basta con controlarlo todo en su feudo andaluz y decidir a distancia los destinos del partido imponiendo su criterio. Y a día de hoy su criterio es que ante la mayoría minoritaria de Rajoy lo mejor es no correr riesgos.
Quizá muchos ciudadanos recibieron con alegría, con esperanza, la pérdida de la mayoría absoluta del PP. Quizá a muchos cándidos se les pasó por la cabeza que con una suma pluralísima daban los números para desalojar a la derechona de una santa vez. Pero me temo que va a ser que no. Los números dan, cierto, pero a diferencia del liderazgo que cohesiona al Gobierno del cambio en Nafarroa, cuesta mucho imaginar que tenga algo que ver Uxue Barkos con Pedro Sánchez para echarse al hombro un acuerdo a cuatro que en el caso de España debiera ser a cinco o más.
No parece que la lideresa del PSOE ni sus barones carpetovetónicos tengan intención de arriesgar en el cambio. Peor aún, da la impresión de que los socialistas ni siquiera están a ello. Amaga Pedro Sánchez, pretende transmitir que es la alternativa, pero nada de nada. El PSOE volverá al agostazo, o al marzazo, y satisfecho con el papel de segundón renunciará al riesgo. Con la que está cayendo, lejos del PP hace demasiado frío. Podemos le ha abierto una vía de agua de tamaño descomunal y, en lugar de intentar achicarla, ellos hurgan en el costurón a golpe de intrigas e intentan hacernos creer que no pasa nada.