La España por decreto, vía 155
El Estado ha activado el 155 ante una no independencia de Catalunya, y se dispone a cometer un colosal desaguisado. Una suspensión a todos los efectos del autogobierno catalán. El Parlament debatirá esta semana qué decisión vota.
no es posible destituir al Govern catalán, ocupar TV3, intervenir los Mossos y el Parlament, y hablar de mesura y autogobierno. Moncloa y sus socios pretenden tomar el poder y convocar en unos meses unas “elecciones para una nueva etapa”, no se sabe en qué condiciones concretas. Esto ya no es el ‘Cataluña es España’. Estamos de pleno en el ‘Cataluña es de España’. Un castigo político que no se limita a una intervención administrativa. Lo previsible es que se hará mediante la fuerza porque, como me comenta un periodista catalán, “seremos desobedientes”, como el 1-O.
Vengo de observar la manifestación organizada en el centro de Barcelona en solidaridad con los líderes de Òminum y la ANC encarcelados. Había indignación en el ambiente, pero expresada de forma contenida. “No esteu sols”, se ha coreado a los miembros del Govern. Gritos también a favor del president, de la llibertat, la liberación de los Jordis, o del major Trapero. Este 155 indigna en Catalunya, pero debe preocupar también a amplios sectores de la sociedad española que hoy, como hace cuarenta años, llevan ya el estigma de antiespañoles. El 155 arrastrará al Partido Popular a un terreno más propio de 1976 que de 2017. Un PP que coquetea con el pensamiento único desde hace días: “hoy ya nadie discute que el Estado de Derecho está cargado de razones para aplicar el artículo 155”, ha dicho el coordinador general Fernando Martínez-Maillo faltando a la verdad.
Este tsunami programado por el Estado arrastrará a todos, incluso a quienes se creen a salvo por llevar flotador. El 155 liderado por la monarquía, para luchar en teoría contra la desafección en Catalunya, debería ser un aldabonazo para los valores republicanos. Así, parece que lo han entendido, Xavier Domènech, Ada Colau o el propio Pablo Iglesias, que tendrán que confrontar con los sectores que parecen no entender aún que esto no es un conflicto burgués, ni centrado en la personalidad de Rajoy. El tsunami del 155, por cierto, también alcanza al PNV, la formación que con Podemos más ha apostado por el diálogo, pero que está sometida al estrés de asistir a una represión mientras gobierna con el PSE. Dado que como dice Urkullu que “la medida (del 155) es extrema y desproporcionada”, la cuestión es en qué se traduce concretamente su apoyo a la Generalitat. Porque ese nacionalismo español que hoy despliega una operación de Estado pretenderá ser la base sobre la que se levante una reforma de la Constitución ni plurinacional ni confederal.
el estado acumula fuerzas El PP se siente fuerte con su acuerdo de concentración. La gran coalición. Sin firma, pero sin pausa. Un acuerdo del PP y Ciudadanos con Pedro Sánchez, que buscaba en 2016 una alianza entre PSOE, Podemos y Ciudadanos. Aquella incipiente rojez primaveral del aspirante a las primarias en 2017, se ha vuelto ocre este otoño, en compañía del PP y de un entusiasmado Albert Rivera, que dice seguir la encomienda del rey. Atención, por cierto a la diferencia entre el discurso del monarca que dice que Catalunya “es y será una parte esencial de España”, en tercera persona, y el “som i serem” en primera persona de quien entiende Catalunya como un sujeto, no como un objeto político.
crisis ilustrativa El 155 certificará que el régimen del 78 se ha acabado como tal, aunque el Estado tenga la tentación de endurecerlo, y trate denodadamente de apuntalarlo. Pero ese Estado que reprimió el 1 de octubre, aprisiona a los líderes de Òmnium y ANC, pretende destituir al Govern y ocupar TV3, es un Estado que no solo asume la dimensión de la avería en su cuerpo social, sino que pretende castigar hasta la disensión. Podemos discutir si es un estado inútil, desde un punto de vista persuasivo, o como me apuntaban en Twitter, estéril o fallido. En cualquier caso es un Estado en crisis, que solo se reafirma en estos momentos con acciones que ahondan su propia crisis; lo cual es sorprendente. Por ejemplo el desplome de la imagen del jefe del Estado, y no digamos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, enfrentados a los Mossos. Ese es el desaguisado unionista. Y el terreno de juego para un independentismo que tiene su propio riesgo en su papel de víctima.
En este escenario, se abre un momento tremendo en Catalunya. Una declaración de independencia en condiciones tan precarias, estaría seguida de un asalto al poder y una ocupación del Estado muy dura. La hipótesis de que el president de la Generalitat acabe en prisión, se cuece a fuego lento. “Consciente de la amenaza” general, en su mensaje de ayer noche en televisión, en catalán, castellano e inglés, Puigdemont recordó que la Generalitat no nació con la Constitución, y que el 155 en Catalunya “abre la puerta a otros abusos” en más territorios. Ahora mismo, en la ambigüedad que maneja Moncloa, ni unas elecciones convocadas esta semana por el Govern, que tuviesen algún tipo de cariz plebiscitario, estarían del todo garantizadas. Pero si lo estuviesen, y se alcanzase incluso un triunfo de más del 50% a favor de la independencia, nos encontraríamos en unos meses en un punto similar, aunque tal vez con un apoyo de Europa.
Nuevo domingo de vísperas. Las horas graves, más cerca que nunca.
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