omo es sabido, el asesinato por sus subordinados del comandante de la Guardia Civil en Navarra José Rodríguez-Medel Briones en la misma comandancia pamplonesa el día 18 de julio de 1936, hacia las 8:15 horas de la tarde, fue el primer acto de los golpistas en esa provincia. Durante las semanas siguientes serían encarcelados cientos de personas en diferentes centros de detención de Pamplona y de otros puntos de la provincia. Muchas de ellas serían finalmente asesinadas por los escuadrones de la muerte carlistas y falangistas a lo largo de los meses que van hasta el verano de 1937, haciendo que Navarra sea, tal y como demostramos en nuestro libro Sin Piedad. Limpieza política en Navarra. Responsables, colaboradores y ejecutores (Pamiela, 2015, Premio Euskadi de Ensayo 2016) la provincia con mayor número de asesinados en relación con el número de votantes al Frente Popular: uno de cada seis votantes masculinos de esa opción sería eliminado.

El asesinato de Rodríguez-Medel tuvo como objetivo impedir la conformación de una línea de resistencia en Tafalla por parte de los sectores fieles al gobierno republicano, En el mes y medio transcurrido desde que asumió el mando de la Guardia Civil en Navarra en sustitución de Gregorio Muga, Rodríguez-Medel trató de garantizar, en vano, la fidelidad del Cuerpo hacia el régimen republicano. Muerto Rodríguez-Medel, la práctica totalidad del Cuerpo en Navarra apoyaría el golpe de Estado. De hecho, su antecesor en la comandancia pamplonesa, el ya mencionado Gregorio Muga, colaboraría con los golpistas navarros desde su puesto al frente de la comandancia de Soria, tal y como acredita que se entrevistaba con un relevante falangista pamplonés. Antes, el 6 de marzo habría ordenado disparar contra unos manifestantes que protestaban ante Diario de Navarra, falleciendo dos personas por heridas de bala y serían heridas otras diez, dos de ellas gravísimas.

Semanas después también sería asesinado el capitán de la Guardia Civil Ricardo Fresno Urzáiz, el principal apoyo de Rodríguez-Medel en la guarnición pamplonesa. Fresno Urzaiz fue ejecutado en Urbasa, lugar al que llevaron, para asesinarlos, a personajes cuyo fusilamiento era de muy difícil gestión, incluso para los actores del momento. También hay que decir que el cenetista de 19 años de edad Miguel González Iglesias pagaría con su vida hacia mediados de agosto el hecho de que Rodríguez-Medel fuera enterrado en el panteón de la madre de aquel, Lucía Iglesias.

El asesinato de Rodríguez-Medel respondió a la estrategia de supresión de cualquier obstáculo, asumida por los integrantes, militares y civiles de la conspiración encabezada por el general Mola, gobernador militar de Navarra. Desde el primer momento, Mola impulsó la colaboración ambos tipos de elementos. Bajo esa óptica, desde su llegada a Pamplona a mediados de marzo de 1936 para asumir el mando del Gobierno Militar de Navarra, Mola tuvo infinidad de reuniones con múltiples agentes de todo tipo para cerrar todos los detalles de la conspiración conformada por elementos militares y civiles que llevaría al 18 de julio. Limitándonos a sus negociaciones con falangistas y carlistas para la conformación de estructuras movilizadoras y represivas, Mola siempre contó con el apoyo incondicional de los primeros, actuando como mediador José Moreno, destacado dirigente de la Falange navarra y comandante retirado del arma de Caballería. Además, desde el mes de abril fueron frecuentes los viajes a Navarra de Hedilla en representación de la Falange estatal para entrevistarse con los falangistas navarros y con Mola o sus subordinados.

En el caso de los carlistas, Mola, a la par que negociaba con la dirección oficial del carlismo estatal, se reunió desde su llegada a Pamplona con el sector más importante del carlismo navarro que finalmente se haría con la dirección de la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, la estructura efectiva del mismo tras julio de 1936 y que protagonizaría la movilización y el castigo al desafecto. Según mostré en mi obra citada más arriba, Mola, a través del coronel Beorlegui, fue quien creó dicha Junta, colocando en ella personas de su entera confianza y con las que había contactado desde marzo, la más relevante de ellas José Martínez Berasain, presidente efectivo de aquella. Dicha Junta suplantó absolutamente a los poderes establecidos del tradicionalismo y actuó al margen de sus autoridades nacionales, actuando incluso en su contra en el proceso de unificación.

Tanto en mi obra anteriormente mencionada como en otra más reciente (La (des)memoria de los vencedores. Jaime del Burgo, Rafael García Serrano y la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, Pamiela, 2019) doy numerosísimas informaciones del apoyo de carlistas y falangistas al golpe de estado, y también de su participación en actividades antirrepublicanas con anterioridad, así como en la limpieza política posterior. En el caso concreto de la eliminación de Rodríguez-Medel, los carlistas habrían previsto un plan B de actuación ante la eventualidad de que los subordinados de aquel no acabaran con su vida en el cuartel. Eladio Esparza, subdirector de Diario de Navarra y muy informado de los entresijos de aquellos días por sus estrechas relaciones con múltiples protagonistas principales, mencionó en su obra Pequeña Historia del Reino de Navarra. El Rey, el Fuero, la Cruzada que para acabar con Rodríguez-Medel circuló por Pamplona «un auto en el que iban unos requetés de paisano, pero no con las manos vacías». Esa información va mucho más allá que la mención que hizo Jaime del Burgo Torres, máximo jefe de los requetés pamploneses, en su obra autobiográfica Conspiración y guerra civil, de que Generoso Huarte, importante dirigente de los paramilitares tradicionalistas, «agitado y convulso», acudió a él, concentrado ya junto con su tercio en el Círculo Carlista, pidiendo voluntarios para detener aquel comandante, si bien «antes de que se iniciara la salida, llegó la noticia de que había sido muerto por los propios guardias». Mario Ozcoidi, íntimo amigo de Jaime del Burgo Torres en la AET y en actividades conspiratorias contra el régimen republicano de carácter paramilitar con el Requeté, también dejó testimonios de su conocimiento de los planes para acabar con Rodriguez-Medel. No solo declararía que escuchó a Mola el mismo 18 de julio decir «Tenemos que liquidar a ese hijo de puta», sino que, además, un año después publicaría un artículo en Diario de Navarra que ha pasado curiosamente desapercibido sobre los sucesos relativos al asesinato del comandante, dando nombres de los involucrados, y responsabilizando al asesinado de su propia suerte por conspirador y por obedecer los "planes de Madrid y de Moscú". Ozcoidi presenta a Rodríguez-Medel como "un hombre malo, perverso, sin entrañas y de corazón endurecido" que obedecía "ciegamente" "los tenebrosos planes fraguados por las sectas secretas" y que desarrollaría sin pausa "su labor izquierdista y demagógica" para republicanizar a la Guardia Civil en Navarra.El autor es historiador

El asesinato respondió a la estrategia de supresión de cualquier obstáculo de la conspiración encabezada por el general Mola