SISTIMOS a la semana más suicida de la izquierda para su presente y futuro en el Gobierno. La inmolación de Pedro Sánchez desnudando ante el mundo entero el espionaje de su propio país ha agravado la crisis más esperpéntica jamás conocida, que ya se había iniciado con un deplorable ataque a los derechos de credos desafectos a la unidad de la patria. Todo huele ahora a perplejidad, incertidumbre, improvisación, desatinos, malestar, amenazas, fuego amigo y fuego cruzado, rumores. Inestabilidad y mucha desconfianza recíproca. Una embarrada ocasión tan inesperada y desconcertante para que el PP se empodere con tal fuerza que ya reclama elecciones anticipadas. Más aún tras leer -posiblemente atónitos- que hasta un medio siempre hostil le augura por primera vez que ganaría las próximas elecciones. Son los bidones de gasolina suficiente para que sus engrasadas terminales empiecen a correr la voz sin recato de que se aproxima el fin de ciclo, empezando por Andalucía.

A este clima de razonable optimismo en la derecha contribuyen sin recato un Consejo de Ministros hecho trizas, unos socios -Yolanda Díaz, al margen- pidiendo con trazos gruesos que rueden cabezas, una pésima gestión del conflicto político más grave del actual mandato, una pelea a cara descubierta entre Robles -le pierden las formas del cabreo- y Bolaños -le delata su endeblez-. Así se lo ponen de fácil a un Feijóo mesurado, que contempla complacido el desgarro de la izquierda, la sumisión del PSOE a las exigencias independentistas y, sobre todo, cómo baja el souflé de Vox. Y en el caso de Madrid, el PP roza el éxtasis. Al cumplirse el primer aniversario del vendaval ayusista del 4-M, que Casado ingenuamente quiso compartir, su zarina dice haber cumplido el 95% de su programa y la clá entusiasta le aplaude a rabiar. Frente a estos golpes efectistas, sus desesperados rivales se agarran al clavo ardiendo de las mascarillas defectuosas vendidas a precio de usura para hacerse un hueco en las noticias cuando queda ya menos de un año para volver a las urnas.

El espionaje ha gripado peligrosamente la legislatura. La estabilidad de la coalición asemeja una entelequia. Aparecen abocados a la pura supervivencia discutiendo en medio de la corrala. La conquista de 20 millones de afiliados a la Seguridad Social se la lleva el viento de las disputas internas y las prisas por cargarse a Paz Esteban porque es imposible morder más alto, no por falta de ganas. Ocurre lo mismo con la imprescindible aplicación real de un plan de recuperación económica que se ve desplazado ante las exigencias de Aragonès a un Sánchez, acorralado por tan corto margen de maniobra que le lleva a la torpeza. Ahora más que nunca queda en manos de un independentismo catalán que ve el cielo abierto con sus teléfonos pinchados para hacerse valer. Pero en su fuero interno saben que juegan con fuego, al igual que Unidas Podemos. La patente debilidad de la coalición de poder engorda cada día más al PP. Cuando llegue finalmente el lobo a comerse las gallinas solo habrá sitio para los reproches, los lamentos y el reparto de culpas, pero lo harán desde los escaños de la oposición.

Hasta entonces, las cancillerías -menos la marroquí, claro- asisten incrédulas al denigrante espectáculo de pinchazos y hackeos en el Estado que acogerá paradójicamente con su seguridad abierta en canal y pasto de memes desternillantes una decisiva asamblea de la OTAN a la sombra de la invasión de Rusia en Ucrania. Aún queda tiempo, sin embargo, para que el paraje empeore, fundamentalmente porque desde el CNI podrían empezar a desgranar su profunda indignación interna mediante una serie de intencionadas exclusivas, cargadas del consiguiente impacto mediático. Nunca como en estas fechas los agentes de este servicio teóricamente secreto habían hablado tanto con periodistas de confianza.

De momento, en este panorama convulsionado, la comisión de secretos oficiales resulta un fiasco como era previsible por su propia razón de ser, aunque le siga sorprendiendo al permanente verbo incendiario de Echenique. Eso sí, la magnitud de las fechorías conocidas, su pésimo manejo de los tiempos y de sus interpretaciones han agujereado el siempre imprescindible clima de confianza en la seguridad de un país, empezando por el de su propio presidente. Como si un inopinado descontrol se hubiera apoderado de la polémica por la acumulación de desatinos y hasta el propósito de enmienda se antojara enrevesado. l