ay una creencia bastante extendida que presupone que por escribir una ley se resuelve un problema. El oportunismo político es el que ha propalado el mito. Viene a trasladar la idea adanista que hasta que no llegó tal o cual Gobierno no se hizo lo que se debía, representado en una labor tan sencilla como ponerse a redactar cuatro artículos. Recordemos al Zapatero cuya primerísima ejecutoria parlamentaria fue la llamada ley orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género, que a pesar de recibir la unanimidad del Congreso a la vista está que no ha servido para erradicar el problema, y ahorro entrar en disquisiciones. Ahora es el turno de la prostitución, una actividad de la que comúnmente se afirma que es la más antigua del mundo, pero que nos cuentan está destinada a terminar en nuestro país simple y llanamente por el hecho de que el boletín oficial publique una norma. Hablar de este tema es especialmente arriesgado para el heterodoxo, por cómo impera el maniqueísmo y hasta dónde llega el prejuicio, ora moralista, ora salvacionista. Pero intentando hacer una disección aséptica del problema, el primer punto de análisis tendría que referirse a si es cierto o no que toda prostitución se ejerce mediante la explotación de la actividad por un tercero, léase chulo o proxeneta. O, dicho de otra manera, si hacer de puta o puto es una suerte de esclavismo. La respuesta es que evidentemente no siempre ocurre tal cosa, y que se puede intercambiar un servicio sexual por dinero sin que exista otra obligación que la voluntad de hacerlo, sin coerción. No obstante, la versión preponderante de la izquierda moralista y la derecha monjil es que siempre ocurre lo que la docta Adriana Lastra mencionaba en un tuit: "La prostitución es explotación y violencia sexual. Sin prostitución no hay trata. Por la abolición de la prostitución". El punto de partida es el acostumbrado, una mezcla de prejuicio, banalización y oportunismo político. Aceptando, en cambio, que cabe ofrecer acceso carnal por una retribución, la siguiente pregunta sería si eso no está dentro de la más estricta libertad que cada uno tiene, y por qué ha de haber una ley que lo prohíba. Los mismos que reclaman esa libertad para, por ejemplo, abortar, no la creen igualmente habilitante para hacer lo que se quiera con el cuerpo, incluyendo su alquiler. Llegado este punto, habrá algún lector que ya considere que aquí se está intentando defender la actividad de los puticlubs, y toda la sordidez que acompaña al negocio en su apariencia más común. No es así, ni mucho menos. Lo que resulta ofensivo -y este es un ejemplo más- es que a través de este tema volvamos a constatar el redencionismo que compone un relato político dirigido a idiotas, los que supongan que por fin ha llegado el momento en el que unos diputados terminarán con un supuesto problema escribiendo unas palabras a título de ley. Diputados a los que habría que preguntar si saben que ya está penalizada la trata y el proxenetismo, y que todas las semanas tenemos noticias de la desarticulación de alguna red delincuencial de este tipo. A partir de ahí, que respondan qué derecho les asiste para entrar en la vida de las personas, las que pueden decidir en pleno uso de su voluntad la realización de un acto sexual a cambio de una compensación. Sean hombres o mujeres.

En muy pocos sitios se ha instado un análisis serio sobre este asunto. Sólo se recuerda que allá por el año 2004, el Home Office del Reino Unido elaboró un completo estudio llamado "Paying the price" que pretendía establecer un debate sobre la prostitución basado en términos objetivos. Uno de los hechos que se determinaron es que la idea preconcebida de que había redes de importación de prostitutas provenientes de los países del este era falsa, y que el componente voluntario de la actividad era el preponderante. Aquí, por lo que vemos, la pulsión política sigue otros derroteros, concretamente los tuits de Lastra, y nunca se incurrirá en el error de intentar cualificar un problema antes de pretender resolverlo. Pero como hemos elegido a los gobernantes para que nos libren de las plagas milenarias con los instrumentos de sus trazos de brocha gorda y un papel en el que escribir, cambiará el rumbo de la historia, seguro. Prestemos atención a futuras invectivas relativas a este mismo asunto, a ver cómo se las componen estos lumbreras para bloquear las aplicaciones que permitan concertar una cita, o mantener encuentros domiciliarios pactados mediante una web con servidores en Gibraltar. Se entretienen los legisladores, mientras la realidad de los hechos supera todas sus incapacidades. l

Es de idiotas pensar que por que unos diputados hayan escrito unas palabras a título de ley se acaba con un supuesto problema

A ver cómo se las componen para bloquear las aplicaciones que permiten mantener encuentros domiciliarios