En un contexto político marcado por la efervescencia en el Estado español, donde el nacionalismo vasco, el gallego y el catalán están llamados a desempeñar un papel determinante para la investidura y la estabilidad de la legislatura, se cumplen precisamente cien años desde que se fraguó la gran alianza entre los nacionalismos periféricos con la voluntad de denunciar el sometimiento a leyes estatales que no les son propias y con la intención de reivindicar sus derechos. Este lunes se cumple un siglo desde la firma de la Triple Alianza en Barcelona, una jornada que coincidió con la Diada catalana. Una Triple Alianza que más adelante pasaría a conocerse ya de manera más generalizada con el nombre de Galeusca y que pelearía también por el reconocimiento de la autonomía o mayores cotas de autogobierno.

Esa acción conjunta no pudo alzar el vuelo en aquellos tiempos y se vio frustrada en la práctica por las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco, pero la idea ha envejecido bien, y desde entonces ha quedado un sentimiento de solidaridad y hermandad entre los nacionalismos vasco, catalán y gallego. Ha tratado de refrescarse ya en democracia con declaraciones posteriores como la de Barcelona en 1998 entre PNV, CiU y BNG, o con la coalición para las elecciones europeas de 2004 que tomó su nombre y en la que participaron otra vez esos tres partidos con fuerzas de Valencia y Mallorca. El PNV ha reivindicado históricamente esa experiencia y a día de hoy es el único partido que ha sido una constante desde entonces, que ya existía cuando se firmó aquel pacto y sigue existiendo como tal y bajo las mismas siglas pese a los cien años transcurridos.

Aunque las estrategias en Euskadi o Catalunya han sido diferentes en los últimos tiempos y se han respetado las situaciones específicas de cada cual, la idea la asistencia mutua se ha mantenido vigente. Este es un pacto que sigue de actualidad en este momento político, y está por ver si será posible reeditar algún tipo de colaboración de mínimos que respete las estrategias de cada socio en una nueva legislatura de Pedro Sánchez. La presión al Gobierno español para que mueva ficha en el debate territorial puede ser un fuerte pegamento para estas reivindicaciones de mínimos, como ya lo fue la Ley de Vivienda de Sánchez que puso en guardia al PNV, PDeCAT y Junts por invasión competencial y que propició una imagen de unidad que no se veía prácticamente desde el intento fallido de mediación del lehendakari Urkullu durante el procés catalán.

EL INICIO

El embrión de esta iniciativa hay que buscarlo justo antes del golpe de Primo de Rivera, en un momento de convulsión en el Estado español. El Concierto Económico vasco sobrevivía pero era el último vestigio de la soberanía foral y, en el caso catalán, contaban con una mancomunidad pero el proyecto de Estatuto de Autonomía que se presentó en las Cortes estatales fue rechazado de manera fulminante. En Galicia, primero en torno al idioma, fue creciendo y tomando impulso el galleguismo. Existía, por lo tanto, una pulsión y ambición en los tres territorios. En ese contexto, más allá de las conversaciones bilaterales que ya existían, comenzaron las negociaciones a varias bandas entre partidos de los tres territorios hasta alumbrar el 11 de septiembre de 1923 la Triple Alianza, un acuerdo que tenía un contenido más extremado que posteriores pronunciamientos.

Por parte vasca, suscribieron el pacto Elías de Gallastegi, Telesforo Uribe Etxebarria, Manuel de Eguileor y José Domingo de Arana. Entre los catalanes, se encontraban Estat Català, encabezado por Francesc Macià, quien posteriormente sería president de la Generalitat y uno de los fundadores de ERC; Acció Catalana, de la mano de Antoni Rovira i Virgili; y Unió Catalanista, con Josep Riera i Puntí. Por la parte gallega, participaron Irmandades da Fala e Irmandade Nazonalista Galega, con Vicente Risco, cuya aportación fue decisiva para el nacionalismo del territorio. También intervino en el diálogo Jesús María Leizaola, quien después sería lehendakari en el exilio. Quiso promover una consulta en Comunión Nacionalista Vasca que se vio truncada por el golpe.

EL PRIMER ACUERDO

El pacto de amistad, firmado en Barcelona, proponía una alianza “para la acción conjunta y mutua ayuda en la campaña por la libertad nacional de los tres pueblos”, y denunciaba el “régimen impuesto por el Estado español”, y que Euskadi, Catalunya y Galicia siguieran “sometidas” a las instituciones, leyes y una lengua que no le eran propias. Apostaban por disponer libremente de sus propios destinos.

Tan solo dos días después estallaba el golpe de Estado y frustraba este recorrido. En 1933 se refrescó esta alianza, en un contexto en el que Catalunya ya tenía Estatuto pero seguía sin gestionar algunos asuntos determinantes en materia lingüística o de Interior, y la situación vasca era aún peor porque carecía de esa norma. Se firmaría el acuerdo, ya como Galeusca, en Santiago de Compostela en 1933. Se sumaron a él otras fuerzas como UDC, ERC y ANV. Poco antes, Castelao, uno de los padres del nacionalismo gallego, había viajado a la Casa de Juntas de Gernika para firmar un manifiesto que dejaba la pista de aterrizaje para la declaración de Compostela.

El golpe de Estado contra la República volvió a complicar cualquier avance práctico de Galeusca, si bien se intentaron algunos movimientos en el exilio. Ya en democracia, en 1998, se firmó otro acuerdo entre PNV, CiU y BNG frente a la tendencia homogeneizadora del Estado y con una vocación confederal. A nadie se le escapa que las diferentes estrategias y realidades económicas (empezando por la brecha que existe en materia de autonomía fiscal, donde Euskadi sí cuenta con un Concierto Económico que le permite recaudar sus propios impuestos) han complicado la plasmación práctica de acciones conjuntas. Sí hubo movimientos con consecuencias, como sucedió con las coaliciones en las europeas, y sobre todo quedó como legado la llamada a la solidaridad y presión al Estado.