“A finales de los 70 algunos pueblos se organizaron para desenterrar a sus familiares y vecinos represaliados por el franquismo”. Así empieza el documental ‘A flor de piel’, que emitió RTVE el pasado martes elaborado por el propio ente público, dentro de un especial sobre las fosas del franquismo.

La emoción

Con qué cariño dejaban los huesos en el cajón, no os podéis hacer ni idea, los dejaban despacito”, dice una mujer a modo introductorio. Su voz, conmovida aún por esa delicadeza, esboza la magnitud de aquellos reencuentros y el amor a unos seres queridos cuya osamenta testimoniaba lo sucedido. Aquellas vidas arrebatadas, las de un marido, un padre o un hermano, asesinados y escondidos bajo tierra. Y aquellos duelos embargados durante cuatro décadas, tan crueles como penosos, porque a la mayoría de nosotros no nos han matado a un familiar y mucho menos lo han hecho desaparecer tirado en un camino.

La primera exhumación se realizó en Marcilla en 1978, continúa el prefacio. “Se hizo todo a pico y pala por los mismos familiares”. Una cuadrilla de vecinos pone contexto histórico: “En Navarra pasaron auténticas burradas”, dice un hombre, “y mi padre poquica conversación”. La segunda frase carece de verbo pero dice mucho. Trauma y silencio, un binomio alargado.

El documental recuerda la emoción profunda de las excavaciones populares para recuperar los restos de seres queridos asesinados

El documental, de Patricia Aranda, Cristina Domaica y Pablo Caminero es breve (23 minutos) de una humanidad cálida y serena. Enseguida aparece una carta manuscrita. Fechada en agosto de 1936 desde la prisión de Tafalla, escrita por un campesino, José Orduña.

“Querida madre, cuatro letras para decirle que me encuentro bien de salud. Gracias a Dios”.

Luego le pide que mire de qué manera le pueda sacar de allí.

“Parece mentira que tengan el valor de matar a quienes siempre fuimos amigos y convecinos”, se lamenta.

A José le matarían dos meses y medio después y lo enterrarían en una fosa. Su sobrina, Josefina, ha pasado su vida queriendo al tío que no tuvo.

La impresión

Otra mujer, Lucía, demuestra que un crimen así alcanza a los nietos. Ella recuerda la determinación por “sacar” a esos familiares de las cunetas, “traerlos” y “llevarlos a casa”, a pesar de una lluvia incesante. Los tres verbos resuenan con fuerza.

Lo más tremendo es cuando dice: “Se notaba los que aún estaban vivos. Las costillas las tenían juntas (hace un gesto de intentar coger aire) y las bocas abiertas. Eso impresiona muchísimo, sabiendo que allí además está gente de tu pueblo y gente de tu sangre. Y tú decías pues será mi abuelo... ¡Todos eran tu abuelo!”.

En otro caso, el de Eloy Resano, el antiguo expediente afirmaba que murió el 27 de julio de 1936 en la “lucha nacional”. De eso nada, responde su nieta Amelia, “porque mi abuelo no luchó, le sacaron de casa y lo asesinaron”. A veces ella se pregunta si pudo haber maltrato previo. La cuestión le asalta más allá del desenlace. El horror es así, extensivo. Amelia habla acompañada de un hombre llamado Benito, y la historia de la relación entre ambos es un bello canto a la esperanza.

La memoria

Sale también el historiador Roldán Jimeno y se recuerda el compromiso de su padre, José María Jimeno Jurío, en esas exhumaciones; también las amenazas sufridas y las notas que escribió a máquina para tratar de reconocer a alguna víctima por los restos de su vestimenta. El recorrido salta de Marcilla a Peralta y Sartaguda, ‘el pueblo de las viudas’.

La historia concluye con ‘Txoria txori’, de Mikel Laboa, y una idea definitoria: los muertos tenían vivos y los vivos memoria

“En Navarra no hubo frente de guerra”, recuerda Roldán. “Los más de 3.400 fusilados fueron asesinados a sangre fría”. Se trataba de darles una sepultura digna a esos seres queridos sobre los cuales “ni se podía hablar durante cuatro décadas de drama”, resume el historiador, que habla de la “emoción profunda” de aquellas intervenciones. Esos ataúdes desfilaron por los pueblos arropados por familiares y vecinos, que por fin pudieron honrar públicamente su memoria hasta entonces recluida.

El documental va concluyendo con Txoria txori de Mikel Laboa, que cantan Amelia y Benito. “No pudimos recuperar vuestros cuerpos, pero sí que hemos recuperado vuestra memoria. No tuvieron en cuenta que os mataron pero los muertos tenían vivos y los vivos memoria”, concluye Amelia. Es la coda final.