pamplona. La polio fue una enfermedad que atemorizó a la población occidental, no tanto por su mortalidad como por sus secuelas, la parálisis de las extremidades. Las peores epidemias vividas en Navarra y el resto del Estado apenas generaron literatura médica sobre la patología y de ellas quedan pocos datos fiables en los registros oficiales. Ocurridas durante la dictadura de Franco, la imagen de la polio en la Comunidad Foral no pudo ser otra que la permitida desde el poder: si se habló de ella fue para enaltecer el sufrimiento, el esfuerzo y la obediencia, valores acordes con el régimen político y su confesionalidad católica, según los últimos trabajos sobre el azote de este terrible virus, que afectó desde los años 50 a un millar de navarros, con una media de entre 60 a 75 casos al año. El número oficial de enfermos en el Estado es de 35.000, aunque los expertos sospechan que las cifras son más elevadas.

La negligencia que cometió la dictadura al afrontar la epidemia de poliomielitis durante los años 50 y 60 generó centenares de afectados en Navarra. Una tardía y deficiente gestión del tratamiento determinó que las tasas de incidencia de esta enfermedad se dispararan en todo el Estado (2.132 casos de las formas paralíticas en 1959), mientras que en otros países de nuestro entorno el control sanitario fue más efectivo. Las disputas entre distintas familias del régimen por gestionar la sanidad estatal perjudicaron a las víctimas que no siempre tuvieron acceso gratuito a las vacunaciones.

Muchas de las cojeras que hoy padecen centenares de navarros en torno a los 50 años de edad se deben a este brote de poliomielitis mal tratado por el régimen que, además, con su control sobre los medios de comunicación ocultó la importancia de la epidemia, lo que determinó que su incidencia se prolongara en el tiempo más que en otros países, sobre todo entre las clases sociales más desfavorecidas y menos informadas, según critican los afectados.

"Mucha gente no quiere que se sepa por qué algunos nos contagiamos mientras a otros niños afines al régimen sí que se les protegió", denuncia la presidenta de la Asociación de Afectados de Polio y Síndrome Postpolio, Lola Corrales, en referencia a las campañas de vacunación que la Dirección General de Sanidad (DGS) llevó a cabo entre 1955 y 1958. En tres años se vacunaron sin publicidad alguna a 200.000 niños. En la carrera hacia la vacuna tomaron ventaja dos científicos que mantuvieron una dura competencia por imponer sus respectivas vacunas, Jonas Salk (1955), inactivada e inyectable, y Albert Sabin (1958), atenuada y oral. Mientras los países occidentales adoptaban una u otra de inmediato, la respuesta española fue tibia, sin una decidida acción gubernamental que implantara un programa de inmunización masivo.

El médico de la Universidad de Salamanca, Juan Antonio Rodríguez, revela en el libro Responsabilidades no asumidas: la poliomielitis en España (1954-1967), que se publicará en diciembre, que detrás de la mala praxis del Gobierno hubo "luchas de poder internas". La implantación de la vacuna enfrentó al poderoso Seguro Obligatorio de Empleados (SEO), dominado por Falange, y la Dirección General de Sanidad (DGS), dependiente del Ministerio del Interior y gestionada por sectores militares católicos. El SEO apostó por la vacuna de Salk y la DGS por la de Sabin. "Ambos sectores deseaban el control de la Sanidad y el régimen no quería afrontar el gasto de una vacunación que no era obligatoria, pero que debió ser prioritaria", resume Rodríguez.

Los despropósitos del poder llevaron a una estrategia de ocultación. Según los afectados, cuantos más casos se fueron produciendo, menos noticias aparecían en prensa. La dictadura no afrontó la enfermedad hasta 1963 cuando la batalla interna fue ganada por el sector militar católico que asumió a través de la DGS el monopolio de la vacunación con la fórmula de Sabin, defendida por un equipo de jóvenes científicos posteriormente ligados a UCD y PSOE.

27 pesetas El brusco descenso inicial de la morbilidad a partir de 1963 evidenció el quinquenio perdido. Hasta entonces se había dispensado la vacuna de Salk a niños "pobres de solemnidad y ricos pudientes", señalan expertos como Rodríguez o José Tuells. Un sector de la población debía pagar 9 pesetas por las tres dosis y los más pudientes 27 pesetas. "Eran cantidades inasumibles. El régimen hizo un estudio manipulado que decía que el coste de la vacunación era de 600.000 pesetas por niño", explica Rodríguez. "No querían afrontar el problema mientras gastaban el dinero en construir el Valle de los Caídos o centrales nucleares", sostiene Corrales.

En Navarra la vacuna de Salk, que no se encontraba en las farmacias, se distribuyó de forma limitada a niños que acudían a dispensarios públicos como los ubicados en la calle Leyre, Jarauta o el barrio de la Chantrea, sin embargo, la vacunación gratuita y general con la fórmula de Sabin, en 1963, se realizó en los colegios y a través de los médicos rurales. El último caso de polio en la Comunidad Foral se registró en 1980, y en el Estado, en 1989. La propaganda franquista (carteles, el NO-DO, documentales, cuñas radiofónicas, folletos) lega una imagen significativa de la época: la del dolor y el silencio. Documentales y actos públicos señalaban una ficticia superación de las secuelas. Los afectados por la polio se invisibilizaron socialmente, hasta que la aparición del síndrome postopolio, un empeoramiento de la enfermedad para el que piden más atención, vuelve a llamar a la reflexión sobre lo sucedido.