Mordiscos y candados
para sensibilizar a favor de la igualdad y los buenos tratos, el Ayuntamiento de Estella ha convocado por segundo año consecutivo el concurso de frases de amor con motivo del día de San Valentín. Muy bien. Se han presentado 165 frases. Unas cuantas personas se han parado a pensar sobre el asunto, jóvenes la mayoría. Ya hace falta, porque por amplia que sea la definición de amor, se detectan en su interior ingredientes nocivos. Y si muchos chicos y chicas le han dado vueltas, estupendo. El trabajo de elaborar una frase, elegir, descartar, supone fineza mental que pueden aplicar a la revisión de lo que les llega. Bravo.
Porque no se vayan a pensar que los mocetes y mocetas están recibiendo mayoritariamente análisis ponderados, propuestas diversas que creen debate, reflexiones que contextualicen el amor, esa realidad que no es ajena ni a los modelos sociales, ni a los económicos y productivos. ¿Cómo lo van a hacer si la mayoría de los adultos vamos con el piloto automático? No hay más que ver lo que sueltan a bote pronto cuando, sin la premisa del concurso, se les pide que digan frases propias de una tarjeta de San Valentín. Aparecen algunas como Cuando no estás, el mundo se me viene abajo o Te quiero para mí, frases que pueden calificarse de oídas y viejas y en las que subyacen elementos como la dependencia, el control y la posesión. Adolescentes contemporáneos con una elaboración textual y sentimental propia de letristas de copla. ¿Cuánto hay de irreflexión y cuánto de expresión? Habrá que verlo.
Los viejos modelos siguen funcionando. Si por amor Doña Inés comprometió nada menos que su salvación eterna, ahí es nada, por amor la protagonista de la saga Crepúsculo, un éxito entre los adolescentes, se arriesga a ser vampirizada. ¿Todos los novios tienen que ser tan raritos? ¿Todas las novias tienen que exponerse tanto? ¿Hay que asociar el amor a la dificultad, a lo trágico, a precios tan altos? ¿No bastaría con hacer puenting los sábados y el resto de la semana tranquilidad?
Si vamos a los libros, Federico Moccia es el responsable de la extensión de la fea costumbre de castigar el mobiliario urbano y el patrimonio histórico con la colocación de candados, un supuesto símbolo amoroso. ¿Amoroso? ¿Un candado? ¿Algo que cierra y ata? Una especie de cinturón de castidad para el cerebro, protejámoslo, que no le dé el aire. Fíjate que a mí, como símbolo, me recuerda a la esclavitud, pero igual no estoy siendo objetiva. Que se convierte además en un objeto de exhibición de lo nuestro. Otra vez tú y yo frente al mundo en un espacio blindado. Qué cansancio numantino.
Ya sé que cuando escuchan o leen estas cosas muchas personas piensan: no hay que ser tan tiquismiquis, que le sacáis punta a todo. Algo que nunca dirían a un mecánico de aviación que se empeñe en revisar una a una todas las piezas del mecanismo de las aeronaves. Pero en ambos casos nos la jugamos.
Más en Sociedad
-
Alerta amarilla este domingo en Navarra por lluvias y tormentas
-
Un calendario que se detuvo el 13 de enero con la explosión de Noáin
-
Conceden en Navarra la incapacidad total a un soldador con patologías articulares y respiratorias
-
La Justicia navarra retiene 22 millones de euros en embargos, multas e indemnizaciones