De hecho, a los enfermos de la cuarta planta (cirugía) y de la sexta (medicina interna), que tenían que haber cenado entre las 19.30 y las 20.00 horas, no les llegó el correspondiente menú hasta tres horas después. A las 22.00 horas todavía muchos de ellos no habían cenado y a otros, sus familiares les habían comprado bocadillos para que se llevaran algo a la boca. Obviamente, ciertos pacientes, por su delicado estado de salud, necesitan un tipo de comida muy específica y otros, con tratamientos de insulina, requieren de puntualidad en los horarios de ingesta para que su tratamiento sea eficaz y que se les pueda pinchar la medicación sin riesgo de sufrir una hipoglucemia.
De todas formas, las plantas del hospital Virgen del Camino echaban humo. Primero, por los carros de comida, en cuyo proceso de recalentamiento habían sufrido algún tipo de incidencia por el que los panes estaban totalmente chamuscados, las tortillas quemadas, e incluso los productos en frío, como gelatinas o yogures, se habían licuado, el arroz con leche ardía y las ensaladas parecían verdura cocinada. Había una tortilla, que aparece en una foto, con un aspecto malísimo. Cada carro contiene 28 bandejas y al menos estuvieron afectados tres, que tuvieron que ser devueltos por completo. Tres horas después todavía no se habían traído los nuevos con la cena en condiciones.
También ardían los nervios de los pacientes y sus familiares, hartos del vergonzoso y caótico estreno de las nuevas cocinas hospitalarias. Muchos se llevaban las manos a la cabeza. En la sexta planta los acompañantes de varios enfermos dejaban una idea común: "Esto es una vergüenza, pero ¿a dónde hemos llegado? Es un desastre, se va a convertir esto en una clínica de adelgazamiento a fuerza de que no coman", relataban. María, que tiene a su marido ingresado en dicha planta, contaba que "desde que funcionan estas nuevas cocinas, mi esposo está pasando más hambre que nunca. Le van a salir escamas del pescado que le traen y resulta que es el enfermo el que tiene que pagar todo esto".
Otro interno afirmaba que, además, la variedad en los menús "es penosa. Hoy he comido guisantes y me traen menestra para cenar. A mi compañero, que es diabético, le dan yogures con azúcar... No saben llevar un control de dietas. Además, las raciones son escasísimas y el pescado huele algunas veces que da para atrás. Es todo raspa". Un paciente indignado clamaba por el pasillo que la solución era bien fácil: "En lugar de decir chorradas, aquí tiene que venir la directora o la consejera a dar la cara", zanjaba.
Finalmente, un nuevo familiar llegaba al centro de control de enfermería agotada su paciencia. "Aquí no se puede jugar con la salud de los enfermos", decía. Como exponían varias de las personas que sufren este calamitoso servicio, "es una cuestión que va más allá de la pura comida. Hablamos de pacientes graves, que necesitan atención puntual, comida a su hora y medicación, si falla algo de esa cadena, falla todo". Y la salud, así, se viene abajo.