Juzgados dos empresarios que estafaron a un navarro con una línea erótica que le prometía citas
La fiscal y acusaciones piden 3 años de cárcel a dos hermanos malagueños del sectorLa víctima gastó 17.740 € en llamadas donde se le prometía un código para el contacto que nunca se le daba
pamplona - Dos hermanos naturales de Málaga, Paola S.G., y Juan Carlos S.G., fueron juzgados ayer en el Juzgado de lo Penal número 5 de Pamplona por un delito continuado de estafa por el que se enfrentan a tres años de prisión. Los hermanos, y su madre, que aparece como administradora de alguna de sus compañías pero contra la que finalmente la Fiscalía retiró la acusación, son dos conocidos empresarios que se dedican al mundo de las líneas eróticas y del tarot a través de números de tarificación adicional, es decir, aquellos con prefijos 803, 805 y 806.
Han tenido multitud de procedimientos en los tribunales en términos similares al que ayer se juzgó en la capital navarra.
El caso denunciado aquí sucedió en 2008 y fue el de un hombre que a través del anuncio de un periódico contactó con una línea de este tipo, perteneciente a una empresa de los procesados. Según la víctima, en marzo de 2008, tomó nota del teléfono en el que se anunciaba que podía tener una cita con una mujer. “Ponía teléfono para tener citas, no eran llamadas con contenido erótico. Y llamé y me atendió una persona muy amable que decía llamarse Miriam. Ella me decía que me ofrecería un código con el que podría concertar una cita con una chica que se llamaba René en un hotel de Pamplona. Pero la clave no me la daban. A los 30 minutos se cortaba la llamada y, al seguir telefoneando, me daban largas, me decían que esperara. El primer día recuerdo haber hablado durante dos horas sin resultado”, declaró ayer. La víctima, que según su terapeuta presentaba entre 2007 y 2012 un trastorno obsesivo-compulsivo, siguió llamando durante dos meses. Pero nunca consiguió la cita. Llegó a acumular más de 17.740 euros de factura telefónica. Se tuvo que cambiar de línea, telefoneó desde casa de sus padres y aquello, según dijo, “me creaba una ansiedad y un desasosiego porque en la línea me decían que me lo iban a solucionar. Y que me devolverían el dinero. Yo confié en ellos. Todo era raro, les pregunté si me estaban timando, y lo negaban. Incluso, cuando no llamaba, me llegaron a llamar ellos incitándome para que telefoneara. Muchas veces hacía la llamada y ni siquiera hablaba con nadie. Eran 30 minutos sin hablar. Pasé a un fichero de morosos porque solo me quedó pendiente una factura y esa situación terminó también por afectar a mis padres, que enfermaron”, confesó este navarro.
Los acusados son los administradores de la empresa a los que la acusación señala como receptores de pingües beneficios por estas líneas de tarificación adicional que, a veces, como señala la Fiscalía, utilizan artimañas para retener a los clientes al otro lado del teléfono. De hecho, el Ministerio Público manifestó que no se trataba de una simple estafa, “sino que va más allá, tiene un plus, que es prometer al que llama algo más, en este caso una cita en un hotel que obtendrá si sigue llamando. Y él no se daba cuenta de que era un timo y no tenía la capacidad de cortar la comunicación. Pensaba que se lo iban a arreglar”.
La procesada recordó que ha tenido desde hace doce años un centenar de líneas con este tipo de tarifas (en las que se paga el minuto a 1,2 euros desde fijo y 1,57 euros desde el móvil) y que siempre salta una locución, al llamar, advirtiendo de dichos precios. Dijo que tenía entre 30 empleadas y que solo buscaba operadoras que atendieran correctamente. “Pero estaba prohibido establecer contactos personales entre clientes y operadoras”, afirmó, aunque su hermano añadió que “aunque oyes cosas que te llevas las manos a la cabeza, he llegado a ver una boda entre un hombre que llamó y una telefonista.
a las tres sanciones, cortan Defendieron ambos que estas líneas, que reciben 500-600 llamadas al día, se cortaban cuando recibían al menos tres infracciones administrativas. Pero alegaron que ello se debía a los impagos de los clientes, aunque era más bien por vulneración de normas de conducta. “Me siento víctima”, llegó a decir ella. Su hermano afirmó que trabajaba contratando publicidad, en la que “se ponían todas las advertencias” y que lo hacía “sin sueldo”. Explicó que en su negocio las teleoperadoras buscan darle rollo al cliente y que no dicen a sus empleadas que retengan llamadas para dar códigos para citas porque “eso está prohibido”. Una de las trabajadoras que declaró a favor de los defendidos sí que admitió que su labor es como si fueran “novias telefónicas y recibimos, además del sueldo fijo, incentivos por los minutos que hablábamos con clientes”.
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