a estafó en pesetas, en millones, allá a finales de los noventa, pero, lejos de corregirse, ni el paso por prisión le rebajó las ínfulas de hacerse rica a costa de los demás. Ahora lo hace en euros, con la misma jeta, método, personaje y dejando unas cuantas víctimas a sus espaldas. Ana María Bea Jiménez figuró ya con 27 años en este periódico en la página 49 de la edición del sábado 19 de diciembre de 1998. Se le tituló entonces: Cuatro años de cárcel para la mujer que se hacía pasar por hija del Rey. La Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Navarra la condenó junto a su tío por estafar más de 30 millones de pesetas a varios inversores de Bolsa de la Ribera. Su tío, Ángel Pina Chivite, de 82 años, presumía al igual que la sobrina de tener unos privilegios especiales derivados de su condición de mutilado de guerra que le hacían perfecto conocedor de lo que ocurría en el negocio bursátil.

Para dar apariencia de legalidad, montaron una oficina en Corella, que les fue cedida por razones humanitarias, en donde citaban a los clientes y les entregaban documentos acreditativos de sus inversiones. La sentencia resaltaba que “el denominador común en todos los hechos narrados era la promesa que recibían las víctimas de recibir unos importantes beneficios a cambio de las cantidades entregadas, siendo el porcentaje prometido tan fabuloso y desorbitado que lo convierte en prácticamente increíble”. Pero las víctimas subrayaron la notable inteligencia de la acusada, que creaba “con los estafados una relación personal de confianza, conquistando su cariño” y todo ello como parte de un plan preconcebido para dejarles sin blanca.

Tras esta primera vez incursa en el delito, Bea Jiménez amplió su currículum con el paso de los años. En Zarautz dejó de pagar 241.000 pesetas al no pagar en un hotel en 1999 y estafó a dos peluqueras. En Castro Urdiales, usando su otra vida de hija ilegítima, no pagó a varios conductores a los que contactó y estafó a la familia de un taxista. En Huelva, Lugo y Valladolid contrató a cuidadores y asistentes para sí misma y dejó deudas importantes. En Granada, hace tres años, se presentó como latifundista dispuesta a vender tierras y se marchó con el dinero bajo la manga. Ahora, un despacho de abogados de Alicante le ha servido para la última de sus estafas.