Ayudar a los demás de forma desinteresada es una de las acciones más gratificantes que puede llegar a sentir el ser humano. Así lo expresan los y las jóvenes que colaboran en el acondicionamiento del Parque Natural de Urbasa Andía durante este verano, campamento organizado por el Instituto de Navarra de Juventud y el Departamento de Desarrollo Rural y Medio Ambiente.

Lo cierto es que “la naturaleza te da paz, en eso coincidimos todas las personas del mundo”. Bajo esta afirmación, varios menores del campamento de voluntariado se muestran agradecidos por poder colaborar en la conservación del lugar.

Del 1 al 15 de agosto, reconstruir, arreglar vallas, marcar rutas, desbrozar ciertas zonas y limpiar tejados y fuentes son algunas de las tareas que realizan los voluntarios, cuyas edades oscilan entre los 15 y los 17 años. Cada uno procede de un lugar diferente del Estado, lo cual genera un intercambio de valores y costumbres entre los participantes. Hay voluntarios de Castilla y León, la Comunidad Valenciana, Andalucía, Aragón, Cantabria, Castilla la Mancha, Catalunya, la Comunidad de Madrid y Navarra.

un ambiente agradable Aunque al principio la convivencia era “muy rara”, el “buen rollo de los compañeros” acaba contagiándose entre unos y otros y, finalmente, todos los participantes han acabado siendo “súper amigos”, comenta Lucía Morales. Además de la pasión por la naturaleza, todos los voluntarios comparten la certeza de lo bien que sienta “salir de la zona de confort”, y animan a otros jóvenes a salir de casa y probar a hacer nuevas actividades.

Voluntarios trabajan en la zona del sendero de Morterutxo. Iñaki Porto

“Mucha gente piensa que hacer voluntariado es estar esclavizado a hacer cosas, pero eso es mentira”, declara Yisong Pérez. “Lo cierto es que se disfruta mucho haciendo labores para mejorar este sitio, nos lo pasamos muy bien”, continúa. Hugo Benages, Cira Puertas y Ander Borja, mientras asienten con la cabeza mostrándose de acuerdo con las afirmaciones de su amigo, añaden que repetirían “mil veces este campamento”.

Eider Caballero, veterana en este tipo de actividades de voluntariado, estuvo el verano pasado en los búnkeres de Elizondo, y le “gustó tantísimo la experiencia”, que este año ha vuelto a ser voluntaria, y se lo recomienda a “todo el mundo”. “El hecho de saber que estás ayudando tiene algo que engancha, te hace sentir bien”, añade.

Los monitores, apoyando las declaraciones de los jóvenes, aseguran que el ambiente en el campamento es “muy sano” y que el grupo de menores es “muy participativo”. Bogomil Bogomilov, uno de los instructores, confirma, con orgullo, que “a la hora de trabajar, se nota el interés de cada uno. En general es un grupo bueno y tienen muchas ganas de hacer cosas”. Además de las tareas de acondicionamiento del Parque Natural de Urbasa Andía, los voluntarios también deben trabajar en sí mismos. Existe, por tanto, un crecimiento a nivel personal. “También tienen que hacer cosas solos y buscarse un poco la vida, por ejemplo hay días en los que se tienen que lavar la ropa a mano”, añade Bogomil. Son 15 días los que pasan fuera de sus respectivas casas, aprendiendo a “valerse por sí solos” y a “hacerse un poco mayores”.

ANÉCDOTAS Y MUCHA DIVERSIÓN

Aunque la comida es casera y está “buenísima”, los jóvenes coinciden en una realidad: “no hay supermercado y no podemos comprar nada”. “Siempre comemos ajos”, aseguran, “pero está todo muy bueno”. Con alguna que otra mirada de picardía, el grupo de menores se miraba entre risas. Como anécdota, todos ríen al recordar que alguien les había acusado de hacer un “sinpa” en un bar cerca de la zona, pero ellos aseguran que “seguro que fue alguien de una casa rural. Nosotros no hacemos esas cosas. ¡A veces nos culpan de todo a los jóvenes!”.

Los voluntarios hacen uso de palas, rastrillos y carretillas para habilitar la zona. Iñaki Porto

Por otro lado, los menores asisten a varios talleres educativos. Uno de estos cursos fue impartido durante la primera semana del campamento por miembros de SETEM, y trató sobre el consumo y la violencia de género. También se impartirá un taller de género, por iniciativa propia de los monitores del campamento, y otro sobre sexualidad. “Al final, son cosas que les generan curiosidad y también es nuestra labor instruirles”, comentaba Bogomil.

UN PARQUE INCLUSIVO 

En Navarra son pocos los senderos que se encuentran adaptados para sillas de ruedas y para personas invidentes. En Urbasa Andía, sin embargo, el sendero de Morterutxo está acondicionado para este tipo de necesidades, y por ello cuenta con un suelo habilitado para transitar con silla de ruedas y con paneles táctiles que contienen información en braille para personas con discapacidad visual. Se trata de una ruta de carácter circular de 800 metros de largo, cuyo terreno se encargaron de limpiar el pasado miércoles los voluntarios del campamento.

Jóvenes del campamento acondicionan el sendero de Morterutxo, adaptado a personas invidentes. Iñaki Porto

Siguiendo con obediencia las instrucciones de los monitores, los voluntarios se dividieron en grupos, repartiéndose así las labores entre unos y otros. “El truco de todo esto es hacerlo siempre con una sonrisa y pensando que estás ayudando”, expresa Eider Caballero mientras retira piedras del sendero de Morterutxo y trabaja junto a sus compañeros. “Las personas invidentes y la gente en silla de ruedas también tiene derecho a disfrutar de la naturaleza”, comentan los voluntarios. Así, equipados con sus rastrillos, tijeras, carretillas y palas, los jóvenes acondicionaron el lugar sin dejar de mostrarse sonrientes, animados y, sobretodo, agradecidos.