La historia de Mani conmueve, remueve las entrañas. Pero al mismo tiempo inspira. Nació en 1996 en Irán. Y lo hizo siendo una niña. Pero desde muy joven no se sintió como tal, lo que le llevó a tejer un “plan”, como él mismo lo llama, para huir de su país y poder vivir en libertad, sin miedo a acabar en la cárcel o sentenciado a pena de muerte. Tras un largo y tortuoso viaje, sobre todo en lo emocional, asegura que “en Navarra he empezado a vivir”.

Mani vino al mundo en una familia iraní tradicional, en una ciudad situada a una hora de la capital Teherán, que “siempre supo lo que me pasaba”, pero nunca se atrevió a verbalizarlo. “Desde muy niño, me cortaba el pelo yo mismo. Era la única niña en mi colegio que llevaba el pelo corto. También renegaba del hiyab”, el velo que las mujeres musulmanas usan en presencia de personas que no son de su familia inmediata para cubrirse la cara y el pecho.

Su rebeldía ante las convenciones religiosas y culturales islámicas, le granjeó problemas desde la escuela. “Había profesoras que me regañaban por llevar el pelo corto, que tampoco veían bien que me relacionase con mis compañeras de clase, porque me veían como una mala influencia para ellas”, recuerda.

Dos personas en una

A los ojos de los demás, Mani llegó incluso a hacer pensar que era dos personas en una. “Había un vecino que creía que yo tenía una hermana, una que era tímida, que andaba con la cabeza agachada. Cuando salía de casa me quitaba el hiyab y al verme con el pelo corto creía que yo era el hermano de esa chica”, relata.

Con la llegada de la adolescencia, en el instituto, el convencimiento de Mani se acrecentó. “Supe que necesitaba salir de Irán. Aunque el proceso transgénero está regulado en mi país, está más enfocado a que desistas, que a llevarlo adelante. Incluye sesiones de electroshock (terapia electroconvulsiva), las cirugías deben ser completas y no son las más seguras. En Irán sólo está aceptado ser hombre o mujer, no caben las opciones intermedias, ni ser homosexual. Te pueden condenar a muerte si eres lesbiana”, explica.

A los 16 años, recién empezados los estudios universitarios, Mani se compró una tablet y una tarjeta para tener acceso a Internet y se lanzó en búsqueda de información. “Quería saber cómo se vive en otros países, como se acepta a las personas transgénero. Y planeé cómo salir de Irán. Con mi novia, compramos tres maletas que ocultamos en la peluquería de una amiga suya en la que trabajaba. Y durante dos años ahorramos dinero para abandonar Irán”, rememora.

Salida de Irán

Al alcanzar la mayoría de edad, con la firma de su padre, Mani pudo obtener el pasaporte que le abriría las fronteras. Había llegado el día de buscar su libertad, junto con su novia. “Compramos billetes para Turquía, ida y vuelta, para decir a la Policía en el aeropuerto que nuestro viaje duraría dos semanas. Diríamos que iba a visitar a unos amigos”. El día del viaje, su pareja sufrió un accidente cuando huía de su casa por la ventana. “Me llamó al aeropuerto y tuve que tomar una decisión en segundos: o me iba yo solo a Turquía, o me quedaba y corría el riesgo de que me detuviesen y me sentenciasen a muerte. Elegí vivir y viajé solo”.

En la capital turca, Mani comenzó cuatro años de trámites y sinsabores para conseguir el asilo y la condición de refugiado por razones de discriminación sexual. En ese tiempo contó con el apoyo de “personas LGTBI+ que también estaban refugiadas en Turquía. No teníamos permiso de trabajo, ni derecho a sanidad pública...”. 

“Aquí en Pamplona puedo tener una vida, puedo trabajar, puedo ir al gimnasio...”

Mani - Refugiado iraní transgénero

Cuando tuvo todo preparado para viajar a Estados Unidos como refugiado iraní, Donald Trump se cruzó en su camino. “Incluyó a Irán en una lista de siete países a cuyos ciudadanos les cerró la puerta a entrar en su territorio”, un revés que alargó su estancia en Turquía, hasta que surgió la oportunidad de viajar a Europa. “Fue un momento duro, porque mentalmente estaba todo enfocado a irme a Estados Unidos”, afirma.

Mani integró el grupo de 40 refugiados iraníes que viajó a España en 2019. “Nos dijeron que en los últimos 20 años éramos los primeros iraníes que llegarían a España como refugiados. De España sabía algo del fútbol y de los toros. Nada más”. Al aterrizar en Madrid, el grupo de 40 se desgajó en porciones más pequeñas. “A Pamplona vinimos tres refugiados”, tres personas iraníes sin familiares, ni amigos en el destino, sin conocer el idioma ni la cultura, pero por fin libres.

Apoyo de CEAR

En Pamplona, Mani y las otras dos personas refugiadas que le acompañaban fueron recibidas por el personal de CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. “Me ayudaron en todo. Gracias a ellos, puedo decir que he empezado a vivir en Navarra”, se emociona Mani al afirmarlo. “Puedo tener una vida, puedo trabajar, puedo ir al gimnasio...”, destaca como auténticas conquistas. 

Si se le pregunta si es feliz, Mani asegura que “en lo personal, sí lo soy, me faltan pocas cosas... Amigos, quizá”, revelando la dureza y la valentía que requiere salir del país en el que has crecido, dejando atrás todo, incluidos la familia y las amistades, y empezar de cero en otro continente. Sin embargo, sufre por los amigos y amigas que siguen “atrapados” en Irán o en Turquía, por lo que quiere alzar su voz.

“El levantamiento que hay en Irán no es sólo por el hiyab obligatorio, es una revolución por la libertad”

Mani - Refugiado iraní transgénero

“No soy la única persona que se vio obligada a huir y abandonar el país por no tener las mismas creencias que el Gobierno de la República Islámica y por tener identidad de género diferentes a las del público en general”, denuncia Mani, quien recuerda que “hace unas semanas, una joven llamada Mahsa Amini fue arrestada por la Patrulla de Orientación, una de las fuerzas policiales adjuntas de la República Islámica de Irán, que supervisa la implementación general de las regulaciones del hiyab, y ello por no cumplir con los estándares del hiyab. De repente sufrió una insuficiencia cardíaca en una comisaría de Shaunat-e-Islami, cayó al suelo, entró en coma y murió dos días después. Eso es lo que dijo la Policía”.

Pero testigos presenciales, completa Mani, “dijeron que la golpearon y al caer al suelo, pegándose con su cabeza en el ala de un auto de la Policía. Además, según filtraciones de las exploraciones hechas por médicos y especialistas, estos llegaron a diagnosticar una hemorragia cerebral por accidente cerebrovascular. Ahora, una vez más, la gente que protesta lo hace en contra de la existencia de estas leyes islámicas obligatorias”.

Sin ayuda de Naciones Unidas

Mani critica que “ahora mismo, el Gobierno iraní ha bloqueado el acceso a aplicaciones como Instagram y WhatsApp y ha restringido el acceso a Internet para reducir la capacidad de organización de los manifestantes y evitar la difusión de noticias sobre los muertos en las protestas callejeras”. “Esto sucede en una situación que hoy cientos de mujeres iraníes y personas LGTBI iraníes se han visto obligadas a abandonar el país para escapar de las represiones del Gobierno y de las leyes que atentan contra su seguridad y sus vidas, personas que, como yo en España, han solicitado asilo en un país como Turquía y están esperando años. No hay ni respuesta, ni ayuda por parte de Naciones Unidas y sus países miembros. Personas que no tienen la suerte de emigrar a un país libre como España, personas que huyeron de su país tal vez con menos de 20 años y que han estado esperando años para entrar en un país donde puedan vivir como una persona normal y corriente”.

De aquella niña que se cortaba el pelo en su casa porque se sentía niño, a la persona que hoy es Mani, sus ansias de libertad siguen intactas, su rechazo a las discriminaciones de cualquier tipo. “Quiero ser una voz para las personas dentro de Irán y extender una mano para los refugiados iraníes que se vieron obligados a abandonar su país solo para sobrevivir y vivir. Este levantamiento que está ocurriendo actualmente en Irán no es sólo por el hiyab obligatorio, esta revolución es por la libertad”, finaliza.