La caja de hoy es de mandarinas. Los miércoles se hace reparto de fruta a las cerca de 350 familias que acuden cada semana a Apoyo Mutuo. Cada vez son más y más diversas. Aquí no se niega la comida a nadie. Todos los primeros lunes de mes reciben una cesta básica de la compra. Los productos son del Banco de Alimentos. Los lunes también es el turno de los jóvenes en situación irregular que viven en la calle. Ahora mismo son unos cien. Pasan hambre, frío y miedo.

Adbulkarim tuvo que dejar sus estudios y huir de Jarkov (Ucrania) cuando comenzó la guerra Unai Beroiz Nieto

El caso de Abdul es doblemente cruel. Este joven marroquí de 27 años estudiaba en la Universidad de Jarkov cuando estalló la guerra. Tenía permiso de residencia ucraniano y su vida no era tan diferente a la de cualquier otro joven en la ciudad. Como a miles de personas, la guerra le dejó sin nada. Abdul también tuvo que huir para salvar su vida, pero al llegar a Navarra no ha recibido la situación de protección temporal como refugiado de guerra que sí han recibido cientos de personas ucranianas. Porque su pasaporte es marroquí. Así que ha estado durmiendo en un garaje abandonado durante seis meses. Cada semana recoge comida en apoyo mutuo, aquí también le dan ropa y le ayudan para intentar obtener ese permiso temporal que él reclama como un derecho, igual que el resto de miles de personas que huyeron de ucrania. Se le empañan los ojos cuando nos cuenta que aún no ha podido conocer a su hija que vive en Marruecos junto a su mujer y el resto de su familia. La pequeña nació en marzo, solo unos días después de que Rusia lanzara las primeras bombas sobre ucrania.

Marlys es madre monoparental a cargo de sus tres hijos Unai Beroiz Nieto

“Sacas fuerzas de donde no hay”

Marlys elige la caja de frutas que lleva también una bolsa de magdalenas, “son para mis hijos”. Esta camerunesa de 40 años es usuaria de Apoyo Mutuo desde hace dos. Ella sola se hace cargo de sus tres hijos, de 20, 18 y 14 años, los dos pequeños con discapacidad. Los cuatro viven en tres habitaciones de un piso compartido. “Sacas fuerza de donde no hay”, cuenta para describir su día a día. Entre los cuatro hacen una piña para salir adelante. Trabaja a días sueltos cubriendo bajas en una residencia de personas mayores . Pero con los menos de 1.000 euros mensuales que cobra no llega para todos los gastos. Por eso destaca lo importante que es para su familia Apoyo Mutuo. Son sus hijos los que a menudo se acercan hasta el local para recoger la comida si ella esta trabajando. Cuando no lo hace, le gusta ir a pasear al monte, le recuerda a su Camerún natal. Aquí en la asociación además de alimentos, encuentra una comunidad. Reconoce que ha sufrido racismo desde que llegó, “solo con una mirada puedes sentir el desprecio que algunas personas sienten hacia tí”.

Happy ayuda en el reparto todos los miércoles, además de voluntaria, también es usuaria Unai Beroiz

Cada vez más personas autóctonas

“Así es la vida”, dice una vecina de toda la vida del barrio de la Rochapea. Tiene 79 años y cada miércoles acude a Apoyo Mutuo junto a su marido de 82 y con Alzheimer. Prefiere no mostrar su rostro ni decir su nombre porque la pobreza sigue dando vergüenza a la gente autóctona. Pero el hambre no entiende de países, ni de edades. Hace 8 años buscaba comida por los contenedores. Ahora con la caja que cada semana recoge en Apoyo Mutuo, se alimentan ella y su marido, sus dos hijos, sus nietos y una vecina. Su marido le acompaña mientras nos cuenta su testimonio, pero la enfermedad le impide hablar e incluso ser consciente de la realidad que vive.

Muchas de las personas usuarias acaban convirtiéndose a la vez en voluntarias. Es el caso de Happy, otra madre monomarental a cargo de sus tres hijos de 13, 11 y 9 años. “Me gusta ayudar”, es como si así pudiera devolver parte de todo lo que Apoyo Mutuo le da a ella y a su familia. Hoy está repartiendo las cajas de frutas. Esta nigeriana de 42 años lleva 4 viviendo en Navarra. Habita junto a sus tres hijos en dos habitaciones compartiendo piso con otra mujer. “El día a día de una madre soltera es muy difícil”, dice. Después esboza una sonrisa mientras explica que su nombre significa feliz en inglés.

Descargando los alimentos procedentes del Banco de Alimentos Unai Beroiz Nieto

Y así volvemos al principio, a la historia de Abdul. Él también es voluntario en la asociación. Sabe de la importancia de sumar fuerzas. Que te ayuden y ayudar. Como cuando recorrió andando y bajo la nieve los 70 kilómetros que le separaban de la frontera con Polonia, con una mochila y la única compañía y apoyo de un chico japonés. O como cuando pasó las cuatro primeras noches desde que estallase la guerra escondido en el sótano de su casa junto a otros vecinos. Para llegar a Navarra, atravesó Polonia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Eligió venir a España porque buscaba un país en el que poder regularizar su situación lo antes posible. Pero no ha sido así. Días después de realizar la entrevista, nos cuenta que le han dado una plaza en un albergue de Cruz Roja en Alsasua, pero sigue sin ser reconocido como refugiado de guerra.

Esta vecina de la Rochapea prefiere no mostrar su rostro porque la pobreza sigue dando vergüenza Unai Beroiz Nieto