Como consecuencia de su enfermedad hepática, Alba Azparren Larrea había perdido mucha fuerza. “Los últimos años me movía como mucho una hora al día”, destaca. Ahora, tras un trasplante de hígado el año pasado, “voy cogiendo un poco de fuerza, al ir moviéndome, pero es que el poder aguantar todo un día sin echar siesta no tiene precio –se ríe–. Y luego te cambia el humor, porque estás bien, empiezas a encontrarte bien y es una maravilla”, describe esta vecina de Añorbe de 39 años. 

Con solo 21 años, Alba empezó a sentirse “muy cansada, estaba amarilla, súper flaca... y me llevaron al hospital. Vieron que tenía algo hepático, aunque no sabían muy bien qué. Tardaron años en darme un diagnóstico y, cuando lo hicieron, ya sabía que el final era el trasplante”, ya que “tengo una enfermedad rara, que se llama colangitis esclerosante primaria, y no tiene tratamiento”. 

Respecto a su patología, explica que “el hígado en sí no duele, pero te acostumbras a vivir cansada, desde el principio. Es un agotamiento que se va acumulando, al final fuerzas un poco más tu cuerpo para que vaya tirando como el resto, pero no llegas; es así. Luego van fallando otros órganos y salen problemas”. Esta enfermedad, prosigue, “puede evolucionar de diferentes maneras y la mía iba despacio. Tuve algún susto gordo, de esos que piensas casi no salgo, pero aquí en el Hospital Universitario de Navarra (HUN) ya me tenían controlada. Me decían vamos a esperar hasta que llegue el momento perfecto para trasplantar” y ese día llegó. 

Le hicieron todas las pruebas y, como señala, “tuve mucha suerte porque me indicaron que igual tardaba unos meses”, ya que “iban a esperar a que llegase el órgano perfecto para mí y, en el momento que entré en lista, a la semana siguiente me llamaron”. En ese momento, estaba tomándose un café en Pamplona y esa misma tarde le operaron en la Clínica Universidad de Navarra (CUN). “Las enfermeras y los doctores me trataron muy bien”, reconoce, y toda la atención fue “maravillosa”. 

“Aguantar todo un día sin echar siesta no tiene precio, te cambia el humor, porque estás bien; es una maravilla”

Alba Azparren Larrea - Paciente trasplantada de hígado

No obstante, Alba describe el proceso como “un poco agridulce”, ya que, a su juicio, “es imposible no pensar en quién es la persona que te ha podido dar ese órgano, por mucho que te digan que no tiene sentido... Es algo que tienes tú ahí. Estoy muy contenta de haberlo recibido pero, para ello, alguien ha tenido que perder la vida. Entonces, quieras que no, es un punto agridulce”. 

Sin embargo, gracias a esa generosidad desinteresada, tras la operación “todo va mejorando”, constata. “Al principio tienes dolores, incorporarte de la cama es horrible”, describe la paciente, pero “poco a poco te vas notando con más fuerzas, poco a poco te cambia el color de la piel, no tienes picores...”. 

Alba recuerda que se enfadaba “un poco” cuando, antes del trasplante, “los médicos me decían lleva una vida normal acorde a tu edad”, porque ella no podía. “Me comparaba con mis amigos y no les podía seguir el ritmo, era imposible y muchos planes se caían”, afirma. Por eso, dice que ha tenido “unos años de break” y, de cara al futuro, quiere “volver a tener una vida normal. Saber, por ejemplo, que me puedo ir a pasar el día por ahí, sin estar pensando que me tengo que montar en la furgoneta para dormir un rato”. 

Y es que, apunta la enfermera Sara Sánchez, “el trasplante es muy especial. Se diferencia de cualquier técnica médica porque necesitamos de la solidaridad de las personas y, sin esa solidaridad, es imposible que personas como Alba estuviesen hoy con nosotros”. “Sin los donantes no estaríamos aquí; no podríamos estar más agradecidos”, concluye Alba.