Todo el mundo se sentirá solo en algún momento de su vida. La soledad en la vejez es un sentimiento intrínseco de las personas, por lo que nadie está exento de sentirla. Hoy, Rosi y Blanca irradian luz, cariño y calidez, pero hubo un tiempo en el que la soledad les sumió en una tristeza y apatía de la que, pese a su fuerza y tesón, no se creían capaces de salir.

La vejez trae consigo una serie de cambios para los que resulta complicado estar prevenido. Cuando en un hogar se instala la soledad en la vejez en el hueco que antes ocupaban los hijos, o cuando una pareja, un compañero y confidente por tantos años, se va, las riendas de la vida de una persona son susceptibles de caer en manos de la soledad, sobre todo si a su alrededor no hay tejida una red de apoyo social en la que poder apoyarse y sostenerse.

Para servir, precisamente, de red ante ese abismo al que la soledad asoma a la fuerza a quien la siente, hace diez años surgió Siempre Acompañados. El programa, financiado por Fundación La Caixa y Fundación Caja Navarra, en colaboración con el Ayuntamiento de Pamplona y gestionado por Fundación Pauma, proporciona a las personas mayores las herramientas que necesitan para volver a encontrarse a ellas mismas y recuperar sus habilidades sociales, sus ganas de salir y su ilusión por la vida.

Cuando alguien toca la puerta de Siempre Acompañados, la primera asistencia que se le ofrece es individual. “Primero intervenimos individualmente con cada persona, con la posibilidad de participar también en encuentros grupales para mayores”, explica Mirentxu Araiz Zugasti, psicóloga del programa. Estas intervenciones grupales son fundamentales ya que, tal y como menciona Isabel Lekunberri, trabajadora social de Fundación Pauma, “los usuarios necesitan unas sesiones que sirvan de entrenamiento y que les devuelvan la autoestima antes de salir por sí mismos a la vida social de nuevo”.

Desde el programa aclaran que “no se trata de un centro de actividades para mayores”, sino de un lugar que pretende conectar de nuevo a las personas mayores con su entorno. “Animamos a los usuarios a que formen parte de las iniciativas que su barrio les ofrece para que, poco a poco, creen lazos y hagan planes por su cuenta”, concreta Ana Pérez Sola, educadora social.

Dos historias

El blanco, como todo el mundo conocía al marido de Blanca Beloqui, vecina de 80 años del barrio de la Txantrea, falleció hace tres años. Para ella, como para tantas otras mujeres que se quedan viudas, perder a su marido le hizo perderse a sí misma. “Me quedaba bloqueada en frente de la puerta, no quería entrar en casa. Tampoco me relacionaba. Perdí mis ganas de hablar con todo el mundo y mi alegría”, cuenta.

Gracias a la insistencia de su entorno, Blanca se animó a empezar a participar en algunas actividades para personas mayores que le ofrecía su barrio. “Me apunté a memoria, a gimnasia... También aprendí a nadar”, relata. Para Mirentxu, la psicóloga, en este concepto reside el éxito. “Hay que buscar sus fortalezas y hacer que ellas mismas gestionen su proceso, integrándose con lo que ofrece su barrio y acercándose a conocidas que pueden terminar siendo amigas”.

Ahora, Blanca sale todos los días de casa, incluso cuando no le apetece, porque ha aprendido a valorar su vida, su propia compañía y a su entorno, y cada vez teme menos al momento de entrar en casa. Gracias al acompañamiento del programa, la vecina de la Txantrea ha aprendido a gestionar su soledad en la vejez de una manera sana, manteniendo siempre vivo el recuerdo de su marido. “A veces, mi nieto no entiende qué hago hablándole a un cuadro de su abuelo, pero a mí me hace feliz sentirle cerca”, relata emocionada.

Mientras tanto, la historia de Rosi, vecina de 82 años de San Juan, es una de esas que la pandemia salpicó con su crueldad. Tras contagiarse de covid, su marido falleció en el hospital y, como muchas otras familias, la suya tampoco pudo despedirse de su ser querido, ni reunirse para compartir su dolor. La hija de Rosi permaneció diez días con ella, pero Rosi insistió: “Tú tienes que volver a tu casa, a tu vida”. Entonces la soledad la asomó al abismo.

“Yo llegué aquí muy mal, no podía hablar porque enseguida me ponía a llorar”, recuerda. Por suerte, un día, al salir de misa con su amiga Merche, vio el cartel del programa y se armó de valor para pedir ayuda. Ahora, años después, el equipo de profesionales define su evolución como algo “admirable e increíble” y, de su experiencia, Rosi concluye: “Aquí me he encontrado a mí misma, a ser como soy ahora, aceptando que ya no puedo ser como antes”.

Barrios amables

Desde Siempre Acompañados resaltan la importancia de que la sociedad se libere de los estigmas que giran en torno a la soledad en la vejez, a pedir ayuda y a mostrarse accesibles para quien necesite apoyo. “No podemos volvernos una sociedad tan individualista”, defiende Alicia Olza, directora del Área de Mayores de Fundación Pauma. “De hecho, estar conectados y tejer redes a nuestro alrededor a lo largo de la vida es la mejor forma de prevenir la soledad en las personas mayores”.

Convertir los barrios en espacios amables para mayores y reivindicar el lugar en ellos que las personas mayores merecen ocupar son algunos de los pilares del programa. Gracias a sus vínculos con su vecindario, Blanca y Rosi se sienten ahora arropadas y protegidas. La red de apoyo social que ahora tienen tejida a su alrededor ha cambiado la forma de ver la vida de ambas. “Antes, veía mi soledad de color gris. Ahora, es de color verde esperanza”, expone Rosi.